- Ana Lorente
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- 2019-07-12 00:00:00
La Xarel·lo es la variedad más extendida, perfectamente adaptada a los terruños y climas de la zona, ya que resiste a la sequía y al calor, tiene una producción muy equilibrada y año tras año,mejora en las viñas viejas. Es la base de la mayoría de los espumosos. Como vino tranquilo y joven, es floral y afrutado, y también en nariz muestra con delicadeza flores y frutos. La Xarel·lo también puede fermentar en barrica o madurar en ella, o en huevos de cemento, en busca de complejidad, intensidad y permanencia, con aromas florales de fondo enriquecidos por minerales o tostados.
Penedès es una amable conjunción de mar y montaña que se extiende por Tarragona y Barcelona y en la que se asientan unas 200 bodegas, la mayoría preciosas, las demás espectaculares, cargadas de historia, de trabajo bien hecho y de ideas que han conseguido revolucionar el panorama enológico allí y fuera.
La filoxera destruyó buena parte de su viñedo ancestral que, como en todo el Mediterráneo, se centraba en vinos tintos y dio un viraje a la producción, ya que las nuevas plantaciones se abocaron en su mayoría a la elaboración de cava, y para ello, a las tres variedades del coupage más típico: Xarel·lo, Parellada y Macabeo.
Son 26.000 hectáreas de un viñedo en el que reina la Xarel·lo y en el que, poco a poco, se han ido admitiendo entre las variedades autorizadas también la Chardonnay, Chenin Blanc, Riesling, Gewürztraminer y Moscatel de Alejandría entre las blancas y, como tintas, Garnacha, Syrah, Monastrell, Merlot, Pinot Noir, Cabernet Sauvignon, Cariñena y Tempranillo.
Ese amplísimo catálogo promovido en unos casos por las casas más conservadoras y en otros por las más innovadoras y vanguardistas o comerciales ha hecho posible que en la actualidad el territorio pueda ofrecer una insólita variedad y calidad de vinos blancos, tintos, rosados, rancios o de aguja, y que su fama y su comercio, como en milenios pasados, se extienda hasta las fronteras del mundo conocido.
Pero precisamente por esa pujanza comercial y por ese talante innovador de los productores, las normas se han ido difuminando con el tiempo, a veces para bien, para enriquecer el panorama demostrando posibilidades inéditas y otras desvirtuando la calidad. De ahí que las disensiones entre los propios bodegueros y viticultores hayan hecho surgir agrupaciones o calificaciones más estrictas para preservar los valores propios, como el territorio y la ecología, y para defender el criterio de selección de los consumidores, es decir, para evitar confusiones que pusieran en peligro su imagen y su credibilidad. Y así han nacido, por ejemplo, Clàssic Penedès, para la producción local ecológica y exclusivamente de Reserva, o Qalidés, 14 bodegas del Penedès con los principios de viticultura ecológica y sostenible, variedades tradicionales, calificación y zonificación del entorno y unión generosa entre los miembros de la asociación, que han dirigido sucesivamente, desde su creación en 2004, Joan Huguet (Can Feixes), Mireia Torres (Bodegas Torres) y Marcelo Desvalls (Finca Viladellops).
27 siglos
Este territorio ancestral, nacido de las aguas, con un nivel del mar oscilante, creció a base de sedimentos de ríos más interiores y desecamientos en torno al Macizo del Garraf, de modo que hoy los viñedos se alternan en llanos y en altitudes de hasta 800 metros, en suelos arcillosos, coralinos o pedregosos, bien diferenciados en el Penedès Superior, junto a la Cordillera Prelitoral; el Penedès Central, más llano, y el Marítimo, en la Cordillera Litoral.
En ese paisaje y ese clima, exponente mediterráneo, llevan elaborándose vinos desde hace siglos. ¿Cuántos? Pues siempre se alude vagamente a “los romanos”, pero es muy anterior. Esa historia está aflorando de un poblado ibérico del siglo VII a.C. gracias a una cooperativa de arqueólogos vocacionales que, salvando dificultades y limitaciones económicas y bajo condiciones climáticas duras, van rescatando la memoria de los primeros vinos de la Península en el Turó de la Font de la Canya, en Avinyonet, lo que fuera la Cesetania.
No es una viña ni una bodega, sino algo aún más importante, más rico a la hora de desempolvar la Historia. Es un poblado que fue centro de distribución ibero, algo así como un importante puerto de mercancías, solo que en el interior, o mejor, como un macroalmacén de Amazon, un punto comercial a unos 30 kilómetros de otros de sus poblados o ciudadelas costeras –lo que hoy son Sitges, Vilanova o Calafel– en el que se reunían alimentos y otros artículos, perecederos o duraderos, sus propios cultivos o llegados de todos los puntos de influencia, y donde se repartían para la venta y exportación en barcos de los fenicios y posteriormente los romanos. Un enorme mercado envuelto en trigales, higueras, granados y parras de viña, gestionado por esa cultura ibera que se perpetuó desde siete siglos antes de nuestra era. Lo que ha quedado de aquello es lo mismo que en cualquier mercado que cierra: lo que ya no interesa a nadie, la basura, y eso es un tesoro de información. Allí no había cubos ni contenedores, sino pozos tallados en la roca o excavados en la tierra. Allí se conservaban los artículos para la venta, sobre todo los cereales, como en silos (en catalán, sitges), y cuando los hoyos se iban desmoronando, se empleaban para tirar los restos, de modo que hallar y desenterrar cuidadosamente, capa a capa, esos cilindros de más de un metro de circunferencia y profundidad variable, de los que van descubiertos más de 150, es una emoción permanente. Y no ha hecho más que empezar.
El Turó es un cerro del que desde 1999 se excavan dos alturas y van apareciendo restos de bronces y cerámicas, vajillas, jarras decoradas, ánforas de guarda o un pebetero con forma de cabeza de mujer que actualmente se ha convertido en la imagen del territorio vinícola del Penedès y, lo que aquí nos ocupa: restos de la más antigua viña y vino de Cataluña. Se han desentrañado en el laboratorio 400 semillas de uvas de dos variedades aún sin determinar que se convirtieron en vino y se muestran entre fascinantes utensilios e ingenios en el Centro de Interpretación D.O. Vinífera (www.turismeavinyonet.cat).
Hasta ahora, la presencia de vino más antigua del mundo es un ánfora con ácido tartárico en Irán, en el poblado neolítico de Zagros, fechada en el año 5000 a.C.
Entre el mar y el cielo
Y es que en este entorno mediterráneo, el pasado aflora bajo el mar, bajo las piedras o intentando llegar al cielo en forma de castells. Y muchos de esos caminos confluyen en el vino. No hay más que visitar el Viniseum, el Museo de las Culturas del Vino de Cataluña, en la hermosa plaza medieval de la Villa, en la Casa Palacio de los reyes de la corona de Aragón que se ha remodelado con excelente gusto y está en vías de ampliarse con un edificio que lo unirá con la sede de la D.O. Allí, en una muestra temporal, se explicaba el pasado de este territorio en una sala presidida por un sirénido, un mamífero marino de casi una tonelada, colgado del techo que daba memoria de cuando esta tierra fue mar, en el Mioceno, hace 16 millones de años. El biólogo y escultor Ramón López hizo esta impresionante reproducción a tamaño real para presidir la exposición, en la que se recorre la historia y el entorno que rodeó la vida de esa pieza y los avatares de su descubrimiento en 1869 hasta que llegó al museo, en 1944. En la magnífica colección paleontológica, convive con otros 5.000 fósiles que dan idea de este territorio y la causa de la diversidad de las zonas y los suelos que nutren sus vinos.
Ese suelo explica el cuerpo de sus vinos, pero para entender su alma hay que acudir a la gente, a la vida, al folclore que muestra el espíritu de un pueblo. Para eso nada más espectacular que la tradición de los castellers, las torres humanas. Para conocerlos a fondo, entre bambalinas, nada mejor que acudir a Cal Figarot, una hermosa casa neogótica que es la sede de la Colla de Vilafranca, agrupación que reúne más de 1.000 participantes físicos y más de 850 socios colaboradores, nacida en 1948 y heredera de 200 años de historia y competición en el Camp de Tarragona.
Imposible trasmitir solo con palabras la emoción, hasta las lágrimas, que produce la construcción de esas frágiles y arriesgadas esculturas humanas, la increíble conjunción de gentes de todas las edades, sexo y complexiones, sin diferencia social, cultural, ideológica, religiosa… sin más voluntad que la del esfuerzo común y sus cuatro lemas: fuerza, valor, equilibrio y cordura (eso que Cataluña llama seny). Hay que verlo, hay que vivirlo formando parte del la pinya, que es ese mogollón de gente que llena toda una plaza, que apuntala con su cuerpo el tronco del Castell, que vibra con la música y las órdenes de los caps, y está dispuesta a amortiguar una caída. Más que la dificultad, más que la estética, más que la absoluta precisión técnica, más que la dureza de los ensayos diarios, es esa compenetración, esa emoción compartida, la que les ha valido, desde 2010, formar parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Ese espíritu de unidad, de equipo y a la vez de competitividad es el que explica también la estructura, la genealogía local del mundo del vino, la defensa a ultranza de lo propio y a la vez las batallas familiares o empresariales. Es, en otra materia, la misma utilidad y fortaleza de los muros de piedra seca (sin amalgama entre unas y otras) con los que se escalonan los bancales de viña en las laderas inclinadas para evitar que la tierra se deslice. Cada piedra tiene su nombre y su posición: llosas, ripios, escadills, cantonera, encadenats, pedra de asentar… como cada persona en su puesto en un castell, como cada variedad en un coupage, como cada miembro en la familia o cada función en el trabajo. Y eso se hace sentir como el patrimonio que quiere mantener esta tierra.
Su geografía y microclimas tan diferentes, desde la dulzura del Garraf hasta los contrastes de día y noche en la montaña, son una invitación al viaje, al ameno descubrimiento, de ahí que la oferta enoturística haya crecido hasta convertirse en una de las mas amplias y atractivas de este país y que masías particulares auténticas, como Can Cardús y otras muchas, abran sus puertas al visitante para una inmersión, o poder alojarse en castillos de vigía, en châteaux enclavados en las viñas, en altos miradores que se asoman a la viña y al azul Mediterráneo.
Vinos con alma
Lo mas clásico y lo más conocido en la copa son sus blancos. Como decíamos, la Xarel·lo es la variedad más extendida, con una perfecta adaptación a los terruños y climas, ya que resiste a la sequía y al calor, tiene una producción muy equilibrada y, año tras año, mejora en las viñas viejas. Macabeo, Parellada y la aromática Malvasía de Sitges alternan en vinos frescos jóvenes y en algunos de guarda.
Pero hace tiempo que Penedès adoptó junto a sus variedades tintas tradicionales, la Samsó (Mazuelo), la Ull de Llebre (Tempranillo), la Monastrell... variedades nobles foráneas como Cabernet Sauvignon, Merlot, Syrah o la compleja Pinot Noir, que se han aclimatado y dan resultados de sorprendente calidad. Claro que detrás está siempre la mano humana, y la tradición vitivinícola de esta zona es garantía de que cualquier experiencia novedosa se aquilata con criterio, experiencia y seriedad. Los resultados están a la vista, las marcas que recorren con éxito el mundo entero abren aquí al visitante sus puertas para revelar sus secretos, para exhibir con pasión la hermosura de sus viñas y sus bodegas, y para compartir una cata.
Empezando por la más internacional y a la vez valedora de las uvas locales olvidadas a través de su búsqueda y estudio de Variedades Ancestrales, Bodegas Torres, aquí en el Penedès, en Mas la Plana, Mas Ravell o en Waltraud elabora y luce el emblema, la joya de su imagen mundial, Mas la Plana, y muy cerca los revolucionarios, ya en su tiempo, que creara Jean Leon.
Finca Viladellops, viticultores desde 1877 en el Parque Natural de El Garraf, a final del siglo pasado empezaron a elaborar delicias como el Finca Viladellops con la casi desaparecida Xarel·lo Vermell.
Jané Ventura cumple ya cuatro generaciones en tierras pedregosas de La Bisbal que la mano humana ha convertido en muros y en su signo de calidad, plasmados en libros y en vinos como su Vinyes Blanques Vora el Mar con aromas de azahar, que parece mecido por la música de su vecino y amigo familiar, Pau Casals.
Bodegas Pardas ofrece para enoturismo una preciosa casa sobre el río, cerca de Torrelavit, rodeada de pinos y viña, donde ni riegan ni labran la tierra en que nace su Xarel·lo y su Aspriu, que se fermentan y crían una parte en barrica y otra en huevo de cemento que dejan su impronta equilibrada en el paladar.
No tiene alojamiento la pequeña Mas Candí, con su equipo joven y dispuesto a revolucionar, o el hermoso Dominio Vinícola Can Bas, con sus 60 hectáreas de parcelas singulares que la enóloga Bet Palahí convierte en excepcionales vinos de terruño como el Xarel·lo D'Origen o La Romana, que combina con Chardonnay, o La Creu, fresco y tropical de Sauvignon Blanc.
Can Feixes es un ejemplo del talante ecológico que defienden los dos hermanos, Josep María en bodega y Joan en el campo. Desde la preciosa casa pairal donde conservan toneles gigantes de castaño con los rancios de los abuelos, a las 80 hectáreas con viña vieja y Petit Verdot plantada desde que intuyeron que era lo mejor para adecuarse al cambio climático. Desde el rebaño de ovejas para crear su abono a las cepas en vaso a la delicada prensa de aire en bodega. Son detalles que dejan su huella en en el Xarel·lo Pardo y en el que combinan con Malvasía.
En Can Rafols del Caus, en los altos del Garraf, Carlos Esteve mantiene su carácter pionero, el que comenzó con la plantación de variedades impensables –Incrocio Manzoni, Rosand, Marcelan...– y ha plasmado en una bodega fascinante, sellada con una puerta de piedra de una tonelada y tallada en la roca, como una metáfora del entorno en que nacen sus vinos, el Rocallis, el Gran Caus o el Lubis de Xarel·lo de 100 años.
Albet i Noya, uno de los referentes dentro de los espumosos Clàssic Penedès, es una finca modélica, no en vano otro histórico, el siempre revolucionario Josep María Albet, es el presidente de la D.O. Y eso que aprendió ecología viajando, como actualmente, en primavera, doblando la vendimia en Tailandia, pero la plasma con criterio, tanto en la viña sin tratamientos donde clonan variedades perdidas –Proyecto Briac– como en la bodega, con microvinificaciones que van marcando el camino, el futuro.
Pasado, presente, futuro. Penedès es una joya por la que no pasa el tiempo. Que siempre gana con el tiempo.