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Desde tiempo inmemorial los vinos generosos han visitado infinitos lugares dejando su huella imborrable. Ese carácter universal ha sido capital para mantener su fama por todo el mundo a lo largo de los siglos.
T enemos tanto que agradecer a los vinos generosos, que no es seguro que llegue el día en el que saldemos la grandísima deuda que hemos ido contrayendo con ellos a lo largo de la historia. Antes de que se creara la figura del embajador, el generoso había dado varias vueltas al globo terráqueo acompañando a los conquistadores en sus valientes expediciones en el siglo XVI o aplacando la sed de los más exquisitos paladares europeos. Como país viejo que somos, con una dilatada historia a nuestras espaldas, tenemos una inacabable lista de hitos, de los cuales podemos estar más o menos orgullosos, pero de lo que no cabe duda es de que nuestro preciado generoso ha jugado una importante labor de diseminación de la cultura vitícola española por todo el mundo. Y para demostrar que en el ADN de estos vinos está marcado a fuego el gen aventurero, solo nos tenemos que detener en la importancia económica que cobraron estos vinos una vez que habían completado una expedición surcando los océanos durante meses. El vaivén de la bota, la temperatura y la presión en alta mar ejercían en ellos una singular evolución que incluso llegaba a quintuplicar el valor del vino. Estos vinos se denominaron de ida y vuelta, lo que nos da una idea de su espíritu viajero. Hoy todo lo que ocurre en las blancas y exclusivas albarizas jerezanas o en los mejores pagos de la sierra montillana es interpretado en bodega por el capataz para que gocemos con un producto imposible de igualar en otras latitudes. Existen nuevos elaboradores revitalizando estos vinos, dando valor a toda una forma de vida y transmitiendo una historia suculenta, pero no debemos olvidar que gran parte de la fama vitícola que tenemos ahí fuera es gracias al generoso. Allá donde viajaba, cautivaba a todo el mundo con su expresión y particular raza. Un ejemplo de desparpajo que es renovado continuamente para no perder su carácter universal, ese que todo lo impregna con sus aromas y sabores independientemente de en qué lugar del planeta sea servido.