- Antonio Candelas
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- 2025-03-08 00:00:00
Mucho se habla últimamente del nuevo orden mundial, de las tensiones geopolíticas y las políticas arancelarias y casi en paralelo desde hace unos años la viticultura mundial parece pedir a gritos una reordenación en todos los capítulos de su estructura. Con este panorama, queremos hablar de aquellas bodegas de nuestro entorno más cercano que deciden expandir sus proyectos en lugares, en muchos casos remotos, para ampliar mercado, conocimiento y, por qué no decirlo, minimizar riesgos de toda índole.
La viticultura, más allá de ser una actividad agrícola y comercial, ha sido siempre una forma de conexión entre las personas y los paisajes que cultivan. En el mundo contemporáneo, muchas bodegas deciden dar el siguiente paso: expandirse más allá de las fronteras tradicionales de donde proceden y establecer proyectos vinícolas en diferentes partes del mundo. Este fenómeno de internacionalización responde a diversas motivaciones: desde la búsqueda de nuevas oportunidades de cultivo y mercados, hasta la necesidad de adaptarse a las cambiantes condiciones climáticas globales. Los proyectos vinícolas en otros continentes no solo permiten la diversificación geográfica para las bodegas de nuestro país, sino que también representan una oportunidad para compartir la cultura vinícola española, a la vez que se enriquecen con las técnicas y conocimientos locales.
Al comenzar proyectos en otras regiones, las bodegas no solo pretenden obtener una ventaja competitiva, sino también experimentar y aprender del entorno natural, adaptándose a nuevos paisajes, variedades, suelos y climas que presentan retos únicos. El cambio de ubicación, los nuevos entornos y el aprendizaje de nuevas tradiciones y variedades de uva enriquecen el perfil de sus elaboraciones, pero ante todo también el propio proceso de vinificación. Esto se convierte en una vía de intercambio entre las diferentes culturas vitivinícolas, lo que acaba por generar vinos con un carácter híbrido, reflejo tanto de la tradición europea como de las particularidades de los nuevos lugares, una cuestión –la de la transmisión continua del conocimiento– que va integrada en el ADN del sector sea cual sea la realidad que le toque vivir en cada momento.
Diversificación y adaptación
Las bodegas que buscan expandir sus horizontes fuera de de su "zona de confort vitícola" lo hacen principalmente por la diversificación de los mercados, la búsqueda de nuevos paisajes de viñas que ofrezcan características únicas para la vinificación y la adaptación a las nuevas condiciones climáticas y la variabilidad de estilos. La internacionalización les permite, además, afrontar las fluctuaciones económicas y climáticas que afectan a las regiones tradicionales. En muchos casos, las condiciones en las que se producen los vinos en España –como la creciente aridez en algunas regiones, la inestabilidad de las cosechas debido a las variaciones climáticas y los riesgos asociados a la concentración de la producción en una sola región–hacen que la expansión a otras áreas sea una estrategia atractiva para reducir los riesgos y ampliar el espectro de perfiles.
Bodegas Verum, Familia Torres, Raventós Codorníu en España y Sogrape –como el gran grupo portugués que es– son ejemplos de bodegas que han entendido que la diversificación geográfica es una clave para mantener la competitividad y, al mismo tiempo, continuar con la exploración de nuevos horizontes. En Bodegas Verum, por ejemplo, la dirección enológica de Elías López Montero se ha inclinado por buscar nuevos horizontes vinícolas en Patagonia (Argentina) y Chile, donde las condiciones son completamente diferentes a las de La Mancha, su región de origen. Esta apuesta por la innovación y la experimentación con nuevos suelos, uvas y climas refleja la búsqueda de una mayor expresividad en los vinos, un carácter único que capture la esencia de cada región vinícola.
Por su parte, Familia Torres ha seguido un camino similar no solo explorando nuevas tierras vinícolas dentro de España, como Ribera del Duero o Rías Baixas, sino también en América, donde los proyectos en California (Marimar Estate) y Chile (Miguel Torres Chile) reflejan un enfoque global de sostenibilidad y adaptación. La centenaria bodega catalana ha sabido mantener su identidad mientras se adapta a las características de los diferentes escenarios de viñas, lo que le permite crear vinos de gran personalidad que responden tanto a las demandas internacionales como a la tradición familiar.
En el caso del Sogrape, que comenzó en Portugal y que tiene una presencia destacada en España, los proyectos en Argentina, Chile y Nueva Zelanda han enriquecido su propuesta con una diversidad aún mayor. En particular, las bodegas en Rías Baixas, Rioja, Rueda y Ribera del Duero han logrado fusionar el saber hacer portugués con la riqueza de los paisajes españoles, mientras que sus bodegas en Chile y Argentina exploran nuevas expresiones del vino gracias a estilos diferenciales con respecto a los del Viejo Mundo no solo a nivel varietal y territorial, sino de interpretación de los vinos. Esta capacidad para adaptarse y aprender de los lugares del Nuevo Mundo ha resultado en una marca de vinos de calidad internacional que honra las tradiciones locales a la vez que experimenta con nuevas realidades en el sector.
Otra de las casas con más historia bodeguera de nuestro país, Raventós Codorníu, encontró en Artesa Winery en 1991 en Napa Valley (California) y en Septima Wines en 1999 Agrelo, Mendoza (Argentina) dos destinos en los que desarrollar su faceta internacional más allá de los numerosos proyectos que desarrolla en denominaciones de origen patrias.
Paradigmas diferentes
Cada bodega que se ha aventurado en tierras extranjeras ha hecho frente a la complejidad de adaptar su modelo de producción a los nuevos paisajes. Patagonia, por ejemplo, se presenta como un vasto escenario donde la naturaleza se muestra en su forma más pura y salvaje. Los vientos patagónicos, que azotan la región constantemente, no solo son un desafío para las vides, sino que también otorgan un carácter único a los vinos. El contraste térmico entre el día y la noche, típico de esta zona, favorece una maduración lenta de las uvas, lo que permite un desarrollo de aromas complejos y una acidez equilibrada. El paisaje de Patagonia está marcado por grandes extensiones de viñedos que se asientan sobre suelos aluviales y pedregosos, donde el agua de deshielo de las montañas cercanas contribuye a una fertilidad que hace posible el cultivo de variedades de uva que en otras zonas no prosperarían. Así, los vinos de Elías López Montero en Verum han logrado una destacada expresión en esta región, y transmiten una frescura y una elegancia que los hace únicos en el panorama global.
En Mendoza, la región vinícola más famosa de Argentina, la situación es completamente diferente. La presencia de la cordillera de los Andes al fondo proporciona a los viñedos una protección natural frente a las inclemencias climáticas, mientras que el clima árido favorece una concentración excepcional de sabores. Aquí, los viñedos de Raventós Codorníu en Agrelo se sitúan a gran altitud, lo que les permite beneficiarse de las características del clima, que oscila entre temperaturas cálidas durante el día y frías por la noche. Esto es crucial para la producción de vinos con una gran intensidad aromática, sin perder el equilibrio y la frescura. Los suelos mixtos, entre los que predominan los arenosos y pedregosos, típicos de Mendoza, permiten que las raíces se adentren profundamente en el terreno, extrayendo minerales que aportan una gran complejidad a los vinos.
Chile, por su parte, ofrece una amplia variedad de microclimas que van desde la costa hasta los valles interiores, como el Valle de Cachapoal, a 100 kilómetros al sur de Santiago de Chile. En Cachapoal, donde Sogrape tiene el Château Los Boldos, los suelos aluviales y la cercanía de la cordillera de los Andes aportan una gran expresión a las uvas, lo que se traduce en vinos ricos en textura y matices. El viñedo ha prosperado gracias a las temperaturas moderadas del valle, favoreciendo variedades de uva como la Syrah y la Cabernet Sauvignon, entre otras, que expresan todo su potencial en esta tierra. El paisaje chileno es espectacular: las montañas nevadas de los Andes se alzan a lo lejos, mientras que los valles interiores están salpicados de ríos cristalinos que descienden desde la cordillera.
En California, hogar de Marimar Estate de Familia Torres, el paisaje está dibujado por valles envueltos en brumas matutinas donde las viñas se benefician de la influencia del Océano Pacífico, que crea un clima ideal para variedades como la Pinot Noir y la Chardonnay. El contraste entre los valles cálidos y la niebla que recubre las viñas durante la mañana ofrece condiciones excepcionales para que las uvas desarrollen una acidez vibrante y una expresión aromática única. Este tipo de microclima es ideal para producir vinos frescos, complejos y con una gran capacidad de envejecimiento.
Por último, Nueva Zelanda. Desde hace años, se ha ganado un lugar privilegiado en el mundo del vino gracias a sus condiciones únicas y sus vinos vibrantes, en especial los de Sauvignon Blanc y Pinot Noir. Dentro de este escenario, el grupo portugués Sogrape encontró en Framingham el proyecto perfecto para desarrollarse en aquel remoto país. Ubicada en Marlborough, la región vitícola más importante, esta bodega se unió a Sogrape en 2007, pero su historia comenzó mucho antes, en 1981, con algunos de los viñedos de Riesling más antiguos de la zona. Lo que hace especial a Framingham no es solo su excelente ubicación en el valle de Wairau, con suelos aluviales y un clima perfecto para la maduración de la uva, sino también su filosofía: aquí no se siguen tendencias, se crean vinos con carácter, con la intensidad y pureza que a ellos mismos les encanta beber. Gracias a este enfoque, han logrado un reconocimiento tanto en Nueva Zelanda como a nivel internacional y han logrado que también en tierras remotas Sogrape sepa cómo dejar su huella en el mundo del vino.
Internacionalización retadora
El proceso de internacionalización de estas bodegas no está exento de desafíos. Las bodegas deben adaptarse no solo a los climas, sino también a las culturas y tradiciones vinícolas locales. La investigación de nuevos métodos de cultivo, la selección de variedades adecuadas y el estudio del suelo son aspectos cruciales para garantizar una producción exitosa en nuevos terrenos. Además, la sostenibilidad se ha convertido en una prioridad dentro de los proyectos internacionales, donde el respeto por el medio ambiente y la utilización de prácticas agrícolas responsables son fundamentales para asegurar la longevidad de los viñedos y la viabilidad de la producción.
Bodegas como Familia Torres han integrado la sostenibilidad como un eje central de su estrategia de internacionalización. Desde la implantación de prácticas de viticultura orgánica en California hasta el uso de energía renovable en sus bodegas, han demostrado que es posible expandirse sin perder de vista el compromiso con el medio ambiente. La adaptación al cambio climático, la conservación de la biodiversidad y la promoción de la economía circular son algunos de los principios que guían su actividad en el Nuevo Mundo.
Raventós Codorníu, por su parte, ha llevado su extenso conocimiento en elaboración de espumosos en Cava al proyecto californiano Artesa Winery, exportando toda la experiencia a una zona donde las variedades Pinot Noir y Chardonnay son idóneas para esta categoría tan demandada hoy en día a nivel mundial.
Sin embargo, con las 1.600 hectáreas de viñedo que posee Sogrape repartidas por todo el mundo son capaces de desarrollar estilos diversos para un mercado cada vez más atomizado, polarizado y, por tanto, retador. Una forma valiente e inteligente de entender y atender una demanda fluctuante.
En otro orden de magnitud, a Elías Montero, con su estilo aventurero y desafiante, le gusta la interpretación mestiza de sus vinos, en los que siempre aporta algo de su querida tierra manchega, bien sea a través de su conocimiento enológico y vitícola o con la utilización de elementos como las tinajas tomelloseras en sus elaboraciones transatlánticas.
Estos cuatro proyectos de diferente concepción son ejemplos de bodegas y personas que han entendido que traspasando fronteras se toma directamente partido sobre el desarrollo del sector vitícola mundial, que aún goza de un potencial enorme a pesar de las tribulaciones propias y ajenas del entorno del vino.