- Redacción
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- 2021-12-01 00:00:00
Una inmersión en el paisaje de Rioja Alavesa tendría que estar entre las cinco cosas imprescindibles que todo ser humano debe hacer en su vida. El compromiso social, la colaboración entre los habitantes de la comarca y la sagacidad para construir un futuro son valores de aquella tierra.
L a reflexión sobre el porvenir del campo hecha a pie de viña, teniendo en cuenta a todos los elementos que rodean al viticultor, incluyéndole a él como principal escultor y mantenedor del paisaje, es la única vía por la cual se puede ir construyendo, de una forma sólida y permanente, el futuro a las generaciones venideras. Juan Luis Cañas y todo su equipo llevan años desarrollando en las bodegas de Amaren (Samaniego) y Luis Cañas (Villabuena de Álava) una forma de entender el vino que trasciende más allá de los objetivos a corto, medio e incluso largo plazo que en toda actividad se plantea. La totalidad del trabajo, desde el más cotidiano y aparentemente irrelevante hasta el proyecto de I+D+i más sofisticado y sobresaliente, se ejecuta con una visión global y solidaria en la que la repercusión favorable debe hacerse extensiva a todos los pueblos de la Rioja Alavesa. Una sensibilidad que nace de la vocación y tradición viticultora que la familia Luis Cañas ha ido heredando desde hace ya cuatro generaciones.
Gracias a esa tradición, son sabedores de que la sostenibilidad ambiental, que pasa fundamentalmente por salvaguardar el equilibrio establecido entre la naturaleza y el ser humano en aquel rincón entre el río Ebro y la Sierra Cantabria, solo puede alcanzarse si existe una sostenibilidad económica y social. Solo de esta manera se evitará un éxodo masivo de los jóvenes por culpa de la falta de oportunidades en el pueblo para desarrollar su vida profesional y personal.
Calidad desde la personalidad
Es curioso que en un momento en el que todo se mide por parámetros de calidad para establecer actuaciones de mejora sobre un proyecto o un producto final como el vino, no sea este el objetivo primordial que persiga el equipo de la familia Luis Cañas. Claro que buscan que los vinos sean de una altísima calidad y que el mercado los aplauda, pero ese camino lo quieren andar marcándose como principal meta la innegociable personalidad de sus vinos. Este pensamiento se explica al mirar con detalle la línea de trabajo que se lleva aplicando en ambas bodegas de la familia Luis Cañas durante años: el rescate de viñas viejas, la restauración de los elementos que conforman el paisaje y la recuperación de variedades e identificación de otras desconocidas son las tres vías por las que se entiende la búsqueda incesante de ese carácter distintivo que de valor a la comarca en el futuro.
Entre el viñedo propio y el que gestionan suman 460 hectáreas: Luis Cañas (380) y Amaren (80). Todas ellas de buena viña vieja y a pocos kilómetros a la redonda de cada bodega, están repartidas en 1.100 parcelas de menos de media hectárea: son la motivación principal para trabajar bajo el objetivo de la personalidad. ¿Qué aporta la viña vieja a un vino? La diferenciación. Junto con el clima, el suelo y la mano del hombre, la viña es el cuarto pilar sobre el que se crea el concepto de terruño. La cualidad distintiva de estos majuelos es la diversidad varietal que albergan. Incluso de una misma variedad se encuentran varios clones con características diferentes. Esa riqueza de plantas confiere un carácter al vino que la viña joven no posee. Esto no excluye al vino de viña joven de la calidad, pero no le adjudica esa distinguida personalidad que la familia Luis Cañas busca en sus vinos.
Por contra, la mayor amenaza del viñedo viejo es el agotamiento del viticultor. La dureza del trabajo y la falta de rentabilidad hacen que la decisión de arrancar la viña y plantar otra de más fácil mecanización y mayor producción sea tentadora cuando los años avanzan y no perdonan. Para evitar tal desmán, justificado, pero desmán al fin y al cabo, en la familia Luis Cañas buscan vías para frenar el abandono o arranque de las viñas: desde el intercambio de parcelas con el viticultor, el arrendamiento de la gestión o incluso la compra como última solución, se busca a toda costa que ese patrimonio no pase a "peor vida".
Restauración del paisaje
Los viticultores de Rioja Alavesa tienen un arraigado sentimiento de pertenencia que los ayuda a establecer entre ellos una preciosa relación de confianza. De esta manera, las labores en la viña o las necesidades puntuales de recursos están cubiertas entre ellos. Esta forma de entender el colaboracionismo entre iguales proviene de la cultura minifundista de la comarca, otro de los valores que enriquece la diversidad en la viña y protege esa personalidad que desde la familia Luis Cañas tanta importancia dan. La regla de tres es muy sencilla y funciona: a mayor cantidad de pequeños viticultores, mayor riqueza vitícola y por tanto enológica. Cuando la mayoría del viñedo pertenece a las bodegas, de una forma lógica y natural se les da uniformidad y, por lo tanto, el vino resultante puede ser de calidad, pero sin ese toque de distinción personal.
Esta visión sobre la gestión de la viña y sobre la relación entre viticultores es lo que todo el equipo de Luis Cañas pretende conservar y proteger, sabiendo que quien mejor conoce cada una de las cepas de una parcela es el que las ha estado cuidando toda su vida. Y lo saben por el conocimiento que les otorga su dilatada tradición viticultora. El viñador es clave para custodiar la ansiada personalidad de la zona. Sin él sería imposible preservar el toque de distinción de cada una de las más de 1.100 parcelas con las que la familia trabaja. Se podrían cultivar, pero con otros criterios en los que la homogeneización echaría al traste el paisaje y el carácter del vino.
Y es que proteger el paisaje es otra de las metas que entronca con el objetivo último de que cada sorbo de vino de la familia Luis Cañas insufle personalidad desde el terruño. La idea es fortalecer y favorecer el equilibrio en el ecosistema de la viña. Conseguir que este cultivo se convierta en un corredor verde para que abejas, lagartos y lagartijas, caracoles y demás animales campen a sus anchas por los viñedos. Esta forma de cuidar la biodiversidad del entorno no solo se enfoca desde la reducción de fitosanitarios. El cuidado de los árboles que motean las parcelas de viña, la plantación de especies propias de la zona –como olivos, almendros y frutales– o frenar la eliminación de ribazos para unificar parcelas son algunas de las acciones que se llevan a cabo para preservar la heterogeneidad del paisaje, que sin duda queda plasmada en el vino. Pero además hay un trabajo muy importante de restauración de elementos culturales construidos por el hombre que definen el paisaje y a su vez sirven de refugio para insectos y otros animales: muros, guardaviñas, chozas, bebederos... Como veréis, elaborar un vino que mire al paisaje es importante, pero cuidar ese medio en el que la viña vive es la clave. Sin esto último, lo primero carece de importancia.
Buscando el vino del futuro
Aquí no acaba la revalorización de la comarca porque no solo hay que pensar en plazos cortos. De nada sirve lo trabajado si no se pone la mirada en el futuro, y no hay forma más bella de apuntalarlo que rebuscando entre los cajones del pasado, en los que siempre se encuentran herramientas útiles traspapeladas en el tiempo. Eso es lo que la familia Luis Cañas está realizando desde 2016, cuando comenzaron a desarrollar un proyecto de I+D+i en colaboración del Instituto de Ciencias de la Vid y el Vino de Logroño con el que identificar la riqueza de las parcelas. Reconocer clones, estudiar la presencia de variedades desconocidas u olvidadas fue la primera fase de este apasionante estudio. La sorpresa saltó cuando se descubrieron tesoros tan interesantes como varias plantas de Benedicto, la madre de la popular Tempranillo, que se pensaba extinguida. Otras como Cadrete, Garró, Salvador, Mencía, Bobal o Morate, entre otras tantas, fueron confirmando la riqueza vitícola de la comarca. Uvas minoritarias que hace décadas se plantaban en Rioja no sabemos si de forma consciente o como fruto del puro azar. Esto sin contar con el listado casi infinito de clones de Tempranillo, Graciano o Garnacha. O mutaciones que, si son ventajosas, pueden afianzarse como fruto de la propia evolución varietal.
Una vez identificadas las variedades hay que categorizar sus cualidades vitícolas y enológicas para adecuarlas a las necesidades del futuro. Sabemos que, por desgracia, el rodillo del cambio climático acabará pasando por nuestra viticultura y deberemos estar preparados con variedades que soporten estas subidas de temperatura y escasez de precipitaciones. Por eso se hacen microvinificaciones para sacar conclusiones y dar rigor técnico a un trabajo que debe tener aplicación en las próximas décadas, identificando las variedades que sean más resistentes a la sequía, su ciclo sea largo o que preserven la preciada acidez a pesar de las condiciones climáticas.
Hablando de los resultados que están dando las primeras microvinificaciones de Benedicto, Morate, Garró, Cadrete, etc., se abre un sinfín de posibilidades. Ya se pueden catar en el espacio I+d+i de la bodega estas variedades que quizás nunca habían sido objeto de estudio enológico. Por ejemplo, se han detectado variedades capaces de mantener un nivel de acidez muy alto, por lo que darán mucho frescor al vino. Otras destacan por su maduración tardía, que son las que generan mejores expectativas frente a un clima cada vez más seco. Además, algunas de estas variedades dan vinos con una graduación alcohólica más baja, mientras que otras destacan por su resistencia al mildiú. Son algunas de las cualidades de las variedades encontradas en el viñedo de la zona de Rioja Alavesa entre Samaniego y Villabuena de Álava. El último paso para que el proyecto sea de utilidad en el futuro y se evite la erosión genética a la que estaremos abocados si no se protege es reproducir estas variedades y clones en un campo de germoplasma para poder así garantizar su reproducción.
Hoy, ver las pequeñas elaboraciones de las variedades en estudio, algunas de apenas un litro, nos da idea del minucioso trabajo de búsqueda y replicación que se está realizando para rescatar verdaderas joyas de la arqueología vitícola de la zona con las que poder continuar reconociendo el vino de la Rioja Alavesa en las próximas décadas. Todos los recursos y el conocimiento aplicado tienen que ver con perseguir una revalorización de la actividad vitivinícola de la comarca desde las raíces, sabiendo que un vino procedente de aquella tierra, observada con mirada cautelosa por las amenazantes nubes del norte encaramadas a la Sierra Cantabria, guarda el secreto de un pueblo fiel, solidario y comprometido que ha ido forjando un prometedor futuro para las próximas generaciones.
Bodegas Luis Cañas
Ctra. Samaniego, 10
01307 Villabuena (Álava)
www.luiscanas.com
Tel. 945 623 386