- Antonio Candelas
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- 2021-06-02 00:00:00
El Júcar y el Cabriel dibujan con sus aguas una comarca vitícola encantadora que esconde rincones fascinantes. Allí, entre Cuenca y Albacete, en territorio fronterizo con Levante, emerge un lugar a veces caprichoso y exuberante, a veces austero y otras completamente seductor. Una diversidad apasionante que engancha.
Silencio. Barrancos blancos por donde tímidamente penetra la estrecha y sinuosa carretera escudriñando su destino. El silbido del viento colándose por las agujas de los pinos y por fin, Alcalá del Júcar. Aquí comenzamos uno de los itinerarios más cautivadores que nos ofrece la Ruta del Vino La Manchuela. Un territorio en el que la D.O.P. Manchuela protege unas 11.600 hectáreas de viñedo donde la uva tinta Bobal es la reina mientras la Macabeo acapara el protagonismo en blancos. Más de 1.000 viticultores y 38 bodegas dan forma a esta zona vitícola en la que disfrutaremos de los emblemas de unos parajes donde el vino hilvana un recorrido de gran interés entre los más aventureros, amantes del arte y curiosos de nuestros ancestros. Naturaleza, arquitectura y joyas arqueológicas son algunos de los atractivos que darán sentido a este bello viaje que os proponemos.
Este pintoresco pueblo albaceteño está incrustado en la mismísima hoz del río Júcar. Es como si las casas hubiesen sido talladas en la roca caliza por el propio río mientras encontraba su salida al mar por aquellos recovecos. Pero no, fueron los musulmanes en el siglo XII los que dieron con esta ubicación, de unas cualidades estratégicas inmejorables, para tener controlada aquella zona de paso hacia Levante. Allí construyeron, en el punto más alto, un castillo desde el que se puede disfrutar de una vista única: el Júcar jugando al escondite entre los cerrados meandros, la iglesia de San Andrés y una plaza de toros atípica por su forma irregular alejada de toda ortodoxia debido a lo caprichoso del terreno. Para subir hasta aquella atalaya defensiva hay que serpentear por las callejuelas, donde encontraremos algunas de las galerías excavadas en la propia montaña. La de Masagó, el Diablo o Garadén se pueden visitar y nos darán una idea de la fragilidad del terreno sobre el que se asientan las moradas de los alcalaeños, pero ahí llevan siglos aguantando estoicas sin que conquistas ni reconquistas hayan podido con ellas.
Otra de las maravillas que esconde este pequeño pueblo, considerado uno de los más bonitos de España, son las casas cuevas. Algunas de ellas están acondicionadas como confortables alojamientos rurales y otras están restauradas y musealizadas para enseñar al visitante cómo se vivía hace siglos en aquellas moradas tan particulares. Una experiencia que no se puede dejar pasar, sobre todo porque nos acerca a un modo de vida sin duda severo, pero acorde con las posibilidades que aquel entorno brindaba.
Tras este paisaje de excepcional belleza tallado por el tiempo y la historia, surgen leyendas de amor imposible entre el rey moro Garadén y la cristiana Zulema para poner el broche a una visita obligada en la que los visitantes encontrarán paz disfrutando de un lugar delicioso, descubriendo rincones de ensueño en Alcalá del Júcar o explorando sendas perfectamente señalizadas por la hoz del río. Pero también podrán gozar de emociones fuertes en actividades de barranquismo en las que se puede palpar con los propios dedos las intrincadas formaciones calcáreas que guardan entre sus oquedades muchas leyendas y secretos aún por descifrar.
Ancestros vitícolas
Dejamos este pueblo de fantasía por una estrecha carretera trazada entre la propia hoz y el río. Un juego entre el coche y el curso del Júcar que se acerca y se aleja hasta llegar a Jorquera. Otra población creada en torno a un meandro del río, de origen musulmán y perfectamente acoplada al terreno. Merecerá la pena detenerse para admirar los signos que los almohades y cristianos dejaron en su lucha sin cuartel por aquel territorio. Una parada en un camino que nos lleva hasta Iniesta para encontrarnos con una muestra prodigiosa y única de nuestros antepasados, los íberos.
Aquella población conquense de algo más de 4.000 habitantes resulta ser uno de los municipios donde se han encontrado un buen número de vestigios arqueológicos que van desde el final del Neolítico hasta la romanización. El casco urbano acoge una necrópolis íbera del siglo III a.C. cuyo recinto va a convertirse en breve en un centro de interpretación visitable por estudiosos o cualquiera que quiera conocer un poco más de nuestros antepasados. Mientras tanto, podemos empaparnos de las costumbres de los pueblos que habitaron la antigua Ikalesken (Iniesta) en el museo instalado en el antiguo hospital de pobres del siglo XVI. El recorrido comienza en la Edad de Bronce, en la que encontramos utensilios de cocina fabricados con barro moldeados sin torno y sin posterior cocción, hachas, herramientas de pedernal tallado o molinos de grano manuales. Pero lo que más asombra de aquella época (1.200 años a.c.) son dos queseras que nos llevan a pensar que son los inicios de la industria del queso en aquel territorio. Queso y por supuesto vino. En los enterramientos se han encontrado varios recipientes utilizados por los íberos para la mezcla de vino y agua (crátera), jarras adornadas con motivos vitícolas, cuencos y vasos. Hasta unas pepitas de uva se han hallado cuyas investigaciones las relacionan con la Bobal, variedad reina de la comarca de la Manchuela, protegida bajo el amparo de la Denominación de Origen del mismo nombre.
Aunque la verdadera joya de este museo es un mosaico único en toda España descubierto a las afueras de Iniesta. Era la antesala de una tumba dedicada a las élites, posiblemente a un guerrero de alto rango. Creado con pequeños guijarros de tres colores, se divide en tres partes. Una primera algo más deteriorada donde se podría pensar que hay representado un caballo alado, símbolo griego; en el centro, la diosa fenicia Astarté –que adaptan y adoptan los cartagineses–; y en un tercer sector, el lobo, animal íbero protector de las almas. Un hallazgo de inmenso valor por lo alejado que queda del corazón de la cultura íbera. Hay que tener en cuenta que esta cultura se construye con el sustrato autóctono más la influencia de fenicios, griegos y cartagineses. Una fusión perfectamente justificada con este mosaico.
Elementos de la romanización como esquelas funerarias, monedas que nos hablan de una actividad comercial asentada y las ánforas en las que transportaban vino y otros productos son algunas de las piezas con las que se concluye este viaje por la historia de la comarca.
Tesoros sacros
A pocos kilómetros de Iniesta, Villanueva de la Jara. Fue Isabel la Católica la que concedió a esta población el título de villa en 1476. Con anterioridad a la concesión de este privilegio dependía de Alarcón y estaba bajo el mandato del Marquesado de Villena, pero durante la guerra de sucesión castellana, que enfrentó a los partidarios de Isabel y Juana la Beltraneja, los habitantes del municipio se pusieron del lado de la Católica. A partir de entonces comenzó el crecimiento de una villa a la que acudió Santa Teresa de Jesús y fundó dos conventos. Hoy se puede visitar la Iglesia del Carmen, que pertenece al Convento de las Carmelitas, donde su espectacular retablo está presidido por una talla del siglo XIII de extraordinaria belleza de la Virgen de las Nieves, patrona de los jareños.
La importancia de un pueblo siglos atrás se medía en función de los edificios religiosos que contenía, y en Villanueva de la Jara llegó a haber hasta cuatro conventos y una basílica que hoy se conserva. De estilo gótico tardío, fue construida sobre una fortaleza del Marqués de Villena del siglo XVI. Aún se pueden contemplar las murallas que la flanquean. En su interior, el retablo de estilo barroco tallado en madera es capaz de dejarnos con la boca abierta. Cada una de sus siete capillas albergan una obra de arte, pero la que más llama la atención es la de la Virgen del Rosario, con su retablo barroco y una cúpula bellísima repujada con motivos vegetales y animales. Las fachadas y la torre del campanario son de estilo renacentista. En la orientada al norte se pueden ver adornos propios del reinado de los Reyes Católicos.
Entre tanto tesoro artístico no hay que dejar de pasear por el pueblo, porque nos encontraremos con rincones que nos trasladarán a aquellos siglos apasionantes. La coqueta plaza mayor es una buena muestra. Los soportales de una antigua posada del siglo XVI, un palacete particular del siglo XIX y la casa consistorial nos cuentan las diferentes épocas de esplendor que esta localidad ha vivido.
Comenzamos el viaje en un pueblo encantador creado por los musulmanes en una ubicación estratégica y lo concluimos nada menos que en la distinguida Alarcón. Nos volvemos a encontrar con el Júcar y sus cañones, y un meandro cerrado y caprichoso en cuyo promontorio los musulmanes encontraron el lugar ideal para construir un castillo, hoy Parador, que preside una localidad de apenas 150 habitantes, pero con unas calles impolutas, una muralla perfectamente conservada y unas huellas majestuosas del arte que inundó siglos pasados esta población: la iglesia de Santo Domingo de Silos, la de Santa María o la de San Juan Bautista son sus mejores valedores. Vuelve a confluir el capricho de la naturaleza con la mano del hombre que eligió este lugar para defenderse y desarrollar su actividad.
Aunque concluye aquí nuestro viaje, no nos olvidamos de las otras hoces que bien merecen otra visita, las del río Cabriel. Paisajes vírgenes, lugares innaccesibles y una biodiversidad única considerada Reserva Natural además de Reserva de la Biosfera por la UNESCO desde 2019. Asociada a las formaciones rocosas, allí convive una fauna diversa que tiene en el águila perdicera, el águila real o el halcón peregrino sus guardianes aéreos y en la cabra montesa su principal habitante terrestre.
En lo gastronómico, platos sabrosos de caza, el ajo y champiñón como ingredientes estrella, el delicioso cordero manchego y el universal queso son la base de una gastronomía que se desarrolla con recetas tradicionales o revisadas desde una mirada actual sin perder de vista la identidad del plato en sus sabores auténticos. Y siempre el vino de la Denominación de Origen Manchuela. La uva Bobal es la mejor embajadora y las bodegas que la elaboran han sabido construir un verdadero patrimonio vitícola en torno a una variedad que conecta con el paisaje de marcados trazos mediterráneos y con una historia en la que, como ya hemos visto, ha formado parte de su vida cotidiana. ¿Hay algo más puro que esa conexión? Así es la Manchuela: pureza, identidad, aventura y cultura. No perdáis el tiempo y visitadla cuanto antes. Viviréis una experiencia única e inolvidable.