- Redacción
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- 2013-04-01 09:00:00
A los 45 años del nacimiento de los supertoscanos y a los 25 de la primavera del vino italiano, en la que participaron decisivamente los vinos-Coca-Cola preferidos en EE UU, nos proponemos hacer inventario: ¿Qué ha quedado del brillo de antaño? ¿Acaso la categoría de supervinos no ha acabado consigo misma hace ya tiempo?
¿Y quién produce hoy los vinos que también mañana querremos beber?
Hace 15 años que el vinicultor estrella del Piamonte, Angelo Gaja, se permitió un viñedo en la Maremma toscana junto a Bolgheri, la patria del Sassicaia: Ca’Marcanda. Era la época en la que los llamados supertoscanos le estaban robando el protagonismo a los vinos típicos de la Toscana como el Chianti Classico o el Brunello di Montalcino, al menos, según los puntos otorgados por la prensa nacional e internacional. El éxito comercial de los nuevos vinos toscanos –internacionalizados con Cabernet, Merlot & cía y con su elaboración en pequeñas barricas de roble, que ya no se comercializaban como vinos DOC o DOCG sino como vino da tavola o IGT (Indicatione Geografica Tipica)– transformó incluso el modo de elaboración y el sabor de los antiguos vinos originarios. El último escándalo del Brunello solo es la punta del iceberg: algunos productores habían mejorado el Sangiovese, que según la reglamentación debe ser monovarietal, con variedades de uva no permitidas. Porque en los últimos 20 años, las regulaciones de muchas denominaciones de origen del centro de Italia, entre ellas también la Toscana, se han ido modificando para adecuarse a las supuestas exigencias del mercado: está permitido legalmente cultivar Cabernet & cía y mezclarla con la tradicional cepa autóctona toscana Sangiovese. El trasfondo: los toscanos originarios, de color más bien claro y acidez de marcada frutalidad, no podían competir en el mercado internacional con las oscuras bombas de fruta con mucho cuerpo y marcada madera, y con nombres fáciles de recordar como Cabernet Sauvignon o Merlot. Pero en lugar de potenciar con orgullo la diferencia, en la Toscana se decidieron, como en muchas otras regiones vinícolas del mundo, a sacrificar la tipicidad de su perfil gustativo a favor del taste of origin, mejor valorado y más fácil de comercializar. Hasta que todos empezamos a aburrirnos soberanamente del mismo sabor de siempre y tuvimos que empezar a aprender en cursillos especiales cómo se escribe la palabra que ya se está empleando en todas partes con más o menos faltas de ortografía: autenticidad. Pero la autenticidad es lo contrario del exceso. También Angelo Gaja comparte esta opinión: “La palabra súper no me parece adecuada para los vinos”. Y nunca quiso producir un supertoscano: “Yo hago vinos finos, nada de supervinos”.
Finalmente, tras los olímpicos excesos en las décadas de 1990 y 2000, hoy las tres nuevas columnas sagradas del vino fino son: frescor, finura y elegancia (por cierto, en este texto casi no aparecerá la palabra terruño). Porque en la actualidad, muchos de los compañeros de profesión de este vinicultor estrella, piamontés y francófilo, están empezando a pensar como él. Así, el mito de los supertoscanos va palideciendo, lento pero seguro. “El nombre aún es importante para los mercados de ultramar”, asegura Axel Heinz, enólogo de Ornellaia, “pero ya apenas tiene importancia en Italia y el resto de Europa.” ¿Habrá acabado también la fase de las bombas de fruta y extracto maduradas en barrica?
Los llamados supertoscanos nacieron hace 45 años con el Sassicaia de Tenuta San Guido en Bolgheri (provincia de Grosseto) y el Vigorello de San Felice en Castelnuovo Berardenga (Siena). Sin embargo, su época de esplendor no llegó hasta la primavera italiana hace 25 años, cuando tras el escándalo del metanol en 1986 los vinicultores decidieron apostar por un nuevo inicio: se acabaron los tiempos de la mercancía de masas sin carácter y también se acabaron los tiempos del Chianti en garrafa enfundada en tela de saco.
Fue 1988 el año que marcó el nuevo inicio. Entonces, el legendario Sassicaia triunfaba en los mercados, y le siguieron otras muchas etiquetas que aún hoy son apreciadas. “Los consumidores y los expertos esperaban entonces un estilo nuevo, un renacimiento del vino italiano”, explica Angelo Gaja. Efectivamente, los vinos de la Toscana fueron los primeros en beneficiarse de la primavera italiana, que aceleró su expansión tras el escándalo. Empleando variedades internacionales, la Toscana obtuvo un éxito inmediato en los mercados, que conocían y apreciaban ese estilo de vino. “El Piamonte, por el contrario, siguió trabajando con las variedades que se venían cultivando allí desde antaño”, puntualiza Gaja: Nebbiolo, Barbera, Dolcetto. “El mercado entendió, con mayor lentitud que en el caso de los toscanos, que también allí la calidad estaba cambiando. Pero la receta básica era la misma: plantación de clones nuevos, mayor densidad de plantación y, en la bodega, sustitución de las barricas de madera utilizadas durante ya décadas por tanques nuevos de acero inoxidable, control de la temperatura de fermentación, un máximo de higiene y –para los aficionados a los excesos– tecnología punta de todo tipo”. Y, por supuesto, no podía faltar el ingrediente principal de los nuevos vinos: la pequeña barrica de roble de proveniencia francesa.
La denominación de supertoscanos (en el original inglés, supertuscans) fue desde el principio un cajón de sastre para los más diversos estilos, que solo tenían una cosa en común: eran caros, no encajaban en ninguna de las denominaciones de origen existentes (DOC, DOCG) y se tenían que vender como vino da tavola, es decir, en la categoría de los sencillos vinos de mesa. Entre las variedades de uva preferidas para los supertoscanos no solo se contaban variedades internacionales como Cabernet Sauvignon y Merlot, sino también la toscana autóctona Sangiovese, siempre y cuando se elaborara en varietal, como por ejemplo en la región de Chianti. También Giovanni Manetti de Fontodi o Paolo de Marchi, de Isole e Olena, tuvieron que embotellar como vino de mesa sus vinos, Flaccianello della Pieve y Cepparello, respectivamente, porque las directrices de entonces solo permitían el ensamblaje para el Chianti Classico. Y el legendario Le Pergole Torte de Montevertine in Radda in Chianti, elaborado por primera vez a mediados de los setenta y que sigue siendo hoy un Sangiovese varietal, también se embotellaba como vino da tavola (actualmente IGT) porque la comisión de cata, en su día, había rechazado este Chianti arquetípico como Classico Riserva con unas breves pero demoledoras palabras: “No adecuado para embotellar”.
El súper-cajón-de-sastre
Pero a diferencia de la DOCG, la denominación extraoficial de ‘supertoscanos’ lo aguantaba prácticamente todo: tanto la elegante finura y el estilo intemporal bordelés del Sassicaia como la maciza opulencia del Masseto o la recia frutalidad de la Sangiovese en un Cepparello –tres estilos que pronto hallaron imitadores en toda la región–. Precisamente el Sassicaia hizo escuela: con la añada de 1968 se vendió este Cabernet por vez primera. Su creador, Mario Incisa della Rocchetta, quería hacer un vino que respondiera a su predilección por los clarets franceses. Las uvas para el Sassicaia siguen creciendo en los mismos majuelos de antaño, incluso el estilo del vino apenas ha cambiado. No obstante, el marqués Nicolò Incisa della Rocchetta –hijo de Mario y actual propietario de Tenuta San Guido– considera el Sassicaia un vino intemporal, pero en absoluto momificado: “Siempre hemos empleado las uvas de las mismas tres o cuatro viñas, nunca hemos añadido ninguna nueva, solo hemos ampliado las existentes”. Así, la composición básica del vino se ha mantenido igual: mucho Cabernet Sauvignon y poco Cabernet Franc.
Las primeras añadas del Sassicaia las distribuyeron los primos de la familia Incisa della Rocchetta: los marqueses Antinori de Florencia, grandes figuras de la vinicultura italiana desde hace siglos. Y al marqués Piero Antinori de Florencia le gustó la idea de un vino toscano “distinto”. Pero no eligió la costa de la Toscana como sala de experimentación, más bien empezó a producir su propia interpretación de la Toscana en viñedos seleccionados en Val di Pesa, en el interior. Además, la variedad autóctona toscana Sangiovese debía constituir el mayor porcentaje de su pago Tignanello. La añada de 1971 fue el primer Tignanello no declarado como Chianti Classico (en el que entonces aún tenían cabida variedades blancas), la de 1975 se elaboró sin variedades blancas y, en su lugar, se ennobleció el Sangiovese con un 20 por ciento de Cabernet Sauvignon y con la elaboración en barrica. Aún más que el Sassicaia, que en realidad procedía de una región que apenas era conocida por su vinicultura, fue el Tignanello el que asombró al gremio. Algo similar había intentado ya la finca vinícola San Felice con el Vigorello, pero con un éxito moderado: aquel Sangiovese que salió al mercado por primera vez con la añada de 1968 no contaba con la maquinaria de marketing de los marqueses Antinori.
Además de esta perfecta maquinaria de marketing, también los enólogos desempeñaron un papel relevante en el escenario de los supertoscanos. Los primeros fueron franceses, sobre todo Michel Rolland, que llegó a la costa toscana a través de la participación de Robert Mondavi en Ornellaia y que aún hoy sigue activo en la costa, trabajando para la nueva finca de vinos finos Monteverro, entre otras. Pero también los hacedores de vinos italianos aprendieron pronto cómo seducir a publicaciones influyentes como la italiana Gambero Rosso o las estadounidenses Wine Spectator y Wine Advocate: Maurizio Castelli, Franco Bernabei, Vittorio Fiore, Attiglio Pagli y, naturalmente, Carlo Ferrini mutaron de expertos a enólogos estrella. Así como en la ópera ya no se hablaba de la ópera, sino de Plácido Domingo o José Carreras, en el mundo del vino ya no se preguntaba por la procedencia, sino por el enólogo. La consecuencia fue que superenólogos como Ferrini o Riccardo Cotarella de Umbria crearon en los años 80 y 90 muchos de los vinos más condecorados de Italia. Su involucramiento prácticamente era garantía de lograr las famosas tres copas del Gambero Rosso. Los ingredientes de estos vinos tan altamente condecorados siempre eran los mismos: fruta muy madura, mucha madera y abundante extracto. Muy pronto estas supersensaciones ya no se elaboraron únicamente en la Toscana, sino que empezaron a producirse tanto en el sur del Tirol como en Sicilia. Pero en última instancia, la palabra súper ha quedado reservada a los toscanos.
El desembarco de los inversores
Como la receta era seductoramente sencilla, aunque cara, atrajo a la Toscana a cada vez más inversores ricos de los sectores más diversos: zares de la moda como Cavalli o Ferragamo invirtieron en una tenuta, así como el cantante Sting (Il Palagio) y otros personajes famosos. Especialmente en la Maremma brotaron como setas suntuosas bodegas de cristal y mármol. Vittorio Moretti, constructor y propietario de la bodega Bellavista en Franciacorta, creó la obra maestra de este nuevo tipo de finca vinícola: Petra, bodega construida en los alrededores de Suvereto integrada en una colina cercana, parece un cruce entre una estación espacial de Star Trek y un palacio inca.
Pronto empezaron a salir vinos, especialmente de la Maremma, con un 15 por ciento o más de alcohol que, si bien en las catas impresionaban por su plenitud y densidad, no invitaban a beber más de una copa. El arquetipo de este estilo de supertoscano era el Masseto, creado a mediados de la década de los ochenta por Lodovico Antinori en su finca Ornellaia, en Bolgheri: opulento, pleno, lleno de fruta y extracto, un vino como un mamotreto, objeto de opiniones encontradas; unos lo adoran, otros lo detestan. Y eso que no se trata de un vino construido, sino del fruto de un viñedo, explica el enólogo Axel Heinz: “El Masseto se elabora del mismo modo y manera desde principios de los noventa. Es un blend de las barricas más diversas y nosotros –Michel Rolland y yo– intentamos, por medio del ensamblaje, conservar su singular estilo opulento. Pero el estilo no es forzado, sino una particularidad de este majuelo con sus suelos de lodo”.
Durante mucho tiempo, el Masseto fue el supertoscano por excelencia, más codiciado aún que el Sassicaia o el Tignanello. Y fue precisamente el éxito del Masseto el que motivó los innumerables plagios que siguieron, sobre todo en la costa toscana. Eran caricaturas del vino, que pretendían impresionar a base de potencia y extracto, a menudo hechos con uva ya casi en proceso de pasificación, violentada para obligarla a dar más densidad y sobremaduración. Por cierto, que ya nadie echa de menos estos vinos, porque en la década de 2000 todo cambió: fue casi una segunda primavera italiana, a la que puso la última guinda el escándalo del Brunello hace cinco año. Cuando salió a la luz que un puñado de vinicultores de Montalcino había mezclado con uva no permitida el Brunello para mejorarlo, muchos se rasgaron las vestiduras. Pero el cambio ya había empezado a producirse hacía mucho: las barricas pequeñas habían sido sustituidas por grandes; las variedades de uva internacionales estaban mal vistas y las autóctonas, idealizadas; ya nadie quería bombas de alcohol, sino finura y elegancia. Italia, siempre tan atenta a la moda, viró de un extremo al otro en un tiempo mínimo.
El renacimiento de las autóctonas
Los vinos de variedades internacionales cayeron en picado, la crisis fue especialmente grave en la Maremma. Durante mucho tiempo, la costa toscana había sido considerada como la mina de oro de la Toscana: no solo los famosos, sino también vinicultores de todo el resto de Italia, de repente eran propietarios de una finca junto al mar Tirreno. Se plantaron incontables hectáreas de viña, incluso en zonas que nunca habían visto una uva. Y se producían supertoscanos –o al menos, la imagen que de ellos tenía el vulgo: Cabernet, Merlot, Syrah, Alicante, Tannat y cepas aún más exóticas, siempre potente, siempre denso, siempre madurado en barrica–. Pero incluso las guías de vinos italianas, que durante muchos años habían sido las profetas de las nuevas regiones vinícolas y sus vinos, a partir de mediados de la nueva década ya preferían las antiguas variedades autóctonas. Se calcula que la demanda de marcas de la costa toscana cayó en un tercio. En Bolgheri intentaron dominar el problema: el número de hectáreas permitido para plantar viñas se congeló en apenas mil y, de momento, no es posible plantar viñedos nuevos. “Lo esencial es que, primero, logremos vender lo que ya producimos”, explica Nicolò Incisa della Rocchetta, presidente del Consorcio de Productores de Bolgheri DOC. Y eso que Bolgheri, al fin y al cabo, es la región más favorecida de la costa: productores como Tenuta San Guido y Ornellaia venden incluso en tiempos de crisis. Más duro lo tienen los pequeños vinicultores, los desconocidos, los que todavía no han logrado hacer una etiqueta de éxito y ahora no pueden dar salida a sus vinos de estilo internacional, vinos que igual podrían proceder de Australia o de Chile.
No solo en la Maremma se está experimentando un cambio de paradigma: también en Chianti han injertado muchas plantas de Cabernet con Sangiovese, Canaiolo o Colorino. Otras, sobre todo la Merlot, al menos se han podido integrar en el Chianti Classico como variedad complementaria a la Sangiovese. Pero en la Maremma no tiene mucho sentido injertar, opina Pascal Chatonnet, enólogo de la finca Petra: “Lamentablemente, en la costa rara vez se encuentran los suelos adecuados o el clima propicio para la Sangiovese. También nosotros buscamos durante mucho tiempo hasta encontrar la parcela que nos convenía. Y es que una finca vinícola en la Toscana, incluso en la Maremma, por fuerza ha de incluir la Sangiovese en su programa”.
¿Es el Sangiovese el mejor supertoscano? Y los supertoscanos, ¿no serán más que una tibia brisa en la milenaria historia del vino? Hay pronósticos según los cuales los vinos del segmento superior pronto volverán a los cálidos regazos de las DOC y DOCG. Las premisas ya se están sentando: en Bolgheri y la Maremma, la mayoría de las denominaciones de origen creadas en los últimos 10 años están abiertas a aceptar variedades internacionales, hasta las menos comunes. Y también el consorcio Chianti Classico está pensando si sería conveniente introducir en la DOCG una categoría de selección propia para los supertoscanos de Sangiovese como el Flaccianello, el Cepparello, etc. Pero Giovanni Mantti, el enólogo del Flaccianello, no se cambiará con banderas ondeantes bajo el techo de la DOGC: “El Flaccianello y otros supertoscanos hoy día son tan fuertes como marca que en realidad da igual la denominación de origen que figure en la etiqueta”. Mientras tanto, la mayoría de los supertoscanos de todas formas ya han dejado de ser vinos de mesa, pasando a ser vinos IGT, una denominación de origen muy liberal que abarca toda la Toscana.
¿Supervinos a precios de saldo?
El antiguo esplendor de los supervinos, muy reanimados también en cuanto al precio, está palideciendo. Incluso el tan soberbio Tignanello ya se vende en los supermercados. El precio comparativamente bajo hizo que volvieran a resultar atractivos estos viejos héroes: el vino se agotó en un solo día. Un supertoscano para cazadores de gangas no es buena señal.
Según Axel Heinz de Ornellaia, el término supertoscano está anticuado: “Refleja un concepto de los años ochenta, en los que era popular presentar mucha fruta, mucho tanino y mucha madera. Pero actualmente con nuestros vinos no queremos fabricar bombas de fruta anónimas, sino expresar nuestro terruño”.
Giovanni Manetti resume: “La denominación supertoscanos posee una gran relevancia histórica que nos ha beneficiado a todos. Pero hoy este nombre no tiene sentido para un vinicultor joven, pues casi nadie logra entrar en la sección de los auténticos supertoscanos históricos. Y se han hecho tan fuertes como marcas que ya no necesitan de ese cajón”. Angelo Gaja no comparte esta opinión: “Las bodegas que producen supertoscanos no tienen ningún motivo para dejar de hacerlo, pues la mayoría de sus consumidores prefieren supervinos. Sobre todo en los mercados no europeos: muchos de ellos son bebedores ocasionales, pero otros son expertos”. Asegura que él quiere crear otro tipo de vino: “Si las condiciones climáticas no cambian sustancialmente, quiero producir vinos elegantes en la Toscana; vinos capaces de contarnos algo, en los que se sienta la brisa marina o los vientos de la Tramontana, la luz tan especial, la magia del paisaje de Bolgheri”. Es decir, vinos toscanos, pero no supertoscanos. Y justo así son los vinos que queremos beber.
Supertoscanos
¿Quién los inventó?
Según la leyenda, la designación de supertuscan la inventó la crítica enológica estadounidense. Robert Parker Jr., abogado de profesión, que desde 1978 publica la revista Wine Advocate, fue decisivo para su difusión. Los nuevos toscanos respondían al estilo de vino que él propagaba: maduro y frutal, rico en taninos, pleno y madurado en barrica. Como los llamó en cierta ocasión un crítico: vinos-Coca-Cola, de sabor homogéneo en todo el mundo. Y las DOC y DOCG italianas no podían competir con ellos: Brunello y Chianti Classico, pero también Barolo y Barbaresco, eran más bien sinónimo de elegancia y longevidad, aunque estuvieran cubiertos de cierta capa de polvo aristocrático –o en ocasiones, rural–. Vinos dated, pasados de moda, en comparación con los vinos emergentes del Nuevo Mundo, con los de California a la cabeza. El mercado estadounidense se entusiasmó de inmediato con esta nueva categoría: en lugar de dejarse marear por las innumerables DOC y DOCG con reglamentaciones de producción a menudo inextricables (entonces aún eran obligatorias ciertas variedades de uva blanca en el Chianti Classico tinto), una sola palabra lo resumía todo: supertuscans, los vinos más soberbios de la Toscana, en la línea de Superbowl o Super League, de supermodelos o superestrellas. Los supertoscanos eran vinos que no se ajustaban a ninguna reglamentación y, en cuanto a las variedades y las técnicas de producción, (casi) todo era posible.
Según la leyenda, la designación de supertuscan la inventó la crítica enológica estadounidense. Robert Parker Jr., abogado de profesión, que desde 1978 publica la revista Wine Advocate, fue decisivo para su difusión. Los nuevos toscanos respondían al estilo de vino que él propagaba: maduro y frutal, rico en taninos, pleno y madurado en barrica. Como los llamó en cierta ocasión un crítico: vinos-Coca-Cola, de sabor homogéneo en todo el mundo. Y las DOC y DOCG italianas no podían competir con ellos: Brunello y Chianti Classico, pero también Barolo y Barbaresco, eran más bien sinónimo de elegancia y longevidad, aunque estuvieran cubiertos de cierta capa de polvo aristocrático –o en ocasiones, rural–. Vinos dated, pasados de moda, en comparación con los vinos emergentes del Nuevo Mundo, con los de California a la cabeza. El mercado estadounidense se entusiasmó de inmediato con esta nueva categoría: en lugar de dejarse marear por las innumerables DOC y DOCG con reglamentaciones de producción a menudo inextricables (entonces aún eran obligatorias ciertas variedades de uva blanca en el Chianti Classico tinto), una sola palabra lo resumía todo: supertuscans, los vinos más soberbios de la Toscana, en la línea de Superbowl o Super League, de supermodelos o superestrellas. Los supertoscanos eran vinos que no se ajustaban a ninguna reglamentación y, en cuanto a las variedades y las técnicas de producción, (casi) todo era posible.
Leyendas antiguas y nuevas12 grandes supertoscanos
Sobre ellos se podrían escribir libros enteros, ¿pero quién iba a querer leerlos? Por eso precisamente, nuestro autor Christian Eder ha resumido en una o dos frases lo esencial de cada uno de estos grandes vinos.
Los clásicos
Antinori Solaia
Un vino de chocolate de la casa Antinori: aromas de praliné y frutillos, posee todo lo que se espera de un supertoscano y, además, algo de Sangiovese para darle una pincelada toscana. www.antinori.it
Antinori Tignanello
Tras un bache de algunos años, en el que se amplió considerablemente el volumen de producción, ahora ha vuelto a su vieja grandeza: domina la Sangiovese noble y angulosa, y la plenitud la aporta algo de Cabernet y un poco de madera. www.antinori.it
Castello di Ama L’Apparita
Es la antítesis del Masseto: este Merlot de pago de Marco Pallanti juega con los tonos delicados. Elegante y equilibrado, es un Merlot de la Toscana extraordinariamente rico en matices.
www.castellodiama.com
Fontodi Flaccianello della Pieve
Puro Sangiovese. Moderno, pero a la vez de una gran finura. www.fontodi.com
Luce Luce della Vite
A pesar de su pasado Mondavi, no es un vino estridente sino de tonos delicados, en los que uno parece sentir las colinas del sur de la Toscana. www.lucedellavite.com
Tenuta dell’Ornellaia Masseto
Como un gran espectáculo de Broadway con mucho de todo, pero en añadas especiales también posee una sorprendente elegancia, inesperada en el caso de este Merlot opulento y blando. www.ornellaia.com
Tenuta dell’Ornellaia Ornellaia
Un vino legendario que equilibra fruta y plenitud, a menudo de una enorme elegancia intemporal. www.ornellaia.com
Tenuta San Guido Sassicaia
Ahora como entonces, sigue siendo un monolito del buen gusto: puro Cabernet, armónico y complejo; un deleite prácticamente siempre.
www.sassicaia.com
Los recién llegados
Bibi Graetz Colore
Interpretación carísima pero extraordinariamente lograda de tres variedades de uva toscanas (Sangiovese, Canaiolo y Colorino): un vino que, en realidad, se podría esperar más bien en la región de Chianti, y no en las colinas de Florencia. www.bibigraetz.com
La Massa Giorgio Primo
Antes un Chianti Classico DOCG, ahora un IGT, es uno de los mejores vinos de estilo bordelés procedentes de Chianti: en la nariz, sobrecogedor; en el paladar, denso, pulido y con mucha casta. ¡Magnífico!
Monteverro Monteverro
Moderna interpretación de la Toscana, de Michel Rolland: mucha plenitud, mucha fruta, pero también notas más discretas, todo ello fundido en este equilibrado pedazo de vino.
www.monteverro.com
Tenuta di Trinoro Tenuta di Trinoro
Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Merlot y Petit Verdot: explosivo y denso, aunque algunas veces –sobre todo en años más desafortunados– puede mostrarse algo más discreto. www.tenutaditrinoro.it