- Redacción
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- 2004-03-01 00:00:00
No ha tenido que pasar mucho tiempo para que las expectativas de 2001 se vean cumplidas. Un año complicado que se vio favorecido por algunas circunstancias providenciales, como la baja cosecha italiana, el descenso en cantidad y calidad de los tintos franceses, y la notable reducción de las cosechas en Chile y Argentina. Es decir, algunos de nuestros competidores más agresivos no se vieron en buenas condiciones para enfrentar el empuje de los nuevos vinos españoles, que en el 2001 pueden tener su consagración definitiva en los mercados internacionales de calidad. Y es que este 2001 que ahora nos ofrece sus crianzas fue año de notables temperaturas a final de vendimia, lo que, unido a una sequía generalizada en la mayoría de las zonas vitivinícolas, produjo un recorte significativo en el rendimiento medio de nuestro viñedo, con el consiguiente -aunque no siempre- aumento de la calidad. Se presumían vinos de gran potencia aromática, muy concentrados y con una buena carga polifenólica bien madura y jugosa. Los jóvenes que pudimos disfrutar en Primer ya mostraron su poderío, no exento de cierta elegancia. Y ahora los crianzas reflejan la añada con toda su grandeza. Con tan poderosos aromas y contundentes razones, nuestro país tiene que realizar un esfuerzo importante para conquistar mercados en el segmento medio y medio-alto, donde la calidad debe ofrecerse a un precio muy competitivo. Hay que olvidarse de las ideas preconcebidas, tan poderosas como molinos de viento que sueñan con ser gigantes, e impulsar una enología sin fronteras. Porque en España no parece que crezca el consumo. Aprovechemos, pues, las excelencias de este 2001, bien criado y orgulloso, para consolidar una forma de entender el vino de crianza en nuestro país que ha terminado imponiendo el gusto por el color intenso, los taninos abundantes y frutosos, la buena madera -aunque no necesariamente nueva-, la crianza medida, y el grado que otorga la naturaleza a la completa maduración de la uva. No ha sido fácil, porque la proverbial costumbre de balancearse entre los extremos nos llevó de los tintos flacuchos y oxidados a la pastosidad y el empalago; de los precios irrisorios a los disparates económicos, gestados al calor de la llamada “Alta Expresión”. Aquellos precios trajeron los presentes lodos, particularmente en zonas como Rioja y Ribera del Duero, con la posterior sequía de mercados que parecían cautivos. Con el 2001 vienen los ajustes de precios, sin que representen un paso atrás en la calidad. Más bien el necesario paso adelante.