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Estas fechas son propicias para todo tipo de exquisiteces culinarias. Sólo basta ultimar algunos detalles: buena compañía, manteles limpios, vajilla fina, excelentes vinos y, en medio, una luminosa fuente de almejas finas crudas, a poder ser, la justamente famosa almeja de Carril. Un prodigio de la naturaleza que aguanta vivo fuera del agua mucho más tiempo que otras almejas, por lo que adquiere un gran valor en el mercado, ya que su ciclo de comercialización puede durar mucho más tiempo, si los desastres ecológicos como el del “Prestige” lo permiten, claro. Dada su calidad se deben comer en estado natural, es decir, vivas, como lo hacían nuestros más remotos antepasados, que ya apreciaban su soberbio paladar. Abrirlas, tomarlas sin más, o rociadas levemente con una gota de limón, una, no más, para no irritarlas en exceso. También se prestan a guisos admirables: con fabes, arroz, a la marinera, con verduras... Tienen muchos y buenos acompañantes, pero nunca el acompañante indeseable de la arena, típico de un bivalvo mal tratado. Para su degustación, las almejas combinan a la perfección con vinos blancos frescos y aromáticos. Los mejores para esta armonía: los blancos de Rías Baixas, donde la variedad Albariño cobra un marcado protagonismo. Les aconsejamos una selección de jóvenes -y no tan jóvenes-, de bien armada estructura y gran intensidad de aromas, frutales y florales, sabrosos, complejos en boca, muy amplios y con notable persistencia final.