- Redacción
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- 2021-04-02 00:00:00
Del nombre de los rincones manchegos por los que vamos a guiaros es inevitable acordarse. Una y otra vez. Porque a pesar de ser un territorio sediento, alberga parajes de belleza tan húmeda e insólita como las Lagunas de Ruidera, con sus aguas turquesas (fruto de un hechizo, según se narra en El Quijote). O el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, uno de los ecosistemas más valiosos del planeta, refugio de cientos de especies de aves. Pero también hay lugar para castillos inexpugnables como el de Belmonte, que cuenta con el mayor parque histórico de máquinas de asedio del mundo. Y, cómo no, para los gigantes alados de Consuegra, que con sus inmensas aspas agitaron la historia de la literatura.
Los guardianes alados de Consuegra
Doce
colosales molinos de viento (uno de ellos restaurante) dominan la
atalaya que corona esta localidad toledana, flanqueando el imponente
Castillo de la Muela.
En lo alto del cerro Calderico se alzan, majestuosos e imperturbables, aquellos molinos de viento que Cervantes inmortalizó en El Quijote:
"–Bien parece –respondió don Quijote– que no estás cursado en esto de
las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y
ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y
desigual batalla". Poco importó que Sancho intentase advertirle de que
el enemigo era en realidad una invención de su cabeza; el ingenioso
hidalgo embistió contra uno de ellos en un duelo que solo podía
perder... aunque de alguna forma, compartieron la gloria.
Porque los
nombres de los doce molinos que se mantienen todavía en pie (eran
trece) se inspiran en las disparatadas aventuras del caballero andante:
Sancho, Rucio, Bolero y Espartero conservan la maquinaria original; y
Chispas, Caballero del Verde Gabán, Mambrino, Clavileño, Alcancía,
Cardeño, Mochilas y Vista Alegre completan "uno de los conjuntos
molineros más grandes y mejor conservados de España", como nos explican
desde la Oficina de Turismo de Castilla-La Mancha en Madrid y la
Dirección General de Turismo de Castilla-La Mancha.
Uno de estos
gigantes alados, Rucio, alberga una tienda de regalos y productos
locales, y hasta que comenzó la pandemia se podían descubrir sus
secretos en una interesante visita guiada (funcionaba a diario); Bolero
se ha convertido en una curiosa oficina de turismo; y Sancho –el primero
que fue restaurado y declarado Bien de Interés Cultural– pone en marcha
cada octubre su infalible mecanismo (¡data del siglo XVI!) para la gran
Fiesta de la Rosa del Azafrán de Consuegra. Primero se abren sus
ventanas para ver de dónde viene el viento, se orienta la caperuza hacia
el que sople con más fuerza, y su rueda catalina inicia la simbólica
Molienda de la Paz. El trigo se convierte en harina como antaño –en este
territorio tan árido donde no podían construirse molinos de agua, los
de viento eran fundamentales para la transformación de los cereales–, y
se reparte en saquitos entre los asistentes a la fiesta.
Pero tal vez
uno de los más especiales sea el del Caballero del Verde Gabán, que se
ha transformado en un Gastromolino único en el mundo. Ahora, el
restaurante se mantiene cerrado por motivos sanitarios, pero ofrece una
experiencia fascinante. Su propuesta gastronómica, "una mezcla entre
producto local y de temporada con un punto innovador de cocina fusión",
es muy atractiva y en verano se puede disfrutar también al aire libre,
con conciertos al atardecer y cenas bajo las estrellas.
La vistas
desde esta impresionante atalaya, con Consuegra a sus pies, resultan
turbadoras, tanto como para que el artista francés Jean Cocteau
exclamara al asomarse desde el cerro Calderico: "¡Por fin he visto el
planeta!" (Bases geológicas de Toledo, de Carlos Martín Escorza).
Y la verdad es que no nos extraña. El paisaje desvela una intensa y
cambiante paleta de colores en función de las estaciones; mientras, los
molinos de viento, congelados en el tiempo, parecen escoltar el
inexpugnable Castillo de la Muela (o Castillo de Consuegra). Erigido
sobre una fortaleza musulmana del periodo califal (antigua defensa
romana), fue conquistado por Alfonso VIII en el siglo XII, quien se lo
entregó a la Orden Militar de San Juan de Jerusalén (que daría forma al
castillo actual): "Perfectamente restaurado, permite recorrer sus
murallas y el patio de armas, así como acceder a su interior, con
mobiliario y armas, en el que se recrea el ambiente de la época".
Testigo de la batalla de Consuegra entre el ejército castellano-leonés y
el almorávide el 15 de agosto de 1097 –en la que murió Diego
Rodríguez, hijo del Cid Campeador–, del golpe de Estado de Juan José de
Austria –hijo bastardo de Felipe IV (allí vivió y también desterró al
valido Fernando de Valenzuela)– o de la destrucción por parte de las
tropas napoleónicas, hoy es escenario de diversos espectáculos.
Pero
el llamado "último pueblo de La Mancha" (se ubica en la confluencia de
la llanura manchega con los Montes de Toledo), todavía guarda
interesantes sorpresas para el visitante: entre ellas, el Palacio de San
Gumersindo, el Ayuntamiento (construido en 1670), el Edificio de Los
Corredores, la Ermita del Santísimo Cristo de la Veracruz o la Presa
romana de Consaburum.
Atascaburras, el alma de la sierra manchega
El origen de este plato sabroso y contundente nos lleva a las primeras nieves del riguroso invierno de La Mancha. Se dice que unos arrieros, aislados por la tormenta, mezclaron bacalao desalado, ajo, patata cocida machacada y aceite de oliva, y así inventaron el atascaburras (o ajoarriero manchego). A esta rústica receta se le incorporaron el huevo duro y las nueces (como toque final), y se refinó hasta convertirse en una suerte de mousse deliciosa que, eso sí, todavía sigue reconfortando en los días de nieve a quienes habitan en los paisajes nevados manchegos. Y a todo el que lo prueba. Pero el bocado se torna aún más rico si es acompañado por este Chardonnay Fermentado en Barrica de Viñedos y Bodegas Muñoz. Sus ahumados ligan perfectamente con los matices del plato y su textura envolvente y cremosa es el perfecto aliado para crear una armonía inolvidable.
La fortaleza inconquistable
El
castillo de Belmonte se eleva firme sobre el Cerro de San Cristóbal (a
las afueras de esta villa de Cuenca), custodiando entre sus muros una
apasionante historia.
Aunque los
sobrios muros del Castillo de Belmonte pudiesen hablar, es muy probable
que siguieran custodiando con celo todos sus secretos, como aquel
histórico encuentro entre los Reyes Católicos y los partidarios de Juana
de Castilla que puso fin a la guerra de sucesión castellana. O cómo fue
reformado por Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia. Pero a pesar
de su recto carácter castellano, es inevitable que el visitante fantasee
con las intrigas y aventuras que allí acontecieron. Porque la historia
de este palacio-fortaleza es fascinante.
Don Juan Pacheco, marqués de
Villena y señor de Belmonte (interpretado por Ginés García Millán de
forma magistral en la serie de TVE Isabel), lo mandó construir en
1456. Hombre de confianza de Enrique IV de Castilla, se convirtió en
uno de los nobles más poderosos e influyentes del territorio y, cuando
el rey falleció, también en uno de los grandes valedores de su hija
Juana de Castilla. El enfrentamiento entre los defensores de la
legitimidad al trono de la princesa, apodada por sus adversarios como la Beltraneja,
frente a su tía Isabel la Católica, dio comienzo a la guerra de
sucesión castellana. Curiosamente, la paz se firmó en el Castillo de
Belmonte, propiedad del marqués de Villena –Diego López Pacheco, hijo de
don Juan, quien sería nombrado capitán general por los Reyes Católicos
en la reconquista de Granada–.
De estilo gótico-mudéjar, cuenta
con diferentes singularidades que lo hacen único: su planta en forma de
estrella –o de "estructura atenazada", lo que significa que está
construida sobre un triángulo equilátero que se convierte en un polígono
de nueve lados con seis torreones en los vértices–, su interior
palaciego decorado con suntuosas techumbres mudéjares o su magnífico
bestiario esculpido en piedra.
A mediados del siglo XIX, Eugenia de
Montijo –emperatriz de Francia, esposa de Napoleón III y descendiente
del marqués de Villena–, ordenó la restauración del castillo de
Belmonte, incorporando elementos neogóticos y dándole un aire francés.
La
original mezcla entre la sobriedad castellana y la exuberancia
palaciega han hecho de esta fortaleza –declarada Bien de Interés
Cultural– una de las más atractivas de España, escenario de películas
como El Cid, de Anthony Mann (1961), protagonizada por Charlton Heston y Sophia Loren; Juana la Loca, de Vicente Aranda (2001); El caballero Don Quijote, de Manuel Gutiérrez Aragón (2002); e incluso de un corto, Tenma, que narra historia de amor entre un samurái y la hija de un noble en la España medieval.
Además, el castillo de Belmonte alberga el mayor parque de máquinas de asedio a escala real del mundo, el Trebuchet Park,
con cuarenta piezas divididas en cuatro ámbitos temáticos
diferenciados: mundo cristiano, mundo musulmán, mundo oriental y
Renacimiento.
Estas máquinas jugaban un papel importantísimo en las
guerras, ya que acortaban los tiempos del asedio (durante la Edad Media,
los asedios resultaban mucho más numerosos que las batallas en campo
abierto) y decidían la suerte de ejércitos enteros.
Las Jornadas de Recreación histórica
en el castillo de Belmonte también son muy interesantes, y sus
protagonistas no son actores, sino auténticos especialistas en historia
viva que levantan el campamento militar a los pies de la inexpugnable
fortaleza (que en realidad nunca fue asediada). El castillo de Belmonte
también ha acogido el Campeonato del Mundo de Combate Medieval o pasajes del terror en formato histórico.
Desde
su torreón más alto se pueden vislumbrar la monumental villa de
Belmonte –declarada Conjunto Histórico Artístico– y la muralla que la
rodea, el antiguo alcázar de don Juan Manuel, el Convento de las Madres
Concepcionistas, el Convento de los Trinitarios o la impresionante
Colegiata de San Bartolomé –Monumento Nacional–. Construida sobre una
antigua parroquia del siglo V por orden de don Juan Pacheco, es una joya
arquitectónica de estilo gótico con dos bellas puertas –la del Sol y la
de los Perdones– que guardan los tesoros de su interior: capillas,
retablos, bóvedas, pinturas, esculturas... Como curiosidad, todavía
conserva la pila en la que fue bautizado Fray Luis de León, belmonteño
ilustre.
Gazpacho manchego, sabor mestizo
Esta
contundente receta poco tiene que ver con el ligero gazpacho andaluz.
Aunque su origen también nos lleva a los campos, en este caso de La
Mancha, donde los pastores –que guisaban casi siempre en la galiana–
comenzaron a preparar los galianos o
gazpachos manchegos, de los que
ya hablaba Cervantes en El Quijote. Nutritivos y sabrosos, se hacen con
abundante caldo; carne de conejo, liebre, pollo o perdiz; ajo;
pimientos; aceite de oliva; tomate y torta cenceña desmigada. Este pan
sin levadura que evoca la mezcla de culturas árabe, cristiana y judía
que tanto enriqueció las tierras manchegas también se utiliza para
servirlos. Y qué mejor vino para acompañarlo que este Tempranillo joven de Bodegas Campos Reales. Impecable, potente, amable, frutal y fresco. Cualidades que se acoplan como anillo al dedo a la gran personalidad del plato.
Las aguas 'hechizadas' de Ruidera
El
Parque Natural de Las Lagunas de Ruidera, entre Albacete y Ciudad Real,
es uno de los parajes más bellos y singulares de España, marcado por la
leyenda.
Puede
parecer inaudito que en mitad de una tierra tan atrayente como sedienta
emerjan las aguas turquesas y esmeralda de quince bellísimas lagunas.
Tal vez por eso, este paraje natural embruje al viajero todavía más.
Tanto como para que el gran Miguel de Cervantes atribuyera su húmeda
existencia –también la del caprichoso río Guadiana, que nace en la
agreste meseta del Campo de Montiel, hogar de Cervantes– a un
encantamiento del mago Merlín en El Quijote: "Solamente faltan
Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que
debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que
ahora en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha las
llaman las lagunas de Ruidera".
Aunque el verdadero –menos
literario, pero también curioso– origen de las Lagunas de Ruidera, uno
de los humedales más singulares de Europa, se debe a la acumulación de
carbonato cálcico (toba); de hecho, solo se puede ver un fenómeno
similar en el Parque Nacional de los Lagos de Plitvice (Croacia). Este
complejo sistema lagunar se ubica en un rebosadero natural del acuífero
24: las aguas caídas sobre él, extraordinariamente ricas en carbonato
cálcico, depositan parte de este compuesto, formando impresionantes
barreras tobáceas. Como si de un espejismo se tratase, las quince
lagunas encadenadas se extienden a lo largo de 30 kilómetros en el valle
del Alto Guadiana (o río Pinilla), entre las provincias de Ciudad Real y
Albacete, conectándose e inundándose unas a otras a través de cascadas
–El Hundimiento, de 15 metros, es la más espectacular– y arroyos en una
suerte de escalinata acuática plagada de náyades. Entre Blanca, Conceja,
Tomilla, Lengua, Batana, Cueva Morenilla, Coladilla, Cenagosa, del Rey,
Colgada, Santos Morcillo, Salvadora, Redondilla, San Pedro y Tinaja
(cada una con su propia personalidad) las aguas juguetean, tranquilas o
traviesas, pero siempre con su refrescante embrujo.
La Oficina de
Turismo de Castilla-La Mancha en Madrid y la Dirección General de
Turismo de Castilla-La Mancha solo recomiendan el baño en las zonas
habilitadas de las siete últimas, aunque hay otras muchas formas de
zambullirse en este seductor paraje. Como un relajante paseo entre las
lagunas escoltadas por encinas, pinos, higueras, sabinas, enebros,
tomillares, romerales... y las voces de sus habitantes, ¡más de 250
especies de vertebrados! La biodiversidad es una de las características
más sorprendentes del Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, donde se
pueden observar muchísimas aves: somormujos, porrones moñudos,
aguiluchos laguneros, águilas, avetorillos... También se pueden
encontrar mamíferos, anfibios, reptiles y una gran variedad de peces a
los que se puede conocer de cerca buceando. El kayak o el paddle surf son otras de las divertidas actividades que nos proponen para descubrir este lugar tremendamente mágico.
Porque
el hechizo literario no solo salpica al origen de las propias lagunas,
lo hace sobre todo con la cueva de Montesinos (a las afueras de Ossa de
Montiel) en uno de los episodios más enigmáticos e interpretables de El Quijote:
en las profundidades de la tierra, el héroe descubre un mundo
sobrenatural donde el juego entre ilusión y realidad es más potente que
nunca. En este fascinante universo subterráneo de estalactitas,
estalagmitas, geodas y murciélagos que alberga restos arqueológicos de
civilizaciones antiguas, don Quijote es guiado por el propio Montesinos
–personaje del Romancero castellano– en un sueño del que no
quiere despertar: "Dios os lo perdone, amigos, que me habéis quitado de
la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni
pasado". Y precisamente los apasionados amores de la princesa
Rosaflorida con el conde Montesinos son protagonistas de El Romance de Rochafrida,
cuya poesía pervive en las ruinas del cercano castillo de Rochafrida,
fortaleza musulmana conquistada por los cristianos tras la batalla de
las Navas de Tolosa.
Y todavía nos queda una última parada de
leyenda: el Castillo de Peñarroya, que constituye la entrada al Parque
Natural de las Lagunas de Ruidera. Se dice que tras tomar la fortaleza
musulmana, la Orden de San Juan se encontró la imagen de Nuestra Señora
de Peñarroya, venerada desde entonces por los vecinos de Argamasilla de
Alba y La Solana.
Sopa de ajo, suculencia mayúscula
El
extraordinario queso manchego comparte protagonismo en estas tierras
con uno de los platos más humildes y reconfortantes de la gastronomía
española: las sopas de ajo. Para prepararlas, solo se necesita un poco
de pan duro, ajo, pimentón, caldo –de pollo o cerdo–, una pizca de sal y
huevo (también se les puede añadir jamón, chorizo...). Si se cocinan
con mimo, surge una maravilla culinaria capaz de inspirar una oda como
la que le dedicó Ventura de la Vega, incluida en El Practicón de Ángel
Muro con una partitura. Son sus Sopas de ajo musicales. E inmortales. Para esta reparadora sopa, nos hemos decantado por un tinto de notable equilibrio. Pago de la Jaraba
es su nombre y a la Tempranillo la acompañan las uvas francesas
Cabernet Sauvignon y Merlot. Con su perfil especiado y la complejidad
que despliega alcanzaremos a tocar el cielo
El humedal más vivo de Europa
Ciudad
Real alberga el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, uno de los
ecosistemas más valiosos del planeta, que da cobijo a una flora y fauna
únicas.
La primera
sensación que embarga al viajero cuando contempla uno de los ecosistemas
más prodigiosos del continente es el asombro. Por su silvestre belleza,
por su excepcionalidad, pero sobre todo por la cantidad de vida que
alberga.
Hace unos 3.500 años, durante la Edad del Bronce, los
alrededores de las Tablas de Daimiel fueron poblados por asentamientos
humanos muy curiosos conocidos como motillas (Motilla de Las Cañas se
encuentra dentro del Parque Nacional, de hecho), que contaban con una
avanzada red de pozos para extraer aguas subterráneas. El más
representativo de estos originales yacimientos prehistóricos en La
Mancha es el de Motilla de Azuer, en la vega del río Azuer –Daimiel–,
con su singular recinto interior fortificado (el pozo que abastecía de
agua al poblado, en el interior de un gran patio al este de la
fortificación, es la estructura hidráulica más antigua de la Península
Ibérica hasta la fecha).
Aunque los habitantes más ilustres de las
Tablas de Daimiel sin duda son las aves, que encuentran en este
cautivador paisaje un auténtico santuario. Declarado Parque Nacional en
1973, Reserva de la Biosfera en el 1981 y Zona de Especial Protección
para las Aves en 1988, constituye uno de los ecosistemas más valiosos
del planeta, último reducto de las tablas fluviales. El complejo paraje
mezcla las características de una llanura de inundación, formada por el
desbordamiento de los ríos Guadiana y Gigüela –favorecido por la escasez
de pendiente en el terreno–, con la de un área de descarga de aguas
subterráneas procedentes de un acuífero de gran tamaño.
De esta
inusual mezcla de aguas dulces y saladas surge una sorprendente flora,
marcada por factores como la estacionalidad, la salinidad o el clima
extremo: el bosque mediterráneo, el bosque de ribera, los saladares, los
tarayales, los carrizales, las eneas, los juncos, las ovas –algas
acuáticas– o los masegares se convierten en el hábitat perfecto para la
excepcional avifauna de la zona. La masiega –el masegar de las Tablas de
Daimiel probablemente sea el mayor de toda Europa occidental– es la
especie mas representativa de todos ellos: su inflorescencia tiene forma
de espiga y se caracteriza por sus hojas alargadas de borde aserrado.
Esta
asombrosa vegetación da cobijo a aves de todo tipo: el somormujo
lavanco, el zampullín común, el avetorillo común o el pato azulón son
residentes habituales; pero el pato colorado, la garza imperial o la
garcilla cangrejera solo se quedan en primavera y verano para hacer sus
nidos y criar. Otras, como la cerceta pardilla, el pato cuchara o la
garza real prefieren refugiarse los meses de otoño e invierno lejos del
frío norte de Europa; e incluso hay algunas que solamente paran para
descansar y alimentarse durante sus largos viajes migratorios, como los
combatientes, el fumarel común u otras aves limícolas.
En este
ecosistema prodigioso también hay lugar para la ranita de San Antonio,
la culebra viperina, el galápago europeo, el cangrejo de río, la nutria,
el zorro, el jabalí, el conejo, el tejón... y unos cuantos pececillos
autóctonos como el ágil cacho, que busca refugio en la vegetación de las
orillas.
Lo mejor para disfrutar de este frágil oasis, del húmedo
milagro, es una visita guiada a pie o en todoterreno. Uno de los
senderos más conocidos es el de la Isla de Pan, de dos kilómetros, que
recorre cinco islas unidas por puentes y pasarelas de madera en la
orilla más oriental de Las Tablas. Cuando el cielo se vuelve rojo y todo
se queda en silencio, la belleza del lugar es imposible. Pero también
en la noche, con los olores y los sonidos del humedal y las estrellas (y
un intérprete, claro) como guías.
Cerca de este paraíso alado (a
dos kilómetros de Daimiel) se puede visitar la Laguna de Navaseca, donde
reina la malvasía cabeciblanca acompañada de elegantes flamencos; el
molino hidráulico de Molemocho, uno de los más antiguos de la región; la
cervantina Venta de Borondo, construida en el siglo XVI; o la casa de
los Guardas de Zacatena, cuyo origen se remonta a la época romana. Otra
visita hipnótica nos lleva hasta Daimiel, el pueblo de las brujas, donde varias mujeres fueron acusadas de brujería y procesadas por la Inquisición y donde cada noviembre se celebra un animado aquelarre en su memoria con visitas teatralizadas y cocina mágica.
Pisto, cuando la huerta se vuelve poesía
Deberíamos
estar eternamente agradecidos a los visionarios campesinos de La Mancha
por legarnos uno de los platos más exquisitos de nuestra gastronomía.
El tomate, el pimiento, la cebolla, el ajo y el calabacín se guisan
lentamente con aceite de oliva y se dejan reposar media hora,
convirtiendo en poesía los sabores de la huerta. Hay muchas versiones y
recetas similares, todas ellas con más que probables raíces árabes
(incluido el ratatouille francés, que pasó a la historia gracias a
una talentosa ratuela chef); pero ninguna nos resulta tan irresistible
como la del pisto manchego con huevo frito. Nada más probarlo sabíamos
que este Guadianeja Syrah de Vinícola de Castilla sería la mejor
opción. Sus atractivos aromas de violetas y frutas negras, así como su
vivaracha juventud y frescura, entablan un diálogo delicioso que no deja
de sorprender.