- Redacción
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- 1998-12-01 00:00:00
Los chilenos tienen mucha experiencia en la exportación de vinos. Ya en los siglos XVII y XVIII vendían importantes cantidades fuera del país hasta que, en 1774, el rey de España prohibió exportar vinos chilenos a otras colonias, ante la protesta de los vinicultores españoles, molestos por la competencia.
En el comercio mundial ha pasado la época de los decretos de prohibición. Hoy, los obstáculos a la exportación son mucho más elegantes. Ahora, Chile vuelve a tener éxito internacionalmente después de haber permanecido en un relativo anonimato durante décadas. Los chilenos figuran ya entre los vinos extranjeros más solicitados en mercados importantes como EE.UU, Gran Bretaña o Alemania.
Por tanto, la historia se repite. Algo tendrán que ver la calidad de los viñedos y la mentalidad chilena. Los expertos llevan años alabando su enorme potencial; sin embargo, no hace mucho que los agrónomos con experiencia en el extranjero están aprovechando ese potencial para una vinicultura moderna orientada hacia la calidad. Lo logrado desde 1985 -el comienzo de la “revolución vinícola” chilena- ya me fascinó en 1992 durante mi primera visita. Un gigante dormido del vino se estaba despertando con gran estruendo: las bodegas invirtieron en tecnología ; la exportación creció en pocos años hasta absorber el 40% de la producción; los cosecheros empezaron a embotellar unos vinos propios excelentes de la noche a la mañana; los vinos antiguos, más bien oxidativos, fueron sustituidos a una velocidad asombrosa por modernos vinos varietales afrutados o envejecidos en barrica, de estilo internacional.
Poco a poco, los bodegueros chilenos van más allá. Ahora se están empezando a explorar las mejores ubicaciones en laderas con suelos pobres. El espectro de sabores se hace más amplio e individual. Este año, la cata de vinos de Chile ha resultado más agradable que nunca. Al fin y al cabo, lo que buscamos -además de vinos buenos para todos los días- son productos con personalidad, que nos revelen las particularidades de la variedad, el suelo, el clima y el bodeguero. Hemos encontrado un buen número de esos vinos, que a pesar de todo mantienen la típica frutosidad y el carácter suave y armonioso de los vinos chilenos, que hace que incluso grandes tintos resulten embriagadoramente fáciles de beber.
Sin duda, Chile vuelve a hacer oír su voz en el concierto de las grandes naciones vinícolas. No sabemos que dirá al respecto la competencia española; en cualquier caso, este regreso supone un gran enriquecimiento para quienes bebemos vino.