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Rosa, rosae, rosado

  • Redacción
  • 1999-06-01 00:00:00

Declinar correctamente el sustantivo rosa fue una de las penosas obligaciones estudiantiles a las que tuve que enfrentarme durante aquel bachillerato multilingüe y autoritario de los años 50. Tal vez por lo que sufrí entonces con el latín, que más que lengua muerta me parecía trabalenguas diabólico, comprendo a los que padecen fobias o ataques erotico-melancólicos cuando tienen que declinar la palabra “rosado”, adjetivo sustantivado en vino fresco y alegremente trasgresor.
Así, espero que, como yo, los lectores sonrían benevolentes cuando lean las ensoñaciones amorosas de Rolf Bichsel, nuestro Director Internacional, a quien este vino blanco con rubor de tinto le activa la líbido y exacerba su vena literaria. No menos tolerante debemos ser con Andreas März, furibundo detractor de las ambigüedades que se le suponen al rosado. Desahoga sus prejuicios en un panfleto tan personal como sonrojante. Pienso que ni siquiera los rosados italianos se merecen tal soflama. En cualquier caso, la publicación de su diatriba evidencia la amplitud de miras de nuestra revista.
Pero no se alarme el lector ante tales efectos indeseados del rosado, una bebida que siendo blanca tiene el corazón tinto. El resto de los artículos ponderan las virtudes y limitaciones de una bebida que en España es, sencillamente, fundamental. No debemos olvidar que somos un país con el viñedo mayoritariamente blanco, que bebe fundamentalmente tinto. Anomalía que el rosado, con su vocación conciliadora, viene a atenuar. Y es que, además, en ninguna otra parte del mundo se elaboran tantos y tan buenos vinos de este tipo. Año tras años, la calidad alcanzada por los mejores rosados, antaño privilegio de Navarra, se expande como una gratificante mancha que ya cubre toda España. Rosados que superan la tentación de la fácil frescura, la levedad intrascendente, el cuerpo anoréxico. Rosados carnosos, potentes, equilibrados, con su toque golosamente glicérico. Vinos necesarios que enriquecen nuestro panorama vitivinícola y ofrecen al consumidor la posibilidad de una nueva experiencia enológica y, por qué no, también erótica

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