- Redacción
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- 1998-10-01 00:00:00
Hace poco, un coleccionista de vinos de Burdeos -conocido por su acomodada posición económica- me comentó que le daban igual los productos químicos que utilizaran en sus viñedos las bodegas bordelesas. Al fin y al cabo, decía, ya se sabe que la fermentación constituye un proceso de catarsis para el vino. “Todo lo fermentado es puro”, afirmó a modo de conclusión.
Los individuos que van por ahí diciendo tonterías de este calibre me sacan de quicio. Se ha comprobado que la actividad bacteriana en la tierra de algunos viñedos es tan reducida como la que existe en las arenas del Sahara. Luego, algunos supuestos catadores pretenden sentir la “fuerza del terreno” en estos vinos procedentes de suelos muertos. Es sencillamente grotesco. En ciertos círculos elitistas del mundo del vino, la escala de valores por la que se mide todo es el disfrute individual del vino en la copa. Quienes quieren situar este disfrute en un marco ecológico, son considerados unos aguafiestas. Desgraciadamente, lo malo del hedonismo es que a menudo da paso a la más absoluta decadencia.
Ningún otro producto agrícola se ha convertido tanto como el vino en un objeto de culto y un bien cultural. Sin embargo, mientras que precisamente en la alta gastronomía se da por hecho que cualquier pieza de carne o cualquier verdura tengan un origen ecológicamente controlado, el vino se sigue degustando sin el menor sentido crítico. Han sido precisamente los grandes bodegueros los que se han dado cuenta de que la naturaleza -el viñedo como ecosistema intacto- debe ser tan importante como la calidad en la copa. Por eso, las fincas de Leroy en Borgoña, Chapoutier en el valle del Ródano o Nicolas Joly en el Ródano se han pasado a la agricultura biológica. Sus últimas añadas han demostrado que la ecología no está reñida con la máxima calidad. Al contrario, grandes bodegueros como Leroy o Chapoutier están convencidos de que la producción biológica será una condición indispensable para producir grandes vinos de terruño.
Ya es hora de que también los amantes del vino nos demos cuenta de que los grandes vinos sólo son grandes si se producen con la naturaleza, y no a costa de ella. Con el presente “número verde”, Vinum quiere contribuir a este cambio de actitud.