- Redacción
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- 2002-01-01 00:00:00
El mazapán lidera, junto con el turrón, el universo de los postres tradicionales gracias a su consabida calidad y al atractivo juego estético que se plasma en este producto. Almendra, azúcar y huevo son la base de simpáticas figuritas, de delicias de variadas formas, rellenas de yema o batata, o de enormes anguilas de llamativos colores. Una magnífica pasarela de tentadores dulces, famosos no sólo por el aspecto meramente gastronómico, sino por su controvertida historia. Reivindican su invención árabes, italianos, griegos, franceses, españoles..., todos quieren ser sus creadores, aunque el origen no está nada claro. Lo que sí está documentado es que el mazapán fue, hasta los siglos XIV o XV, un producto de farmacia que servía para recubrir ciertas píldoras de sabor amargo y que disfrutaba de un gran prestigio terapéutico.
Y por aquello de que a nadie le amarga un dulce, esta sugerente armonía se completa con una selección de tintos dulces: la contundencia sápida del mazapán conjugada con la untuosidad de unos vinos únicos. La equilibrada estructura y la concentración frutal de un porto; la riqueza aromática y la untuosidad de un eiswein; la singularidad varietal y la sutil elegancia de la Monastrell en versión golosa, o el potente y denso carácter de la Garnacha, acompañan a este dulce artesano. Un alimento, como decía Ruperto de Nola allá por el siglo XVI, “ideal para dolientes que pierden el buen comer”, un reconstituyente energético para todos los mortales.
PANSAL DEL CALÁS ‘99
Garnacha muy potente. Aromas de mermelada de frutos negros (casis), guindas en licor, y cacao. Muy sabroso, corpulento y con fresca acidez.
LBV CHURCHILL´S ‘96
Expresivo y maduro. Frutas pasas, toffe y cobertura de chocolate. Armado, con paso equilibrado bien constituido. Agradable y fácil de beber.
DOLÇ DE MENDOZA ‘00
Marcado carácter mediterráneo. Frutas en licor (ciruelas negras), canela, balsámico y pimienta. Aparenta una falsa calidez que se aviva al final de la boca, provocando frescura y longitud.
EISWEIN W. OPITZ ‘98
Color piel de cebolla, muy brillante. Algo tímido, aunque poco a poco despliega todo su abanico de frutas rojas frescas, cítricos y hierbas aromáticas. Es un homenaje para el paladar, acidez extravertida, muy frutal y largo.
CASTAÑO DULCE MONASTRELL ‘99
Picota intenso. Aromas de fruta pasa, cereales, café y arrope. Sedoso, vivo, aromático, con final de orejones escarchados.
OLIVARES ‘98
Muy varietal. Predominan los recuerdos de ciruelas maduras, eucalipto y brea. Su notable tanino disfraza y a la vez realza la dulzura en su justa medida. Redondeará con el tiempo en botella.