- Redacción
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- 2004-09-01 00:00:00
El Duero es un río de mucha enjundia, vena enológica de la vieja Castilla. Nace en tierras de Soria, donde riza un lazo y hace un requiebro como si quisiera viajar al Mediterráneo, para darse la vuelta y enfilar el Atlántico, que es su vocación y destino. Olmos viejos, álamos del camino, alfanje de plata que corta y cura la tierra. El Duero es un río con las riberas orilladas de magníficas ciudades y villas, y de pastos para un ganado lanar que aprovisiona de riquísimas carnes a los asadores de leña de Aranda de Duero, de Peñafiel, de Valladolid... Comarca de orografía suave, con oteros enmarcando su calmo discurrir, donde se planta la viña para producir algunos de los mejores vinos del país. Son los prestigiosos vinos de Ribera del Duero, la región vitivinícola más revalorizada de la última década. Basta con recordar que en sus 22 años de vida, la Denominación de Origen ha conocido un crecimiento exponencial de su capacidad productiva. Tan sólo en el último lustro, la entrega de contraetiquetas casi se ha duplicado, la superficie de viñedo inscrita ha crecido cerca de un 36%, y el número de bodegas de crianza se ha multiplicado por dos. Y se espera una cosecha impresionante, con más de 80 millones de kilos de uva. Números que indican una pujanza fuera de lo común. El atractivo de Ribera del Duero parece irresistible. Nacen nuevas bodegas o se reconvierten antiguas empresas familiares mejorando sus instalaciones, renovando el parque de barricas, contratando a profesionales de prestigio, convirtiendo en expertos enólogos a los vástagos, y apostando decididamente por el vino de calidad. Pero junto a los históricos, ha llegado una avalancha de nuevos inversores, algunos ajenos al mundo vitivinícola, impulsados por el prestigio y la expectativa de negocio fácil. Pero no siempre se han justificado las expectativas. De hecho, por Ribera del Duero asoma la malcarada jeta de una crisis anunciada. Son varias las bodegas abocadas a la venta en más o menos corto plazo, y muchas a las que no les salen las cuentas, basadas en unas ventas que no se cumplen, el talón de Aquiles de la zona. Porque aquí ha crecido todo muy rápido. Demasiado viñedo joven -y el que está por llegar-, demasiado advenedizo en busca del pelotazo enológico, demasiada alegría en los precios de unas uvas que muchas veces no alcanzan el nivel esperado y deseado. Y una legión de vinos mediocres comienza a imponerse. Pero mientras la ley del mercado sitúa las cosas en su justa medida, siempre quedará la gran calidad y personalidad de los mejores tintos de la Ribera del Duero. Que son los que le ofrecemos.