- Redacción
- •
- 2003-11-01 00:00:00
«Nuestro país sigue arrastrando una imagen de segunda categoría en los mercados internacionales, donde nos jugamos el futuro». Que a estas alturas de la película, cuando los vinos españoles de nuevo cuño suscitan admiración y encendidos elogios entre los críticos internacionales más prestigiosos, nuestro país siga arrastrando una imagen de segunda categoría en los mercados internacionales, donde nos jugamos el futuro, es algo tan penoso como incomprensible. Lo he podido constatar en un reciente viaje a Japón, donde he presentado la cuarta edición de Vinoble y dictado cinco seminarios sobre la nueva realidad vitivinícola española a más de 400 personas del mundo de la restauración. Asombro e ignorancia son las dos palabras que resumen, en su contundencia, la percepción que de España tienen los profesionales japoneses. Nos juzgan -espero que ya no tanto- por los mediocres y baratos vinos que definen nuestra mayoritaria exportación enológica. Asombro e indignación es lo que sentí ante un desconocimiento tan brutal de lo que ha significado la renovación vitivinícola española de la última década. ¿Qué pasa con nuestras autoridades, sean del ámbito que sean, incapaces de proyectar con rigor y profundidad una imagen adecuada a nuestra nueva realidad enológica? ¿Qué hace el ICEX, si es que el ICEX existe más allá de su propia autocomplacencia? ¿Dónde está la labor promocional de los Consejos Reguladores, entusiasmados con la calificación, siempre muy buena o excelente, de las añadas, pero casi inoperantes en el exterior de su propia zona de control? Ante tal yermo e ineficacia uno no puede sino envidiar la audacia y tesón promocional de nuestros vecinos y admirados franceses, italianos, o los más lejanos pero siempre eficaces australianos. Si las autoridades estatales, autonómicas, corporativas y empresariales renuncian, por desidia o ignorancia, a su labor divulgadora, cultural y comercial, es difícil que el simple esfuerzo y tesón de los periodistas y animadores enológicos consiga cambiar nuestra imagen en el mundo. Y cuando un consumidor japonés, americano, holandés o ruso busque un vino de calidad, seguirá orientando sus preferencias hacia los vinos franceses, italianos, australianos, chilenos o californianos. Por ignorancia, que no deja de asombrar. Y la culpa es sólo nuestra.