- Antonio Candelas
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- 2021-09-07 00:00:00
La torpe avutarda descansa / al cobijo de una gran sabina / el tomillo y el viento bailan / y solo cuando el río calla / una sombra de ciervo avanza / mientras cubre la luz tardía.
Bodegas Carrascas es un precioso ejemplo de cómo cultura y paisaje son consustanciales al vino. En el corazón de la España de sabinas y monte bajo, de liebres y perdices, muy cerca del mismísimo lugar donde la naturaleza da a luz a las prodigiosas Lagunas de Ruidera, se encuentra la finca de la que la familia Payá, de origen alicantino, se enamoró para desarrollar su proyecto vitícola. El lugar deja huella. A 1.000 metros de altitud en pleno monte albaceteño, lejos del ruidoso asfalto, la vista se pierde entre viñas, almendros y carrascas. La atención se distrae con el saleroso baile de los ciervos y el preciso vuelo de las aves, mientras, el olfato queda impregnado por los frescos aromas del romero y el tomillo. Y entre tanta belleza diseminada por las 540 hectáreas de la finca, alrededor de una bodega de líneas concisas, trazadas con disimulo, casi con pudor para no romper la magia del entorno, 55 hectáreas de viñedo con el que elaborar un vino que cuente este espectáculo en la mesa.
Rafael Veas es el director general del proyecto, pero es más acertado llamarle Maestro. Él afina cada uno de los instrumentos para que de la bodega salga la armoniosa melodía líquida que seduzca los exigentes paladares. "Trabajamos para transmitir con la mayor fidelidad posible lo que nos ofrece el entorno. Es clave tener una gran uva ajustando al máximo la producción, para luego elaborar con guante de seda y llegar al mercado en el momento justo", nos cuenta Rafael. Viognier y Chardonnay, en uvas blancas, y Tempranillo, Merlot, Syrah y Cabernet Sauvignon en tintas son las variedades con las que construyen sus seis vinos. Tras esas líneas de cepas, orientadas en el eje norte-sur para aprovechar las horas de sol, en las que los racimos justos se exhiben impecables y en cuyo suelo la cubierta vegetal enriquece el sustrato arcillo calcáreo, está la mano de José Ramón Lissarrague. Él, junto con Ignacio de Miguel en el terreno enológico, conforman una dupla extradordinaria de asesores expertos que supieron leer lo que la propiedad quería obtener de aquel lugar.
Vinos que cautivan
En proyectos donde el aspecto cualitativo está por encima del cuantitativo, quienes tienen que hablar son los vinos. Unos vinos que, en la renovada imagen que irá llegando con las nuevas añadas, nos cuentan, desde la elegante sobriedad del blanco y el negro, los bellos y caprichosos detalles del entorno a través de sugerentes versos que dan nombre a los vinos. Un bonito juego entre la palabra, la naturaleza y el hombre. Seis vinos, tres gamas y la calidad como innegociable argumento al que dedicar todos los recursos necesarios.
La gama Premium comienza con El Tomillo y el Viento Bailan 2019. Un Viognier intenso, con volumen, fresco y con una sensación frutal que inunda el paladar. Es el único que no está en contacto con barrica y se presenta expresivo y con una entidad varietal perfectamente descrita. Lo acompaña el Carrascas Tinto 2016, que en la próxima añada será La Torpe Avutarda Descansa. Este Tempranillo-Syrah es el más mediterráneo de los seis. La opulencia de la fruta y el toque balsámico lo dotan de una amabilidad deliciosa. Sus 12 meses de crianza no intervienen en exceso en el conjunto.
En el siguiente paso, en la gama Súper Premium, nos encontramos un Chardonnay criado 12 meses en barricas nuevas de roble francés. En la añada 2017 se llama Origen de Carrascas, aunque la siguiente será Y Solo Cuando el Río Calla. Exuberante, sabroso, glicérico en boca, profundo, serio y con capacidad de recorrido en el tiempo. La nobleza se adivina en un delicado amargor final. Su compañero de gama es el Tiento de Carrascas 2015, que próximamente será Al Cobijo de una Gran Sabina. Es un ensamblaje de Merlot y Cabernet Sauvignon en el que la segunda variedad conforma el esqueleto del vino. Perfumado con notas de fruta negra, hoja de tabaco, té negro, especias y balsámicos, el tiempo hace que, aromáticamente, se abra sin límites. Concentrado en boca, con extracto y buena acidez.
Por último, la gama Reserva de Familia. El blanco de Chardonnay llega a tener 24 meses de crianza. Su producción es muy limitada (menos de 1.000 botellas) y lo que mejor lo define es la finura y complejidad que manifiesta. La añada 2015 muestra delicados toques mentolados, ahumados y algún hidrocarburo excepcional. ¿Su nombre? Otro de los versos: Mientras Cubre la Luz Tardía. Y para concluir el retrato poético del entorno, un Merlot del que tampoco se superan las 1.000 botellas. Con el nombre Una Sombra de Ciervo Avanza, se muestra potente, complejo, consistente y muy bien construido. Sedoso en boca, con mucha vida por delante y fabuloso en el paso por sus recuerdos mediterráneos.
Hasta aquí el cuadro de un día en un lugar exclusivo de nuestra geografía. El recuerdo será imborrable, los sabores y aromas los podremos revivir en cada sorbo de sus vinos.
Bodegas Carrascas
Ctra. El Bonillo - Ossa de Montiel, Km. 11,4. El Bonillo (Albacete)
Tel. 967 965 880 / www.carrascas.com