- Ana Lorente
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- 2011-09-01 00:00:00
No está todo dicho. Ni en el paladar, ni en la vista, ni en el plato, ni en el confort. Y de todo ello se compone un comedor como Caoba, un escenario que estrena cada dia, en cada servicio y para cada comensal, el gran teatro de la gastronomía. Entre sus atractivos, la cocina a la vista y una bodega habitable. Como siempre, al final, una echa de menos la formación gastronómica francesa que permite reservar con naturalidad un huequillo en el apetito para honrar como se merece el carro de los quesos. Barroco, espectacular, cosmopolíta, salpicado de bocados artesanales -“este lo hace la prima pastora del propietario...”, “este lo descubrieron a medio ahumar en la choza de...”. Pero, ¡qué difícil es! Requeriría haber renunciado a la sucesion de aperitivos de tres en tres, a la vieira, a la pasta con erizo, a la sorprendente terrina de pulpo, al olvidado solomillo en costra... e incluso haber escatimado el placer de esa última copa de vino recomendado por el sumiller, Tomás Álvarez. Y eso sí que no. Aquí no hemos venido a sufrir. Eso es algo que se siente antes de cruzar el umbral, sin más que alabar la ubicación frente al parque. Y ya dentro, al disfrutar de la barra acogedora hasta la madrugada, las sorpresas visuales cambiantes, la comodidad y la intimidad de cada rincón, desde la biblioteca a las esquinitas románticas. Y el discreto servicio del equipo de Álvaro Barbas y la cocina de Marconi, formado y experimentado en los grandes restaurantes de Europa. La sorpresa es que, con esos mimbres, su cocina se decanta por la sencillez del sabor y por las bases populares, como es la utilización en el plato de los panes, las masas y las pastas en mil formas. Los hermanos Giancarlo y Gianpablo Mammoli homenajean a su Venezuela con el nombre del restaurante y a los comensales con el lujo de ingredientes con denominación de origen, combinaciones delicadas, vinos, copas y una envoltura teatral sorprendente, como el panel cambiente que envuelve el bar, donde se pueden tomar tragos de la bodega y bocados informales desde la una y media de la tarde hasta las dos de la madrugada sin interrupción. A la mesa La comida: El chef es italiano, y eso marca, pero la definición de su estilo no es localista, sino “alta cocina creativa”, en toda la extension del término. Degustación: 85 € . El vino: Da lo mismo empezar por la carta o por el propio espacio climatizado. 400 vinos mimados. Su sello especial La arquitectura y el servicio al modo clásico. Dirección: Pº Pintor Rosales, 76. Madrid. Tel. 915 503 106.