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Cuando una publicación especializada en vinos con raíces germánicas, como es el caso de Vinum, se introduce en tierras de España, nos encontramos ante una aventura comparable a la conquista del mundo por los vinos españoles. Ambas empresas son fascinantes. Acabo de regresar de un viaje por España que el editor y el director internacional de Vinum hemos realizado acompañados por Alain Brumont -el renovador de la cultura enológica en el suroeste de Francia- y nuestros amigos españoles. Nosotros, los que contemplamos España desde fuera con ojos ajenos y probamos sus vinos con nariz y paladar ajenos, estamos impresionados y fascinados por todo lo que hemos descubierto, hallazgo que seguramente resultará obvio para los lectores españoles. Hemos encontrado vinos, manjares e incluso culturas enteras que aún conservan su identidad y no han caído en el sabor industrial unificado. Hemos descubierto en los productores españoles un dinamismo y un espíritu abierto al mundo que nos fascina. Admiramos la valentía con la que se está construyendo, o recuperando, un nuevo mundo de placer y calidad de vida. El mundo del vino se ha hecho internacional, pero eso no puede significar que el sabor y los productos tengan que hacerse internacionales. Al contrario: el término “internacional” debe implicar variedad, intercambio y respeto a las peculiariedades. En ese sentido, el vino es el mejor y más placentero embajador de un país. También lo es de España.