- Redacción
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- 2001-06-01 00:00:00
Al abrigo de los vinos de terruño, de pago o de «alta expresión», aparecen con frecuencia productos de diseño, impecables, todo un tratado de corte y confección. Su artífices cuidan a alta costura enológica. Los componentes para confeccionar sus modelos son diversos. Por ejemplo una uva en excelente estado, sana, de noble procedencia, aunque desgraciadamente con poco extracto y escasa chicha, bien sea por una producción imprudentemente alta o bien porque las cepas no han cumplido su mayoría de edad. Son vinos que serían óptimos para un crianza normal, de consumo a corto plazo, o a medio , inclusive. Pero aquí la prestidigitación del artista adquiere un papel esencial. Entra en juego el entramado de un roble excepcional, si procede de algún bosque exótico (ruso, balcánico), mucho mejor, madera manipulada con tuestes altos para combinar, suplir incluso, con sus insólitos aromas la falta de armazón de los vinos criados en ellas. La experiencia y el buen gusto del diseñador son fundamentales, pues obtiene un color cubierto, vivo y muy atractivo, unos aromas elegantísimos, potentes, de exóticas especias por el perfecto control del tiempo de crianza. Incluso en sabia combinación con alguna enzima o levadura muy sofisticada. Desde la misma botella, siempre especial, la etiqueta, a menudo creación del ingenio de artistas famosos y la aureola del diseñador, justifica su salida al mercado con unos precios altísimos.
Pero a menudo se olvida que el destino del vino es generalmente para acompañar a los alimentos. Y es aquí donde el diseño naufraga, porque deja a la intemperie su estructura mínima o sencillamente inexistente, de vino hueco, como un enorme dragón chino de maravillosos colores en el papel seda que lo envuelve, pero vacío en el interior.
Con la caprichosa ley del péndulo, incomprensiblemente a veces, se ponen en boga vinos poco provechosos para el consumidor. Me viene a la memoria la desafortunada moda que hace unos quince años impusieron aquellos blancos insulsos, «jóvenes y afrutados», con el cristalino color del agua, atiborrados de aromas «de platanito». Y con estos vinos de diseño, aromáticos hasta rozar la saturación, pesados y huecos, me parece que estamos levantando un ídolo con los pies de barro. Afortunadamente suelen caerse del pedestal al cabo de muy poco tiempo.