- Redacción
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- 1997-09-01 00:00:00
El café debe su prestigio, junto al embriagador aroma, a un principio activo demonizado en estos tiempos de fundamentalismos salutíferos: la cafeína, parte esencial de su magia y, todo hay que decirlo, agente fundamental de la adicción que el consumo exagerado de café provoca. La cafeína es un estimulante suave y muy beneficioso en dosis moderadas. Su acción en el organismo se debe a su peculiar forma química, correspondiente a una metilxantina. Esta sustancia, una vez deshidratada y purificada, forma una fino polvo cristalino blanco, carece de olor y es extremadamente amarga. Su toxicidad dependerá de la cantidad administrada y de la reacción particular de cada uno. Gente hay a quien una sola taza de café le impide dormir, mientras que no falta quien necesita varias para poder conciliar el sueño. Entre estos extremos, el común de los mortales puede gozar de al menos un par de cafés diarios con gran placer y numerosos beneficios. Y es que en los adultos la cafeína se absorbe con gran facilidad, fundamentalmente en el tracto intestinal. La absorción es rápida en el café caliente, se retrasa en las bebidas de cola, debido a su baja temperatura, lo que aminora el flujo sanguíneo gastrointestinal, y parece ser que se reduce si la bebida está azucarada. La cafeína alcanza el cerebro en unos 15 segundos, y el resto de los tejidos en unos 5 minutos. Luego será metabolizada y eliminada en unas 4 horas, más rápidamente en los fumadores que en los no fumadores, por lo que la asociación tabaco y café reduce los efectos beneficiosos de la cafeína.
Estudios clínicos han demostrado que la cafeína es diurética, facilita la percepción de las excitaciones sensoriales y el ejercicio de la mente, estimula la actividad refleja de la médula espinal, favorece la actividad pulmonar, intensifica el trabajo de los músculos estriados, favorece la dilatación de los vasos sanguíneos, permite una mayor eficiencia y aceleración de las contracciones cardíacas, y por lo tanto de la circulación en general, con aumento de la presión sanguínea. Está fuera de toda duda, tras los experimentos del Dr. Bätting llevados a cabo en el Instituto Suizo federal de la Tecnología de Zurich, que la cafeína presente en el café puede mejorar el rendimiento mental, pues eleva la velocidad a la que el cerebro procesa la información. Por eso es recomendable una taza de café después de las comidas y cuando sea necesario tener la mente lúcida o permanecer alerta.
Estos efectos beneficiosos, que pueden obtenerse con una dosis tan pequeña como 50 mg. de cafeína, que es lo que contiene una taza de café, tienen, lógicamente, su influencia en el sueño. En general, los efectos del consumo de café inmediatamente antes de dormir son: demora en conciliar el sueño, disminución del tiempo total, e inferior calidad del mismo. Ahora bien, diversos estudios han demostrado que una vez conciliado el sueño se tolera bien la cafeína, lo que explica que las personas que sufren alteraciones del sueño por el café son las que lo consumen menos a menudo, mientras que los consumidores habituales no suelen padecer esas alteraciones. Todo lleva a concluir que la cafeína lo que hace es mantener despierto, más que inhibir el sueño. En cualquier caso, es buena medida no tomar café unas 5 horas antes de acostarse.
Otra consecuencia que hay que tener en cuenta a la hora de tomar café es el aumento de la presión arterial, lo que no deja de ser beneficioso para los hipotensos. Los hipertensos deberán consumir cafés bajos en cafeína, como algunos arábicas, y en caso necesario recurrir al “descafeinado”. Pero en general el aumento de la presión sanguínea será muy breve y desaparecerá al poco tiempo. Por eso los países consumidores habituales de café, como Colombia, no presentan una población hipertensa alta. Y es que una ingesta moderada y habitual lo que provoca es precisamente cierta tolerancia a este efecto.