- Redacción
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- 1998-02-01 00:00:00
Hace algunas décadas, la revolución tecnológica sacó al sector vitivinícola de la prehistoria. Aunque la punta de la pirámide del vino español era de buena calidad, representaba unas gotas en el gran mar de vino que se elaboraba en este país. Esta etapa acabó con la mayoría de los vinos subidos de alcohol, la terrible oxidación, los malos olores. Nuestros vinos comenzaron tímidamente a salir al exterior con el atractivo principal de su gran relación calidad/precio. Se puede afirmar que en este corto período se adelantó más que en los doscientos años precedentes. Después vino una época de tranquilidad, en la que todo el mundo parecía conformarse con la posesión de un producto sano. Pero una parte importante de nuestros enólogos no se conforman con elaborar un vino tecnológicamente impecable. En estos momentos está ocurriendo una segunda revolución en el vino español: el cambio de concepto. En todas partes y zonas surgen trabajos verdaderamente admirables, hechos por enólogos con una concepción clara de lo que debe ser un vino moderno, con calidad sobrada para estar en cualquier cata sin complejos. Y, lo que es más importante, vinos con personalidad, que, sin renegar del carácter que imprime la variedad, la zona o el clima, lleva el sello de las obras únicas. Y esto es bueno. Por fin se ha encontrado el camino correcto. Fuera los complejos. A la nueva gente del vino ya no se le puede ir con el cuento de la difícil climatología o de ceñirles el estrecho y asfixiante corsé que imponen los sectores conservadores. Buscan, investigan con técnicas, con el terruño o con nuevas variedades, sean de donde sean, con tal de obtener los resultados apetecibles. Así, un espléndido panorama se abre ante nosotros. En cualquier rincón de España y en cualquier momento, puede surgir un José Manuel Pérez Ovejas, un Álvaro Palacios, un Josep Lluis Pérez o un Ignacio de Miguel, pongamos por caso, aunque ya son muchos los que se han unido a este movimiento que se plantea la elaboración de vino como algo más que un negocio. Aunque alguno de ellos sea capaz de vender el vino en el extranjero a tan alto precio como un burdeos de los caros. Todos ellos nos devuelven la idea de que estamos en un país privilegiado para la práctica de la enología. Y si se sigue el camino trazado, al vino español le espera un futuro arrollador.