- Redacción
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- 2004-07-01 00:00:00
En las hermosas tierras de Galicia, donde el mundo conoció su primera frontera, de verde y ondulado paisaje regado por el Miño y su alter ego, el Sil, tienen una cita los románticos del vino. Aquí perdura el misterio de las elaboraciones artesanas, el encanto del viñedo integrado en el paisaje, rompiendo las forestas, la sorpresa de un clima atlántico que se hermana con la moderación mediterránea, y la noble consistencia de las uvas Albariño, Treixadura, y Godello, con sus complementarias Loureiro, Torrontés, Caíño blanco, o Lado. Cepas capaces de dotar a los vinos de un pasaporte hacia el futuro, en una lenta evolución reductiva que permite el desarrollo característico del mejor buqué blanco, maduro y complejo. Y es que en Galicia están descubriendo las bondades del viñedo viejo pero sano, con producciones pequeñas de uvas maravillosamente equilibradas y sustanciosas cuando el clima y la cosecha lo favorecen, como es el caso del 2003. Todavía son una minoría plagada de nombres ilustres como Emilio Rojo, Guitián, Alén, Gerardo Méndez... Porque el éxito fulgurante de los blancos jóvenes, unido a la demanda de vino, superior al de las uvas disponibles, hizo que muchos viticultores arrancaran sus viejas cepas y las sustituyeran por nuevas. Los vinos, de poderoso aroma primario, asombraron primero, pero han terminado por resultar peligrosamente monótonos. Porque la personalidad debe venir del terruño y la cepa asentada durante décadas en él. Pero el tiempo pasa y el viñedo gallego se crece en calidad, con la oferta de blancos más completa y atractiva del país. Blancos que enriquecen el panorama vitivinícola, y ejemplarizan la posibilidad de arrancar a nuestras mejores uvas autóctonas matices aromáticos y sensaciones gustativas impensables hasta ahora, ganando en finura y elegancia, que es todavía el gran déficit de los blancos españoles. A estos jóvenes tocados por la gracia de la madurez se añade la posibilidad, cada vez más extendida, de criarlos en roble. Entonces, la frutosidad básica se conjuga con el embrujo especiado de la mejor madera, una opción que se reafirma y crece en cada vendimia. Por todo ello no es de extrañar que los blancos gallegos despierten cada vez más interés y aprecio tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. El Año Santo Jacobeo puede ser una buena ocasión para conocerlos.