- Raquel Pardo
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- 2022-05-30 00:00:00
La Conca de Barberà atesora una interesante historia ligada a la agricultura, un bello patrimonio cultural vinculado al vino y una de las variedades más desatendidas de la piel de toro: la Trepat, una uva autóctona cuyo cultivo se reduce prácticamente a las inmediaciones de la Denominación de Origen y que, gracias a las nuevas tendencias de consumo, se ha convertido en uno de los principales activos para los bodegueros de la región.
"Es un lugar peculiar. Una denominación de origen que ha sabido mantener el patrimonio vitivinícola que tenía, sus variedades autóctonas; un lugar de paso que también se ha nutrido de la riqueza varietal procedente de otros lugares y que, como ocurre en otros sitios pobres, ha tenido una viticultura más orientada a la cantidad que a la calidad; que, de sus 6.000 hectáreas de viña, 5.000 se destinan a elaborar vino base para cava". Así describe el enólogo Ricard Rofes la D.O.P. Conca de Barberà que se encontró cuando llegó a la zona desde la prioratina Scala Dei, de la que era director técnico, para renovar los vinos de Abadía de Poblet.
Quizá esta visión resuma muy bien lo que es Conca de Barberà y el momento por el que pasa esta joven denominación de origen catalana, situada en el norte de la provincia de Tarragona y con una forma de olla que flanquean dos ríos, el Francolí y su afluente el Anguera. Una tierra con una aplastante tradición agrícola que, sin embargo, ha permanecido en la sombra como proveedora de uvas para cava; una región con una variedad prácticamente única en el mundo que se ha diluido tradicionalmente en los espumosos de la vecina D.O.P. Penedès, trabajada por viticultores que, no habiéndole dado un valor propio a ese patrimonio enológico (que se extiende desde la Trepat a la Parellada, la Garrut (Monastrell) o la Garnacha, bien adaptadas en la zona), han apostado por contribuir a sumar etiquetas para otras denominaciones. Y una región de cooperativas y pequeños productores donde a una de sus bodegas punta de lanza, Torres, gracias a un acuerdo histórico se le permite comercializar sus vinos con la contraetiqueta de Conca de Barberà aunque no dispone de instalaciones en la zona. En esta Denominación tiene dos blancos de Chardonnay y uno de sus tintos top, Grans Muralles (quizá el vino de precio más alto de Conca de Barberà), elaborado con Cariñena, Garnacha, Querol, Monastrell y Garró.
Pero es también una región donde el paisaje de viñedo acompaña un entorno rural encantador, con multitud de enclaves naturales y un clima que contribuye a la óptima maduración de las uvas que allí se cultivan; un territorio que fue cuna de los primeros movimientos cooperativos y que, de algún modo, ha sabido mantener ese espíritu, que aún pervive entre sus productores. Una denominación de origen que acoge diferentes perfiles bodegueros y que está empezando a ganar identidad sin perder diversidad. Y a la que el mercado, ansioso por encontrar vinos frescos, ligeros en volumen y alcohol, plenos de fruta y placenteros antes que soberbios y opulentos, está abriéndole las puertas de par en par.
Lugar de paso... para explorar
Conca de Barberà es un valle fluvial rodeado de sierras por los cuatro costados: Miramar y Cogulló al este, Tallat y Vilobí por el oeste; Monclar Codony y Comalats por el norte y Prades por el este, con capital en la bonita localidad medieval de Montblanc, donde se encuentra el Consejo Regulador de la Denominación de Origen, y pueblos con encanto como Barberà de la Conca, Pira o L'Espluga de Francolí. Sus viñedos están plantados a altitudes entre los 350 y 900 metros y bañados por un clima mediterráneo de influencia continental y con grandes diferencias de temperatura entre el día y la noche, debido a que Miramar y el estrecho de Riba, ya en Alt Camp, tamizan la influencia del viento procedente del mar.
Con suelos de material aluvial y componentes arcillo-calcáreos y algún terreno con llicorella cerca de las montañas de Prades, es un lugar de clima idóneo para las variedades de ciclo largo como la Trepat o la Parellada. Aunque su capacidad de crecer es significativa debido a que la mayor parte del viñedo (80%-90%) se destina a cava, el amparado por la D.O.P. Conca de Barberà alcanza las 3.800 hectáreas que cultivan unos 650 viticultores y elaboran 24 bodegas.
Si bien la Denominación de Origen como tal tiene una relativa juventud (35 años), sus raíces vitícolas se hunden un poco más en el suelo de la Historia, en una época anterior al Imperio Romano; aunque con la ocupación sarracena y la prohibición coránica de tomar alcohol, el viñedo de la Conca desapareció en gran parte, hasta la Edad Media y la llegada de los siempre fiables –para esto de la elaboración de vino– monjes benedictinos que se establecieron en los monasterios de los alrededores.
Conca de Barberà cuenta con uno de los más impresionantes, Poblet, una auténtica ciudad fundada por los cistercienses, quienes volvieron a instaurar la viticultura en la región. El monasterio, fundado en el siglo XII, posee viñedo en el interior de sus muros; entre ellos, una parcela de Pinot Noir, variedad que rememora el origen borgoñón de la orden y con la que Codorníu, propietaria de Abadía de Poblet –una bodega que se encuentra dentro del monasterio–, elaboraba vinos antes de volcarse con variedades autóctonas en la primera década del siglo XXI y lanzar al mercado la añada 2014 de su primer tinto elaborado únicamente con Trepat, La Font Voltada.
En Conca de Barberà, el viñedo repuntó en el siglo XVIII, pero, curiosamente, fue para abastecer al mercado de los aguardientes. En Montblanc llegó a haber 54 puntos de destilación en 1754, cuyos frutos se mandaban a Reus. Tal fue el crecimiento de esta industria que su época de pujanza, cuando en 1863 llegó el ferrocarril entre Reus y Montblanc, fue llamada la Fiebre de Oro catalana.
La filoxera daría al traste con este sueño dorado, que entró en una crisis que obligó a los payeses a buscar una salida; primero, protestando, y después, construyendo. Construyendo literalmente, porque fue aquí, en la Conca, donde nació el cooperativismo agrícola español en 1894, fruto de esa inquietud de los viticultores y como respuesta a las duras medidas de los terratenientes. Como en otros conflictos, si hay que buscar un héroe, se encuentra en la figura de Joan Esplugas, a quien se le atribuye la implantación en la comarca del necesario pie americano para injertar las nuevas cepas y empezar de cero.
Del monasterio a la catedral
Las cooperativas que se desarrollaron en la Conca de Barberà fueron muy activas y promovieron no solo la unidad sectorial, sino también la construcción del primer edificio de cooperativa que hubo en España, levantado en 1903 en Barberà de la Conca. Esta construcción sigue en pie y alberga un innovador proyecto de emprendimiento colectivo, el Viver de Celleristes, donde los bodegueros pueden comenzar a elaborar sus vinos sin tener que realizar las fuertes inversiones iniciales que requiere montar una bodega.
El líder del movimiento cooperativo Josep M. Rendé, considerado uno de los agraristas más importantes del siglo XX, impulsó la construcción de otro edificio cooperativo en su pueblo natal, L'Espluga de Francolí, en 1912. Lo más llamativo de esta iniciativa fue que para levantarlo recurrió a Pere Domenech i Roura, un arquitecto modernista que creó un edificio funcional, de techos altos y sostenido por pilares, con naves y arcos ojivales que hoy alberga el Museo del Vino de la localidad. El arquitecto construiría después la de El Sarral, y a ella seguirían los edificios cooperativos de Barberà de la Conca, Rocafort de Queralt y Montblanc, levantados por el arquitecto César Martinell y todos con un marcado estilo modernista, de techos muy altos, arcos y larguísimos pilares para albergar grandes depósitos y hacer del espacio un lugar funcional, en el que se pudiera trabajar. Eso no impidió que su aspecto esbelto y luminoso les valiera el calificativo de Catedrales del Vino, un término más que acertado que acuñó el escritor Àngel Guimerà para denominar a estos edificios, de los que hay cinco en la Denominación de Origen y que merecen, al menos, una visita de reconocimiento.
El vino pasó, pues, de los monasterios a estas catedrales laicas que aún siguen en pie y en activo, aunque no en todas se elabora vino.
El cava, ángel y demonio
Aunque resulte curioso, para hablar del vino en Conca de Barberà se hace necesario hablar de cava, una suerte de benefactor y tirano al mismo tiempo, pero íntimamente ligado tanto a su historia como a su devenir vitivinícola: "El cava ha sido durante mucho tiempo un salvador, un ángel para la Conca de Barberà, porque permitió que los agricultores pudieran ganarse la vida", explica el presidente del Consejo Regulador de la Denominación de Origen, Ricard Sebastià Foraster, de la bodega Josep Foraster. Sin embargo, continúa, "ahora hay una apuesta real por la Trepat que incluye a bodegas y cooperativas, pero el 80% del viñedo de Conca nutre a productores de cava, ya sea con uva, con vino base para cava o cavas en punta", comenta. Esta es una piedra en el camino del crecimiento de la D.O.P. Conca de Barberà, porque una relación comercial estable con los productores de cava resulta más atractiva para el viticultor que lanzarse a elaborar vinos y emprender un proyecto que no se sabe si podría llegar a buen puerto. Es más, un tercio de los elaboradores de Conca de Barberà elaboran también cava, un vino exitoso que se puede comercializar a buen precio y tiene reconocimiento en los mercados, lo cual no deja de ser, en cierto modo, como tener al enemigo en casa, pese a que este enemigo lleve años viviendo ahí y permita desarrollar proyectos propios, aunque a menor escala.
De hecho, durante un tiempo existió una asociación de embotelladores donde las aportaciones para vinos con D.O.P. Conca de Barberà y para cava eran iguales, que era la principal fuente de financiación de la Denominación.
Hablando el idioma Trepat
La Trepat es la variedad que se postula como fundadora de una identidad propia de la Conca de Barberà. Si bien con el nombre de Bonicaire se encuentra alguna plantación de Trepat en Levante, su patria es esta, y aquí es donde siempre ha estado, aunque no ha sido hace tanto cuando ha empezado a tener un merecido protagonismo. Una variedad de crecimiento lento, sensible a las heladas, pero capaz de rebrotar si se hiela, "delicada, aromática, ligera, con poco alcohol, poco tanino y capaz de envejecer", tal como la define la productora Inma Soler, de Mas de la Pansa, un pequeño proyecto centrado en esta variedad y nacido en el Viver de Celleristes en 2016. Soler es de La Rápita, un pequeño pueblo del Penedès, y vino a la Conca por amor a su marido (el productor Bernat Andreu, de Bodegas Carles Andreu en Pira) y a la Trepat, a la que descubrió probándola en ferias por la comarca. Selecciona minuciosamente granos, primero, y vinos, después, para su delicado y elegante tinto Mas de la Pansa, una interpretación de la Trepat que esta productora amante de la Borgoña se esmera en elaborar, no sin dificultad, cada año: viña vieja, levaduras que realcen la variedad y poca madera para que no marque son los mimbres con los que crea este vino en el que "doy lo mejor de mí misma" y que encuentra sitio en restaurantes de prestigio. Cree que la Trepat está teniendo buena acogida en el público porque los nuevos elaboradores buscan fórmulas diferentes de elaborar y otros públicos, más allá de los clásicos, a los que gustar, manteniendo la esencia de la variedad: "Parece que este estilo se ha puesto de moda", comenta.
Si bien ahora cada vez más productores, incluidos los más reacios, se suben al carro de fruta del que tira la Trepat, el que primero se atrevió a elaborar un vino "serio" con esta variedad, y que hoy hasta en su casa tildan de "clásico" pese a que nació en la añada 2004, fue Carles Andreu. El bodeguero y viticultor, admirado por la forma en que los productores gallegos defendían sus variedades autóctonas, se lanzó a dar el paso y hoy en Carles Andreu se elaboran tres tintos únicamente con Trepat, que ahora es la reina de esta bodega que ha renunciado a las variedades foráneas. "Carles estuvo bastante tiempo solo", comenta Inma Soler, quien añade la importancia de que los jóvenes productores se involucren y aporten visiones distintas y formas diversas de entender y elaborar la variedad. Succès Vinícola, otro proyecto nacido en el Viver, o elaboradores como Josep Foraster, Vidbertus y bodegas de más volumen como Montblanc tienen referencias donde la Trepat baila en solitario.
"Cuando llegué a la Conca no entendía que se elaborara una Pinot Noir en zona cálida; los pinot noir buenos de aquí solo se daban en años muy fríos, y estos años son cada vez más escasos", comenta Ricard Rofes, el director técnico de Vins del Llegat –división de vinos de prestigio de Codorníu– acerca de su aterrizaje en Abadía de Poblet desde el cercano Priorat. "Pero vi la Trepat y me planteé hacer algo serio", comenta; con viñas en suelos arcillo calcáreos, esta uva se antojaba ideal para elaborar un vino fino y complejo, identitario de la zona. Rofes agradece al grupo bodeguero la oportunidad de experimentar porque además "salió bien" aunque, matiza, "iba a salir bien tarde o temprano" debido a las condiciones de la zona. Fue tan bien que La Font Voltada ha sido reconocido por la crítica y es una de las referencias de la mejor Trepat de la Conca de Barberà. Rofes también recuerda y agradece la labor de Andreu a la hora de poner la primera piedra en un estilo, un tipo de vinos, que tiene más seguidores que detractores, pese a que hace años no se creía en ella.
Pero ahora, reconoce Ricard Sebastià, "la Trepat está abriendo las puertas de los vinos de la Conca de Barberà a otros mercados"; el presidente puede hablar por experiencia propia, ya que en 2021 la bodega que regenta, Josep Foraster, ha batido sus récords de ventas y este año estrena nuevo vino de Trepat, Pep, un tinto procedente de viñas viejas sobre suelos de alabastro capaces de reflejar muy bien la luz, lo que provoca una buena madurez. Se elabora con raspón para aportar tanino, fermenta y se cría en hormigón. El resultado es un vino de marcado carácter frutal, mineral, muy redondo en boca, fino y con una acidez fresca y apetecible.
Cada vez más productores experimentan con esta variedad, como Rendé Masdeu, bodega que prácticamente tuvo que empezar de cero después de ser completamente arrasada por el desbordamiento del río Francolí en L'Espluga en el año 2019. Su tinto La Trepat del Jordiet incorpora la crianza en ánfora para preservar aromas primarios.
Molí dels Capellans apuesta por resaltar la procedencia con La Coma, de un viñedo viejo plantado a 500 metros de altitud en el año 1936. Clos Montblanc, bodega que surge cuando la cooperativa de segundo grado Concavins pasa a manos privadas en el año 88, opta por un estilo más clásico donde interviene (y se percibe) el roble americano.
De la moda a la tendencia
Aunque la Trepat gana en protagonismo a la hora de definir la identidad de la Conca de Barberà, hay otras variedades también tradicionales y bien adaptadas a la zona que están empezando a ocupar su espacio de forma paralela a la definición de estilo de los productores. Una de ellas es la Parellada, que madura muy bien en la región y da lugar a vinos aromáticos y con una atractiva complejidad. La trabajan muy bien productores como Carles Andreu o Vidbertus, quien opta por una ligera sobremaduración para dar mayor profundidad al vino sin restarle frescura. La Macabeo que elabora Jaume Pujol, discípulo de Ricard Rofes, en Abadía de Poblet incluye un toque brisado que aporta complejidad, una técnica que también incorpora a su vino de esta variedad Josep Foraster. También hay interesantes ejemplos de vinos con Garrut, como el de Cara Nord, o Garnacha muy bien adaptadas a la zona.
Ese trabajo de adaptación y recuperación lo ejemplifica muy bien el soberbio tinto de Torres Grans Muralles, procedente de una finca junto al monasterio de Poblet que combina Garnacha, Cariñena y Monastrell, a las que se unen dos castas ancestrales recuperadas por su equipo de I+D: Querol y Garró.
Aunque minoritarios, se encuentran espumosos de Conca de Barberà. Incluso algunas gangas, como el Portell de aguja blanco que elabora Vinícola del Sarral a base de Macabeo y Parellada y fermentación natural: un vino tremendamente atractivo que no supera los cuatro euros en tiendas. Mas de la Pansa también ha preferido etiquetar su frutal y seductor espumoso de Trepat con D.O.P. Conca de Barberà en lugar de como Cava.
A pesar de esta tendencia a dar valor a uvas tradicionales y muy bien adaptadas al clima y el territorio, no hay que olvidar que hay bodegas que siguen apostando por variedades como la Cabernet Sauvignon, la Merlot, la Cabernet Franc, la Syrah, la Viognier o la Chardonnay –materia prima de Milmanda, uno de los históricos blancos de la zona, elaborado por Torres– ya sea buscando vinos de corte más internacional o bien para utilizarlas en coupages con las variedades locales.
Otro de los puntos de interés de la D.O.P. Conca de Barberà es la creciente superficie de viñedo ecológico o en conversión, que alcanza, según estima el Consejo Regulador, a casi la mitad de su extensión. Bodegas y cooperativas van a una en este sentido, y si bien no es una opción que se luzca como un trofeo, el trabajo en orgánico inunda las viñas en la región.
Foraster espera que la Denominación atraiga a cada vez más productores dispuestos a invertir y no tanto a elaborar vinos por para, porque es la forma de salvaguardar el patrimonio vitícola de la Conca. Pone el ejemplo de Codorníu, completamente integrado en la dinámica de la Denominación y con un impecable trabajo en pro de las variedades propias de la zona. Rofes apostilla que las gentes de la Conca "deben creérselo" para elaborar vinos que sepan mostrar la riqueza del viñedo y su paisaje. Distintos y particulares, únicos, en definitiva, porque, apunta el enólogo, "siendo una denominación pequeña, puede ser la mejor forma de asegurar su supervivencia".