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Somontano, magnetismo irreverente

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  • Laura López Altares
  • 2021-07-02 00:00:00

Vinos de una frescura salvaje, parajes desafiantes, variedades que se rebelaron contra el orden establecido... Allí donde los Pirineos comienzan a alzarse orgullosos, también lo hace una comarca seductora y generosa que siempre se ha mantenido leal a sus contrastes. Porque la identidad de la D.O.P. Somontano se ha erigido sobre una asombrosa diversidad de uvas –entre ellas la Cabernet Sauvignon, la Chardonnay, la Garnacha o la Moristel–, suelos –de los salinos yesos de Barbastro al granito de Benasque–, climas –las áridas llanuras se abrazan a un escudo de sierras prepirenaicas– y altitudes –desde los 350 metros a los 1.000– que dan forma a un juego vinícola complejo y fascinante. 


Dicen quienes habitan en las tierras del Somontano que al divisar el Monasterio de Nuestra Señora del Pueyo, imperturbable guardián de la comarca oscense, ya están en casa. Desde la atalaya donde se alza se pueden contemplar los dominios de la Denominación de Origen Somontano, que en los meses de otoño e invierno se convierten en islas náufragas en un mar de niebla. Pero esta tarde de junio el cielo está despejado, y las sinuosas sierras prepirenaicas y las áridas llanuras se enredan en una bella danza de contrastes; basta afilar los sentidos para respirar su magnetismo irreverente.
Somontano significa al pie de una montaña, y va más allá de una poética definición, es casi una radiografía de lo que hay bajo su piel: "Estar aquí, al pie de los Pirineos, favorece que haya diferentes estratos de suelo por los movimientos de tierra que se han sucedido a lo largo de miles y miles de años. El Somontano se caracteriza porque tiene muchos tipos de suelo distintos y también por sus variedades. Se crea un universo de cultivos de viña que permite a los enólogos jugar con esas creatividades", explica Francisco José Berroy Giral, secretario general del Consejo Regulador de la D.O.P.
La diversidad de suelos de la zona es fascinante, y sus casi 4.000 hectáreas de viñedo hunden sus raíces en los blanquecinos calcisoles, conocidos como los yesos de Barbastro –aquí también llaman a este tipo de suelos chesa ("yeso" en aragonés)–; pero también entre margas y sierras de naturaleza calcárea. "El éxito del Somontano es que en tan poco espacio tienes muchos climas, y sobre todo muchos suelos. Los Pirineos marcan muchísimo nuestro terroir", señala José Javier Echandi, enólogo de la bodega Sommos, quien destaca el suelo como un elemento absolutamente diferenciador: "Es donde nace nuestro vino, lo marca todo. Nosotros hicimos un estudio con la Universidad de Zaragoza que nos dijo que éramos los únicos del mundo con viñedo en gypsum soils. A priori puede parecer un poco locura, ¡pero si somos únicos en eso vamos a mostrarlo!", cuenta.
Esta diversidad salvaje se refleja también en las diferentes altitudes a las que se planta la viña –entre los 350 y los 1.000 metros–, y por supuesto en las quince variedades que escriben la historia de la D.O.P. Somontano, cuya narración comenzó hace más de 125 años, cuando la familia Lalanne se estableció en la región, trayendo consigo las uvas que cultivaban en Burdeos: Cabernet Sauvignon, Merlot y Chardonnay. Estas variedades se adaptaron de una manera espectacular a la tierra somontana, que las considera autóctonas (opinión que suscita una intensa controversia, pero que habla de la incombustible lealtad a sus raíces).

Identidad inconformista
"En el Somontano siempre hemos sido un poco irreverentes, nuestro carácter va ligado al inconformismo, a la disrupción, a romper con lo establecido aun sabiendo que íbamos en contra de las prescripciones. Nuestro territorio es como es, no podemos quedarnos solo con una variedad porque las necesitamos todas para expresar lo que somos. Muchos han pensado que no tenemos identidad, pero es que esa es nuestra identidad", sostiene Raquel Latre, presidenta del Consejo Regulador de la D.O.P. Somontano (hasta las elecciones convocadas para este mes de julio).
La Cabernet Sauvignon y la Chardonnay concentran el mayor número de hectáreas, pero en la zona también cuentan con uvas autóctonas únicas como las tintas Moristel y Parraleta o la blanca Alcañón: "Lo importante es que la uva cuente la historia de ese sitio, y aquí lo hacen las quince. El Somontano es un territorio diverso, pero unido en varias cosas: la frescura, toda esa acidez, y la complejidad aromática", apunta Latre.
Javier Fillat, Marketing manager de Bodega Pirineos, también nos habla de esa identidad construida sobre contrastes: "Al final, Somontano lo que tiene es diversidad, junto con los microclimas tan especiales que hay aquí, y esas diferencias de temperatura: en verano hace mucho calor y en invierno mucho frío. Incluso en verano, el contraste térmico entre el día y la noche es muy considerable. Eso permite jugar con los parajes y los viñedos". Como resalta Fillat, la privilegiada situación geográfica del Somontano, con la sierra de Guara como escudo protector frente al mordisco del frío, es fundamental para entender el carácter del territorio: "Nuestros viñedos forman una especie de circo flanqueado por las sierras y se dividen en cuatro grandes zonas muy diferenciadas".

Donde todo empieza
Bodega Pirineos nació en 1993, aunque su historia se remonta a 1964, cuando se inició el proyecto de la Cooperativa Comarcal de Somontano del Sobrarbe, fundadora de la Denominación de Origen. Cerca de 200 viticultores trabajan 700 pequeñas parcelas repartidas en quince pueblos: "El impacto social que ha tenido esta casa ha sido siempre muy interesante, sobre todo porque varias generaciones de viticultores han ido trabajando diferentes variedades de uva, entre ellas dos autóctonas de aquí, Moristel y Parraleta, que poco a poco se han ido convirtiendo en ese hecho diferenciador en comparación con otras bodegas", subraya Javier Fillat.
Como indica María Elisa Río, directora de comunicación del C.R.D.O.P. Somontano, el vino es una industria que ha generado una vertebración territorial muy importante en la comarca: "Por ese gran esfuerzo y trabajo de varias generaciones nos hemos podido quedar en nuestra tierra, los jóvenes han tenido una oportunidad para trabajar, y además en un producto que es absolutamente único, un vino con Denominación de Origen".
Precisamente uno de los vinos más icónicos de Bodegas Pirineos, Señorío de Lazán, está considerado como uno de los padres de la D.O.P. Somontano: "A raíz de ese vino, que era un poco el espejo del alma del viticultor, se vio que la zona era capaz de elaborar tintos excelentes, y solicitamos la creación de la D.O., que se nos concedió en 1984", relata Fillat. En el impresionante botellero subterráneo de la bodega –respirar la historia de esa forma provoca un placentero escalofrío– se conservan 160.000 botellas de Señorío de Lazán, desde el 83 hasta el 92: "Estamos en la cuna, en el inicio de todo, aquí es donde se elaboraban esos primeros vinos en contacto directo con el hormigón. Con el tiempo se dieron cuenta de que el vino no salía igual y convirtieron esto en un botellero. No hay temperatura controlada, el vino evoluciona solo, de manera natural, y lo hace más rápido de lo normal".
Hoy, este vino histórico comparte protagonismo con otras siete marcas, cada una con su propia identidad: "Llegamos a la conclusión de que teníamos que elaborar vinos que muestren nuestro suelo, nuestra zona, nuestros aromas: y lo hacemos cuidando mucho más la selección de uvas, las fermentaciones, las maceraciones, la relación con las barricas… Preparas la cocina para lo que te piden en la barra de una forma mucho más entendible para el consumidor actual". Según el Marketing manager de Bodega Pirineos, todos tienen algo en común: "Aromas, fruta, sensibilidad, frescura, acidez y mucha personalidad". La señal del Somontano. Que se manifiesta de formas muy diferentes en su moderna colección 3404 (un homenaje al Pico Aneto), su exuberante monovarietal de Gewürztraminer, su chispeante Alquézar Rosado, sus singulares Impás y Principio Moristel –con esa deliciosa rareza que engancha– o su Marboré Cuvée 2018, una novedad muy seductora que catamos en primicia –se presentaba al día siguiente– de la que se han elaborado 6.000 botellas y que definen como "una síntesis de caminos", de paisajes y variedades, de esa biodiversidad que atesoran y protegen como legado para futuras generaciones.

Historia tatuada

Como dice Leonor Lalanne, quinta generación de la familia: "La Historia no se puede comprar, y lo que no se puede comprar tiene un valor especial. Nosotros somos muy distintos, muy históricos". En Bodegas Lalanne, la Historia deja su huella indeleble en cada recoveco, lo alcanza todo con su romanticismo feroz.
Francisco Lalanne y Juana Felicia Lataste llegaron a Barbastro –capital del Somontano– en 1894, cuando la filoxera arrasó sus viñedos de Burdeos. El territorio aragonés les fascinó, compraron la Finca San Marcos y construyeron la bodega como un château francés, al estilo de Burdeos (junto a la casa familiar y rodeada de viñedo). Trajeron las cepas que estaban acostumbrados a cultivar y, como tenían conocimiento sobre los estudios del botánico francés Jules Émile Planchon, las plantaron en pie americano para impedir que fuesen atacadas por la minúscula supervillana. 127 años después, sus descendientes conservan la misma distribución, herramientas de entonces y la misma filosofía artesanal: "Una de las peculiaridades de nuestra bodega es que hemos mantenido toda la estructura original, y en cada zonita tenemos una parte histórica".  
Cuando estalló la Guerra Civil, la bodega se convirtió en cuartel general de ambos bandos, y todavía se pueden acariciar las cicatrices de la contienda en una barrica tatuada de metralla: "¡Ya ves que no abrían el grifo para beber! Mi familia pudo sacar unas cuantas botellas del 36 y dos barricas, pero de 1894 no quedó nada...", cuenta Leonor.   
Barricas que sobrevivieron a la batalla, fudres antiguos para transportar el vino, una revolucionaria despalilladora sobre ruedas, tinas de fermentación de 1894... Bodegas Lalanne es una suerte de museo salvajemente vivo, un puzle que reconstruye la memoria de una comarca: "Fuimos la primera bodega del Somontano y la primera de Aragón en embotellar. Formamos parte de la historia de mucha gente, y eso nos encanta".
Una de las señas de identidad que comparten las bodegas de esta tierra vibrante y generosa es la práctica de una viticultura muy cualitativa: "Reducimos muchísimo la producción para concentrar la calidad, nos interesa que la uva que llegue a la bodega sea muy buena. Tenemos un rendimiento de 4.000-4.500 kilos por hectárea", explica Leonor Lalanne. La media de la D.O. se sitúa en unos 5.000 kilos, poco más de la mitad de los máximos permitidos (8.000 para tintas y 9.000 para blancas). En la cosecha de 2020, calificada como excelente, se recogió un 28% menos que en 2019: "La uva que quedó ha sido mucha menos, pero excepcional", subraya María Elisa Río, directora de comunicación del Consejo Regulador, nuestra guía en este emocionante viaje, que defiende que para entender el territorio hay que sentirlo: "Queremos que la gente disfrute, eso es cultura del vino. Que vengan, vean los Pirineos, visiten una bodega, paseen por Barbastro, que coman, beban y vivan".

El legado que quedará
Viñas de belleza rebelde, vinos de una frescura subyugante, villas medievales que se asoman al vértigo, bodegas muy especiales, una gastronomía que atrapa el paisaje, hoteles con encanto donde sentirse una estrella del rock... Joaquín Torres, responsable de Enoturismo de Viñas del Vero, nos da una pista sobre el perfil de aquellos que visitan la Ruta del Vino del Somontano: "Es un enoturista que se tatúa, que repite".
Una de las embajadoras más internacionales de los vinos de la región, Viñas del Vero, se asienta en el triángulo donde comenzó el Somontano reciente, junto a Bodegas Lalanne y Pirineos. En el Somontano más ancestral ya moraban las autóctonas Moristel, Parraleta y Alcañón, y otras variedades tradicionales como la Macabeo, la Garnacha, la Garnacha Blanca o el Tempranillo: "Con Lalanne llegaron la Cabernet Sauvignon, la Merlot y el Chardonnay, y eso hace que nosotros ya las consideremos tradicionales, vienen a sumar en este mapa varietal tan complejo. Ahora estás en la bodega que tiene las 15 variedades y que elabora casi las 15 por separado, y eso da complejidad", señala José Ferrer, enólogo de Viñas del Vero, donde conviven tres identidades: Viñas del Vero, Secastilla y Blecua.
Viñas del Vero elabora etiquetas tan emblemáticas como su monovarietal de Gewürztraminer 2020, un Pinot Noir 2020 rosado muy sugerente o un Riesling 2020 de la exclusiva colección Secretos de Bodega, provocadora espinita vinícola que procede de un viñedo con una curiosa historia. Su Chardonnay 2020 fermentado en barrica nace de un juego dialéctico entre viñas "que se las saben todas" y otras neófitas, y su Clarión 2016, deliciosamente complejo, es de los más enigmáticos de la familia.
El concepto de Secastilla es muy diferente, "terroir a la máxima potencia", y nos lleva a un valle remoto poblado por viñedos viejos de Garnacha centenaria: "Se llama así porque los romanos vivían allí y tenían siete colinas desde las que dominaban el territorio. Es muy bonito porque comenzamos recuperando viñedo viejo abandonado. Quisimos desarrollar ese concepto más de terruño, más ligado a un microclima, a una variedad", explica Ferrer. Alberto Nieto, jefe de Elaboración, confiesa su predilección por este proyecto: "Hay una viticultura muy tradicional (en vaso), pero una enología un punto más moderna para poder hacer lo que queremos. La jugada es adaptar la bodega a la viña, no la viña a la bodega".
Las garnachas (blanca y tinta) reinan en cuatro vinos muy diferentes (un blanco, un rosado y dos tintos –Secastilla 2016 es de los que se quedan a vivir en la garganta y la memoria–) que cuentan su historia desde las alturas: "Dejar una herencia mejor es muy fascinante, recuperar lo que se abandona y mejorar el espíritu de un valle. El territorio tiene esa simpatía, esa honestidad, y eso lo tenemos que volcar en los vinos", resalta Joaquín Torres, responsable de Enoturismo.    
En 1997 crearon Blecua como respuesta a un ambicioso desafío: "Queríamos hacer un vino icónico que nos diera reconocimiento, prestigio, y creernos nosotros mismos que en el Somontano podíamos hacer uno de los mejores vinos de España", apunta José Ferrer. Para elaborar ese vino que solo saldría en añadas excepcionales buscaron una bodega propia, y rehabilitaron una casa solariega –la Torre Blecua– construida a finales del siglo XIX al estilo florentino. Blecua, de corazón parcelario, es fruto de una triple selección: de viñedos, de racimos y de barricas. 6.000 botellas con un poder de seducción extraordinario. Aunque el vino no es lo único que seduce en Blecua... también alberga una maravillosa biblioteca gastronómica y su cocina es un auténtico espectáculo sensorial.

La complicidad más bella
Y de la química entre vino y literatura pasamos a una de las complicidades más apasionantes que se conocen: la que se da entre arte y vino. "El arte es la columna vertebral a través de la cual pivota todo lo que hacemos en Enate", señala Ana Gallego, directora de Marketing, Comunicación y Enoturismo en Enate.
Cuando se planteó la creación de la emblemática bodega a principios de los noventa, ya se partió de la búsqueda de un edificio de diseño (finalmente sería proyectado por el arquitecto madrileño Jesús Manzanares): "Entonces, las bodegas no pensaban en enoturismo ni en diseños de vanguardia, y aquí se concebió el espacio para enseñar la bodega", recuerda Gallego.
En el momento de ver propuestas para vestir las botellas, cuenta que salió la idea de utilizar arte aplicado a la etiqueta: "¡Imagínate la revolución que supuso hace 30 años!". La etiqueta del memorable Enate Chardonnay Fermentado en Barrica –ese racimo con caras que ya es todo un símbolo–, ilustrada por Antonio Saura, inició el evocador camino; pero artistas como Eduardo Chillida, Antoni Tàpies o Josep Maria Subirachs lo transitaron después, inspirados por rojos hipnóticos, amarillos centelleantes y otras infinitas de formas de capturar el mundo del vino y sus pasiones en un lienzo vivo (incluso valiéndose de vendas... o fórmulas matemáticas).
"Al principio, la idea era tener la mejor representación del arte contemporáneo aragonés", explica Ana Gallego. Ahora, aquellas etiquetas únicas forman parte de una de las muestras de arte contemporáneo más importantes del mundo, ¡con casi 400 originales!
En Enate, que es bodega y museo, la línea entre arte y vino se entrelaza a cada paso, y llega hasta sus viñas, custodiadas por un Bosque de hierro –obra del escultor oscense Vicente García Plana– que danza al son de las estaciones. Otra de sus obras, La vida del vino, nos habla de raíces y lunas, de barricas y copas, desde dentro de la bodega. "Apostamos por la cultura en general: arte, danza, cine, literatura...", comenta Ana. Y el eterno Federico García Lorca le da la razón desde uno de los cálidos pasillos de la bodega: "Y un olor de vino y ámbar viene de los corredores".
Podría ser el de su rosado, que marcó un hito, situándose entre los mejores del mundo en distintos concursos internacionales ("el objetivo es que cada vino sea top de gama"). O de su Varietales Dos Mil Quince, carnoso y turbador (ya desde su misteriosa etiqueta).

Grillos que revuelven el alma
Y si algo hemos aprendido en este intenso viaje al Somontano es que lo improbable también sucede. Y El Grillo y la Luna tiene un poco (o mucho) de ese lado outsider, de esa locura maravillosa que tanta falta hace en el mundo del vino (y en todas partes). Su director técnico, Alberto Santiago, nos habla de una de las mayores particularidades de la bodega, esa manera de danzar al filo, apurando para recoger la uva muy madura: "Esperamos siempre el momento justo para vendimiar, y decidimos más por cata que por analítica. Que la uva madure a tope es muy importante porque cuanto más lo haga y mejor llegue, menos hay que hacer dentro de la bodega".   
La salvaje diversidad de la zona también alcanza a estos grillos y lunas exquisitamente rebeldes: "Estamos en el límite: de aquí para abajo el clima es semidesértico, y de Barbastro para arriba cambia por completo... ¡a 20 kilómetros de aquí caen casi 100 litros más de agua! Es un territorio completamente diverso, y eso está muy bien para experimentar", afirma Santiago.
Todo en esta pequeña bodega –elaboran unas 180.000 botellas– es diferente: desde su forma de trabajar con los viticultores –pagando por hectárea cultivada y no por kilo de uva, que es lo habitual– y las parcelas (¡de una de ellas se ocupa el caballo Obélix!), la recolección manual al 100 %, la selección grano a grano de la uva... o la vinificación parcelaria: "Llevamos un control muy estricto de parcelas y variedades y nunca mezclamos, somos un poco frikis", confiesa Alberto Santiago.
La calidad de sus vinos, muy personales, es escandalosa. No hay más que catar su 12 Lunas Rosado, elaborado a partir del sangrado de Syrah madura destinada a Grillo, que vuela prácticamente antes de salir; o El Canto del Grillo 2019, un Chardonnay fermentado en barrica de una parcela muy especial... o su Grillo SP (el Súper Grillo) 2011, un coupage de Syrah y Cabernet Sauvignon –"como tiene mala vida, acaba siendo el mejor"– muy denso, casi masticable, capaz de dejar a uno grillado de por vida.

Diversidad palpable
Otra bodega de esas que rompen los esquemas es Sommos, con esa bella geometría ideada por el arquitecto Jesús Marino Pascual que se extiende al viñedo y va mucho más allá de la estética: "Todas las líneas de viña, plantadas en las ocho orientaciones, terminan en la bodega. A priori, un técnico nunca lo habría hecho así; pero una vez entiendes que cada parcela es distinta a la de al lado, te das cuenta de que, aparte de ser original, aporta muchos matices", explica José Javier Echandi, enólogo de la bodega.
Para Echandi, el espíritu de Sommos es la tecnología –trabajan con gravedad, cuentan con las dos primeras prensas verticales neumáticas que se diseñaron en España y tienen sus propias levaduras– al servicio de la enología: "Aunque es una bodega muy grande, la tecnología te permite ser muy eficiente y te deja trabajar como si fueras una pequeña". El hilo conductor de las 21 marcas propias que elaboran –60 si se incluyen las que hacen por encargo– es "la frescura, son muy fáciles de beber", destaca Echandi.
Y tal vez los monovarietales que forman Sommos Colección –"tan vivos, tan frescos, tan intensos, tan diferentes"– sean los que mejor muestren su esencia. Sobre todo si al catarlos se puede tocar y oler un pedacito del suelo donde nacen (un privilegio absoluto): esos yesos de Barbastro que aportan un punto mineral al Chardonnay 2019 –y qué forma de romper los esquemas– o ese granito de Benasque que bajó de los Pirineos hasta alimentar las raíces de un Tempranillo 2018 que reta mentes y paladares.
Hay paisajes que se escriben solos... y el Somontano lo hace con ese inconformismo telúrico y generoso de quien apostó todo al instinto, a la raíz. Y así se acierta siempre.

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