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El avellano –su nombre científico, Corylus avellana, tiene su origen en el término griego kóris, "casco", que hace referencia a esa suerte de capa protectora que lucen sus frutos–, símbolo de fertilidad y sabiduría en diferentes culturas, ha inspirado numerosas leyendas a lo largo de la historia. Una de ellas implica al mismísimo Loki, el dios del engaño en la mitología nórdica (transformado en halcón liberó a Idunn, diosa de la vida y la fertilidad, llevándola en el pico en forma de avellana), y también se dice que su magia terrenal era utilizada por los druidas celtas. A los serenos avellanos les gusta aferrarse a tierras húmedas y sombrías, y su cultivo en España (crecen principalmente en Asturias, Valencia y Cataluña) se disparó a finales del siglo XIX, ocupando grandes extensiones de viñedo arrasadas por la filoxera. La provincia de Tarragona concentra el 80% de la producción de avellanas de nuestro país, y en 1991 se creó la D.O.P. Avellana de Reus para dar a conocer la calidad de este excepcional producto y promover su consumo. Desde el Consejo Regulador explican que tienen un sabor particular, con un punto dulce, ligeramente tostado y graso, suave y muy agradable: "En particular, la variedad Negreta, la más apreciada por su sabor y por su facilidad de pelado una vez tostada". Según indican, su grano goza de excelentes propiedades –las avellanas contribuyen a mantener la salud cardiovascular con su alto contenido en arginina– y cualidades organolépticas para utilizarse como aperitivo en distintas formas (cruda, tostada, frita...) y como ingrediente en pasteles, helados, salsas y diversas preparaciones culinarias. Un dato curioso: este delicioso fruto seco era el preferido del gran arquitecto modernista Antonio Gaudí (dicen que siempre llevaba avellanas en sus bolsillos).