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Pequeño gran vino

  • Redacción
  • 2004-04-01 00:00:00

Para algunos, tal vez estos vinos de ensueño sean preciosas miniaturas, poco representativas a fuer de minoritarias. Para mi, son sencillamente algunos de los mejores tintos y blancos españoles. La prueba del nueve con la que, definitivamente, se demuestra la inmensa calidad de nuestra enología. Se trata de vinos fundamentalmente tintos, orgullosos de su cuerpo carnoso y mórbido, de su color oscuro profundo que atrapa la luz y regala un destello rubí gestado en el tiempo. Paleta cromática que pinta paisajes entonados de rojo picota en Rioja, granate de fuego en Yecla, bermellón sangrante y denso en Ribera del Duero, rubor sanguíneo con vocación de tinta china en Toro, de rojura tentada por el negro en Priorato... Es la apoteosis de los taninos maduros y frutosos, la contundencia sápida de los polifenoles, el amargor transitorio de los antocianos. Son los tintos de autor que comienzan a proliferar según se descubren o recuperan nuestros mejores clones de las variedades tradicionales, se respeta el terruño, se elabora para la grandeza y se cría con amplitud de miras. Un viaje en el tiempo, que reconoce el pasado para diseñar el futuro. Una continua evolución superadora. Tintos en los que la madera besa la flor y acaricia la fruta, para crear con los minerales atmósferas mágicas. Tintos carnosos, casi masticables, pero que tratan el paladar con guante de seda y hacen vibrar la nariz con ondas aromáticas de especias, tabaco y humo. Tintos donde el roble no tiene patria -americana, francesa, rusa, yugoslava, portuguesa, gallega- y aporta su «sfumatura» de tostados. Algunos son obra de enólogos viejos conocidos, de estirpe famosa, que marcaron el rumbo hace un lustro; otros se han incorporado hace poco y ya tienen pretensiones históricas. No son fáciles, ni rinden su plenitud y elegancia al primer sorbo, sobre todo si tenemos el gusto anclado en el pasado. Pero ahí están, con la modestia de su cantidad y la soberbia de su calidad. Y, junto a los tintos, comienzan a proliferar los blancos con aspiración de liderazgo. No son muchos todavía, pero en Galicia o en Cataluña hay enólogos que demuestran las posibilidades de un país plantado en blanco que bebe tinto. Y que lo hacen, como dijo alguien de cuyo nombre no quiero acordarme nunca más, ¡sin complejos!

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