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No voy a ser original. Reconozco mi admiración por los finos y manzanillas y, en general, por los vinos generosos andaluces. Aunque mi memoria pueda darme algún disgusto, no recuerdo haber escuchado a ningún profesional, y no solo español, comentar que no le agradan estas maravillosas elaboraciones, más bien todo lo contrario. Son bandera del extraordinario poder de transformación del tiempo, la tradición y el reposo. Cocineros internacionales de renombre no solo los alaban, sino que son base de su cocina, y algunos sumilleres hacen auténticas filigranas armonizándolos con delicados platos. Por la parte que les toca, ciertas bodegas están sacando al mercado joyas enológicas para el disfrute de sus incondicionales. Pero otra cosa bien distinta es la percepción del consumidor habitual de vinos, y la idea construida acerca de ellos. Esta es la cuestión. De los discursos a favor y en contra de los generosos pareciera que se habla de dos mundos enfrentados e irreconciliables. Dónde está el eslabón perdido.
Muchos son los esfuerzos que desde denominaciones de origen y bodegueros se hacen para acortar las distancias, para acercar al consumidor español sus vinos. Y digo español porque fuera de nuestras fronteras los vinos generosos llegan a levantar pasiones, incluso entre los jóvenes, y no solo en Japón, como se pudiera pensar. Solos, como bebida de trago largo o como cóctel glamuroso, los vinos generosos intentan revitalizar su identidad buscando nuevos nichos de mercado.
Desde MiVino hemos querido mostrar la versatilidad de finos y manzanillas a través de las posibilidades de armonizarlos con la gastronomía más variada. Transmitir a los aficionados que, como las personas, pueden ser vinos muy gratificantes si la compañía es buena. Descubrir las mil y una tapas, como las mil historias que se esconden detrás de ellos.