- Antonio Candelas
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- 2023-02-01 00:00:00
Pocas fincas en el mundo pueden presumir de contar la historia de su país a través de su relación con el vino. En Arínzano, ubicado estratégicamente a las faldas de Montejurra, se ha trabajado intensamente para encontrar, a través de sus vinos, el vínculo con el territorio.
A travesar el enorme arco que preside la entrada a la finca de Arínzano es aceptar un apasionante viaje a través del tiempo en el que se deja atrás el ajetreado presente de negro asfalto y prisas antipáticas para entrar en una realidad trazada por sosegados caminos de tierra y una fauna y flora que señalizan la senda mientras se escuchan las aguas juguetonas y traviesas del río Ega. Un río eminentemente navarro que entrega sus aguas al Ebro y que, sin duda, es sobre el que pivota la marcada personalidad de la finca. Los vientos, que nacen en el Atlántico frescos y puros, atraviesan los imponentes accidentes geográficos del norte hasta ser canalizados por los últimos macizos de la Sierra de Urbasa para precipitarse por el río hacia las laderas de la finca. Es entonces donde se produce el milagro, donde comienza a gestarse la creación de un ecosistema único en el que aún resuena el eco de épocas de caballeros medievales, tratos entre nobles y reyes o el paso de los animales acarreados con los aperos de labranza.
Historia milenaria
Antes de sumergirnos en los argumentos sobre los que se basa la incesante búsqueda de la identidad de los vinos de Arínzano hay que ubicar en la historia a esta finca de 392 hectáreas de la que a día de hoy solo un tercio está dedicado al cultivo de la vid. Contextualizamos históricamente el lugar porque creemos que, aunque evidentemente los avatares vividos en tiempos pretéritos no matizan el carácter del vino, sí estamos convencidos de que este debe ser vehículo de cultura, tradición e historia. Una historia que comienza en 1055 cuando el rey navarro García Sánchez VI le concedió la finca a Sancho Fortuñones por defenderlo y restablecerlo en el trono de Navarra. El testigo pasó a una comunidad de monjes que durante cinco siglos desarrollaron una importante labor vitícola. Tras la época de los monjes, llegó la de las grandes familias nobles con Lope de Eulate, primer consejero del último rey de Navarra, que le cedió esta finca en 1520. Antes de que la filoxera hiciera de las suyas, a partir de 1715 el marqués de Zabalegui y sucesores ya se esforzaron en revelar el terruño en sus vinos. En la época moderna, y tras la ruina de la gran plaga, el renacer de la finca vino de la mano del enólogo francés Denis Dubourdieu. Hoy, el presente se vive con la ilusión de trabajar para y por la identidad de cada una de las parcelas en la que está dividida la viña.
Tierra, piedra y agua
Dice quien sabe de esto que no hay grandes vinos sin grandes terruños, pero para descubrirlos hay que dedicar mucho tiempo, conocimiento y sobre todo ser pacientes para saber interpretar las cualidades del entorno para así trasladarlas con acierto al vino. En Arínzano saben que la adaptación y expresión de sus cuatro variedades (Chardonnay, Merlot, Tempranillo y Cabernet Sauvignon) es única porque el entorno es imposible de replicar. Cada una está plantada en un terreno óptimo para sus cualidades. Mientras que la Chardonnay ha hendido durante años sus raíces en terrenos más elevados de roca caliza para dar más concentración y ese punto sápido tan valorado, una uva más sensible al calor como la Merlot se acomoda en terrenos de naturaleza arcillosa cercanos al río. Pero el terruño no solo lo define el clima, el entorno y la variedad. La mano del hombre es fundamental para que los tres elementos anteriores cobren sentido. Desde la elección del suelo en el que se va a plantar cada cepa a cómo se interpreta en bodega su textura y atributos aromáticos, es vital el conocimiento técnico y, si de algo ha de presumir el equipo humano de Arínzano, es de conocimiento.
De esta forma, el proyecto avanza certero hacia la intención de revelar el carácter de la finca en cada una de sus variedades. Si la experiencia fue esclarecedora en el ejercicio de reflexión que se desarrolló con la Chardonnay en diferentes materiales de crianza, próximamente obtendremos los resultados de Merlot, Tempranillo y Cabernet Sauvignon. Un esfuerzo extraordinario que únicamente busca encontrar la verdad a través del terruño. Una suerte de triángulo cuyas proporciones perfectas deben ser determinadas por la sabiduría del hombre sin renunciar a una enología moderna, precisa y sostenible, dictada por la intuición y la experiencia más que por recetas predeterminadas. Todo ello contando con el permiso del tiempo, que ha hecho que mil años después Arínzano siga emocionando.
Arínzano
Carretera Nacional 132, Km, 3.1
31264 Aberín (Navarra)
Tel. 948 555 285
www.arinzano.com