- Redacción
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- 2004-02-01 00:00:00
«Ya no sirven las elaboraciones standard, ni la compra indiscriminada. Ahora la gente quiere vinos de calidad, esos que reflejan las características de la vendimia» ¡Qué tiempos aquellos en los que la naturaleza parecía regirse por normas establecidas, un orden tan regular que se diría dictado por el Ministerio de Medio Ambiente! Los veranos eran cálidos veranos, la primavera una explosión de flores que alteraba la sangre como es de rigor, el otoño crepuscular y melancólico, para llegar al frío y general invierno. Y vuelta a empezar. En aquellos tiempos, ¿recuerdan?, las vendimias eran todas buenas y abundantes, porque la naturaleza, sabia y tolerante, acompasaba el ciclo vegetativo al clima circular. Y nosotros alardeábamos de que no teníamos malos años, que eso era cosa de franceses y centroeuropeos. ¿La añada? Todas buenas, la mayoría muy buenas, y una gran parte excelentes. ¿Los vinos? Sabrosos y elegantes, porque a tal vendimia tales vinos. Había jugosos graneles siempre iguales, educados riojas y, en todas partes, año tras año, más de lo mismo. Con aquellos vinos de mezcla homogéneos, o aquellos graneles de grado y color habituales, ¿qué importancia tenía la añada, más allá de la cantidad que determinaba el precio de la uva? Pero el orden se ha ido al traste. Ahora la naturaleza parece burlarse de las normas, y las añadas se convierten en una película de suspense. La primavera se caldea hasta solapar el verano, y la viña comienza a agitarse en un frenesí de maduración anticipada que deseca los racimos; luego el verano hace la ola y el calor achicharra las exhaustas uvas. Parece primero que la cosecha va a batir el record, luego se achica, abochornada, para recibir una lluvias impertinentes durante las faenas de recogida de la uva. ¿Y ahora qué? Ya no sirven las elaboraciones estándar, ni la compra indiscriminada. Ahora la gente quiere vinos de calidad, esos que reflejan como un espejo las características de la vendimia. Ya no somos un país del «todo vale» y lo que no vale se mezcla. Tiempo, pues, de enólogos, de tomar decisiones empresariales difíciles, de renuncias dolorosas si hace falta. Porque el año nos ha traído casi 43 millones de hectolitros, un 19% más que la media de los últimos años. O sea, mucha uva. Y entre tanto racimo hay bastante regular, algo bueno y muy poco excelente. Como es habitual en la vieja Europa, de la que, !al fin!, formamos parte.