- Redacción
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- 1999-10-01 00:00:00
Beber una copa de buen brandy catalán, de esos que evocan la mejor tradición del método charentes, exige cierto ritual consagrado por el tiempo; sobre todo, si se quiere disfrutar plenamente de su maravillosa gama aromática y de la ardiente suavidad de su sabroso paladar. Y es entonces cuando los elementos para oficiar el rito -copas balón, temperatura, técnicas de cata, etc.- elevan a lo más alto las virtudes agazapadas en el precioso líquido.
Pero todo tiene su momento, y el de la sobremesa, por ejemplo, es el perfecto para degustar un brandy sin más artificios, sólo en su copa frente a la verdad de su riqueza organoléptica. Es la manera tradicional de consumirlo. Y el único instrumento que necesitamos es una copa adecuada: de cristal muy fino y transparente, y con forma de balón. Esta copa balón no debe ser exageradamente grande -exceso un punto cursi- ni muy pequeña, como por desgracia suele emplearse en bares y tascas con excesivo miedo por la integridad de su cristalería. Sin adornos ni artificios, ni tallas, ni bandas de colores que encinten su barriga, que solo estorban la percepción del hermoso color caoba aportado por la madera a este aguardiente sutil.
En el peor de los casos, a falta de copa balón con las dimensiones adecuadas, podemos echar mano de un catavinos. Porque la forma y el tamaño no son en ningún modo un capricho. No es una imposición estética: es que el brandy se siente así a sus anchas, respira -como dicen los expertos-, entrega todos sus aromas de forma armoniosa y los conduce concentrados, gracias a la estrechez de su boca, hacia la nariz del consumidor. Hay otras cuestiones no menores que ayudan a extraer el máximo placer al brandy. Por ejemplo, la cantidad a servir. La medida justa es aquella que, apoyada la copa horizontalmente en la mesa (acostada sobre la panza), no se desborda.
Quizá el peor maltrato que se le puede inferir a un brandy es la mala costumbre de calentar previamente la copa. Algunos, en el colmo de la ignorancia, se ayudan de agua caliente para perpetrar el atentado. Pero así lo único que conseguimos es que los alcoholes se evaporen rápidamente, agrediendo nuestra nariz. Afortunadamente la copa balón de cristal fino se adapta a la mano como un guante: y es ese calor humano el que otorga al brandy la temperatura óptima de consumo.
Y ahora sólo tenemos que acercar la copa a los labios y tomar un pequeño sorbo, eso sí, sin precipitarse. Para disfrutar plenamente de sus cualidades es necesaria una corta pausa una vez decantado. El brandy recién servido tiene una “primera nariz” en la que se perciben limpiamente todos sus aromas volátiles que tienden a evanecerse al agitar levemente la copa. Dejémosla reposar, y, tras una leve espera, volvamos a darle un suave giro; es así como disfrutaremos de la “segunda nariz”, formada por las esencias menos volátiles, más duraderas, de aroma más redondo y estable. Y así llegaremos a comprender por qué el brandy de Cataluña es uno de los más elegantes del mundo.