- Redacción
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- 1999-05-01 00:00:00
No todos los pueblos aprecian de la misma forma los caracoles, hermafroditas insuficientes que provocan muescas de asco en anglosajones y escandinavos. Par ellos, el caracol no deja de ser un bicho despreciable, y la bárbara costumbre de comérselos, a lo sumo una curiosidad etnográfica de los pintorescos países meridionales. ¡Allá ellos con su estirada ignorancia!
El caracol es un manjar sublime que hizo las delicias en los festines romanos, tan amantes de su carne misteriosa, casi divina, que crearon granjas especializadas donde se les cebaba con vino y salvado. En la Edad Media fue estimado plato cuaresmal, no sin arduas discusiones sobre la categoría de su carne. Mereció elogios y recetas de los más afamados cocineros de la época: Enrique de Villena, en su “Ars Cisoria”, Diego Granado, en su “Libro del Arte de la Cocina”, etc. El Príncipe Talleyrand encargó al genial cocinero Carême un plato de caracoles para obsequiar al Zar de todas las Rusias mientras se dibujaba, una vez más, el mapa de Europa.
Si los franceses supieron elevar los caracoles a la categoría de plato refinado, con su magistral receta “a la borgoñona”, y los italianos mantuvieron el imperial gusto por el simpático gasterópodo, los españoles hemos convertido su consumo en un fiesta regional y popular, condimentándolo fundamentalmente con vino, tocino, jamón, ajo, aceite, perejil, cebolla, tomate, hinojo, romero, pimentón y, sobre todo, guindilla, ya que, como dice el refrán, “caracoles sin picante, no hay quien los aguante”. Así han surgido numerosas preparaciones, a cual más deliciosa, que todavía se pueden degustar en numerosos restaurantes y “tascas” de las principales ciudades españolas.
Y para el amante de este manjar, lento, parsimonioso, símbolo tanto de la autosuficiencia, como de esa lúcida visión de la vida en la que el tiempo es una decisión propia, nada mejor que un buen vino tinto de Graciano, cargado de taninos y aromas frutales.
ALEX 1996
Viñedos de Calidad.
Resalta la frutosidad abierta y clara, con notas minerales. Es carnoso, con un paso de boca protegido por un tanino maduro y aromático. Aunque estará mejor dentro de un año, se puede beber muy bien ahora.
Contino Graciano 1996
Viñedos del Contino.
Destacan en él sus aromas originales, notas de fruta fresca, sotobosque y recuerdos especiados de la madera nueva. Sabroso, con cuerpo y algo crudo todavía, es todo un carácter en el paladar.
Ijalba 1997
B. Viña Ijalba, S.A.
Estamos ante un vino muy original, con aromas plenos de frutosidad y muy potentes. Es carnoso y corpulento, y sin embargo conserva la finura necesaria para dar la sensación de equilibrio.
Valserrano 1996
Bodegas de la Marquesa S M S.
Color picota amoratado y alto de capa, como en su abanico de aromas. Notas de frutillos negros y minerales se funden en una buena madera. Con estructura en boca, necesita un período de reposo en botella.