- Redacción
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- 2004-10-01 00:00:00
La velada transcurría apacible. En aquel restaurante los platos se sucedían espaciadamente, sin agobios. Los acompañaban con sus melodías unos cuantos músicos y una selección de vinos de las mejores bodegas, algún antiguo conocido entre ellos, otros desconocidos para mí, procedentes del viejo y del nuevo mundo. Bueno, no todos disfrutábamos con aquellas ambrosías de altísimo nivel. Todos salvo mi rubia amiga, que una y otra vez rechazó extrañamente mis vinos y mis argumentos, muy a su pesar, además, pues resultaba ser una entusiasta experta en vinos. Aquella noche, a mi bella acompañante le tocaba conducir, es decir, llevarnos a todos de regreso a casa sanos y salvos, con un respeto por la «ley seca» del conductor que nos pareció una exageración. Como se pueden figurar, la escena transcurría en un país nórdico, concretamente en Suecia. Llevan tantos años de adelanto en educación vial que para ellos es un comportamiento tan automático como los reflejos condicionados. Me admiró aquella postura tan serena y a la vez decidida, además de obligarme a una reflexión que sin duda habría de salvar mi vida. Ahora en España nos quieren hacer suecos de golpe (no me refiero a más altos y rubios), cambio que si viniese acompañado con un mejor estado de las carreteras o una mejor señalización, las vías de comunicación, en lugar de una jungla, serían un lugar donde todos competiríamos, no en velocidad, sino en educación. Y no se trata de tirar piedras contra nuestras botellas, pues somos el primer país del mundo en extensión de viñedo, y ya desde el año pasado, el primer productor de vino. De este producto dicen (no tengo los datos exactos) que vivimos nada menos que 400.000 familias, que los tanques de las bodegas rebosan hasta los bordes, con dos cosechas todavía por vender y con un consumo que ha experimentado una bajada muy preocupante. Precisamente por ello, urgen programas de educación cultural acerca del vino, una bebida y un alimento, al mismo tiempo, con raíces sociológicas distintas a los demás alcoholes. Estamos, aunque no lo queramos, por debajo en el consumo de países no productores, unos 28 litros por habitante y año. Consumir más vino para defender el futuro del sector y para disfrutar de él de forma más responsable, asegurará la vida de nuestro viñedo, el mayor tesoro de nuestra agricultura, y, sin duda, nuestras propias vidas.