- Redacción
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- 2001-10-01 00:00:00
Llegaron, junto al legajo firmado por un tal Arnaldo de Vilanova, remitido desde Catalonia por alguien que rubricaba como “un discípulo”, dos redomas lacradas. Dos, por previsión, y las dos intactas, milagrosamente transparentes, agua sobre agua.
... “El Acqua Vitae es una emanación de la Divinidad, sustancia que apenas ahora puede ser desvelada al hombre y que la antigüedad le ha escondido porque la raza humana era demasiado joven para necesitar un brebaje destinado a reavivar las energías de nuestros tiempos de decrepitud. Tomad vino tinto o blanco, claro y aromático y destilad sobre un baño suave, tal como Cleopatra la Alquimista recogió de su maestra María la Egipcia. Y cuando entibie el agua ardiente, la parte más sutil del vino, purificadla hasta que sea desprovista de la flema”.
Los dibujos, las ideas y los trabajos de alta alquimia procedían, sin duda, de Córdoba. Solo allí se hallaba esa perfección de la cucúrbita, ese panzudo fondo de vidrio soplado, y el peculiar ángulo del serpentín, la herencia de la cultura y la ciencia árabe, transmitida al mundo cristiano a través de un sabio de origen judío y -quizá por ello- de espíritu universal.
Aquellas calderas podrían concentrar efluvios de la divinidad en agua de vida. Arnau de Vilanova, maestro de medicina en Montpellier, extrajo en ellas remedios y tónicos para curar papas y reyes y, desde que el monarca catalán Pere el Gran le regaló el castillo de Ollers, en 1285, se ocupó de extraer el espíritu de los viñedos circundantes, de los pagos de Milmanda, corazón de la Cataluña vinícola.
Esa herencia, esa ancestral tradición, revive 700 años después con el sofisticado espíritu del modernismo, y no podía faltar en los experimentos de D. Jaime, fundador de la casa Torres. Pero el gusto de los bebedores se decantaba por los brandies oscuros, por la impronta de la madera, y la receta no se ha convertido en realidad hasta ahora, cuando está en alza el aprecio por la pureza de los orígenes y la riqueza de los aromas.
Los orujos y los aguardientes son la esencia del espíritu de la uva o del vino. El Aqua D’Or es el resultado de la destilación de vinos blancos recién fermentados procedentes de tres variedades de uva, delicadas e inconfundibles: la Ugni Blanc, la Folle Blanche y la Moscatel de grano menudo. Aquí, acariciadas por la brisa de los bosques mediterráneos, parece que se apropiaran de los perfumes de las plantas aromáticas del monte bajo. Por eso conviene servirlo frío, para domar el alcohol, pero no tanto que oculte el regalo a la nariz o al paladar. No ha de ser un cuchillo helado, como las vodkas y otros aguardientes neutros, sino una digestiva siesta a la sombra, un ramillete de hinojo, de tomillo, un concentrado de verano en invierno, para la copa de sobremesa o el contraste con aperitivos nórdicos, con profundos ahumados, con golosas salazones...