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Tintos con queso de Los Ibores

  • Redacción
  • 1998-05-01 00:00:00

Como casi todos los alimentos manipulados por el hombre, el queso es fruto de la casualidad. Allá por los tiempos del neolítico, tal vez por descuido, alguien abandonó su cotidiano alimento de leche a la intemperie y comprobó, al día siguiente, cómo se había transformado en una masa compacta, que pronto iniciaría su proceso de fermentación. A partir de entonces, el queso es uno de los alimentos más extendidos. Desde los griegos, grandes y sofisticados productores, pasando por los romanos, que lo incluyeron entre la dieta básica e irrenunciable de sus poderosas legiones, hasta la elaboración basada en el estudio e investigación de los monjes monacales. Decía el famoso gourmand Brillat-Savarin que “una comida sin queso es como una mujer bella a la que le faltara un ojo”. Tan alta estima hizo que los franceses alcanzaran gran maestría en la elaboración de sus quesos, plato obligado de toda buena comida.
Los españoles, por el contrario, los hemos relegado a un modesto lugar: la merienda o “tapa” para acompañar el trago de vino con el que “hacer camino”, privándonos del goce de una buena “tabla de quesos” que anteceda al postre. Y eso que nuestro país produce cerca de una centena de quesos, entre los cuales hay algunos soberbios, como Cabrales y Gamoneo asturianos; Picón, cántabro; “Tetilla” y San Simón, gallegos; el Idiazábal vasco-navarro; “Pata de Mulo” zamorano; el Manchego castellano; el Guía o Majorero, canario; el Mahón balear; los andaluces de Ronda y Sierra Morena; el Tupí y Montsec catalanes; Tronchón aragonés; la Torta del Casar o el queso de Los Ibores extremeño. Este último, elaborado artesanalmente con leche cruda de cabra recién ordeñada y cuajo animal, ofrece una densa pasta que va del blanco al amarillento, de un sabor pronunciado, ligeramente ácido, con regusto salino, y sensación mantecosa al paladar.
Armoniza espléndidamente con los mejores vinos tintos extremeños, potenciando su gusto y suavizando los taninos. Y prolonga el matrimonio queso-vino una eternidad.

CAMPOBARRO 1994
Coop. San Marcos.
De atractivo color rojo cereza, capa media. Muy aromático, se aprecian notas frutosas y limpia madera. Desarrolla una suave carnosidad y buen equilibrio.

DE PAIVA 1994
B. Santiago Apóstol.
Color cereza y de capa media. Conserva la frutosidad en nariz aunque arropada con una buena madera. Resulta bien equilibrado, moderadamente tánico y largo.

LAR DE LARES G. RESERVA 1992
B. Inviosa.
Presenta un gran color, cereza, con tonos teja. Potente en nariz, con un buqué de crianza perfectamente desarrollado. Sabroso y aterciopelado en boca; en su punto para consumir.

TORRE JULIA 1994
B. Las Granadas.
Color granate cereza y de media capa, limpio. Aromas potentes, frutosos y de madera nueva. En boca está sabroso, con cuerpo y bastante tánico todavía.

VIÑA JARA 1996
Explotaciones Agroindustriales Badajoz, S. A.
Color cereza picota, cubierto. Atractivos aromas frutosos, con un toque vegetal. Muy sabroso, de notable tanicidad y sabores bien marcados.

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