- Redacción
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- 1998-11-01 00:00:00
Del rojo anaranjado, al picota violáceo; del rubí abierto al granate inten-so: es la revolución del color en Rioja, la apoteosis del tanino, el triunfo de la potencia frente a la estilizada estructura, la reivindicación del cuerpo, el asombro de la complejidad varietal ahora encerrada en madera nueva. Y todo sin perder finura, su legendaria elegancia. Aquí están los nuevos aires de la mejor enología, la respuesta convincente y necesaria al desafío de Ribera de Duero, de Priorato.
Mérito de bodegueros como Paco Hurtado de Amézaga, que en 1986 sacudió la zona con su “Barón de Chirel”; de Telmo Rodríguez, que se mira en el espejo de los primeros riscales para encontrar su propio camino hacia la gloria; de Roda, que 1991 revalorizó las viñas treintañeras, comprando la uva en función de la calidad más estricta, sin límites, pago al contado, y con cuadrilla de vendimiadores propia; de Fernando Remírez de Ganuza quien, harto de comprar y vender fincas, se convirtió en bodeguero capaz de reinventar la mesa de selección; de Isaac Muga, todo madera y corazón, que sin renunciar al mejor clasicismo ha elaborado el Torre Muga, torre vigilante del futuro; de Eguren y su San Vicente, un alarde de recuperación de la Tempranillo peluda, casi un Cabernet sin serlo; de Jesús Martínez Bujanda con Finca Valpiedra, donde el Ebro riza el rizo; de Javier Etxarri, salvador de Lan, capaz de implantar el control de entrada de uvas más avanzado de Europa; de Juan Carlos López de Lacalle, que con sus “Grandes Añadas” está dispuesto a que los mejores vinos de Rioja cuesten lo que valen: tres veces el precio habitual; de Florentino Martínez Monge, antiguo viticultor del Marqués, hoy uno de los bodegueros más honrados y vanguardistas con su Altún; de Josechu Bezares, introductor en Rioja de la mejor barrica de roble, la rusa que es chechena, la antigua nobleza en un vino de mañana; de Luis Madrazo, capaz de encontrar en Contino la grandeza perdida de la Graciano.
Una lista que se alarga con el tiempo, pero donde es posible inscribir ya los nombres de Campillo, Ondarre, Dominio de Conté, Teófilo I, Allende, La Vicalanda, Dos Cepas, Jilabá... Plaga que destruye la mediocridad, tan “típicamente” riojana, de una zona gloriosa. Un grito tras el silencio. Verdadera música celestial.