- Redacción
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- 2005-07-01 00:00:00
La riqueza vitivinícola de un país radica en su patrimonio genético, en la calidad y variedad de sus cepas, asentadas por el tiempo, configuradas por la tierra, moldeadas por el clima, y perfiladas por la selección humana a lo largo de su historia. Y en España, que lleva milenios conviviendo con la vitis vinífera y siglos cultivando viñas con mayor o menor fortuna, por no hablar de la elaboración de vino, que es parte sustancial de nuestra cultura, se ha producido una de las mayores pérdidas de variedades autóctonas que se tiene noticia. Varias circunstancias se han tenido que confabular para esta pérdida. Pero ninguna tan insoportablemente eficaz como la búsqueda insaciable de la cantidad al menor riesgo y con el costo más bajo. Así, la demanda de vino español, particularmente tras la marcha implacable de la filoxera por territorio francés, hizo que se sustituyeran la mayoría de la cepas poco productivas por las de mayor rendimiento, lo que referido a las variedades blancas supuso un auténtico desastre. Una tras otra, fueron desapareciendo variedades de difícil viticultura, complicada maduración y bajo volumen, pese a que sus vinos pudieran tener una calidad más que estimable. Salvo en Canarias, donde la insularidad ha servido de reservorio natural, o la Galicia profunda, del pequeño viñedo para el autoconsumo, en el resto del país se impuso la monótona mediocridad de la uva Airén, la uva blanca con mayor extensión de viñedo del mundo, y cuya producción va en gran parte destinada a la destilación. Hoy cuesta imaginar que uvas tan fundamentales en el mundo de los blancos españoles como Albariño, Godello y Treixadura estuvieran a punto de perecer ahogadas por la “jerez”, invasora cepa andaluza que no es otra que la Palomino. Lo mismo podría decirse de la Garnacha Blanca, la Zalema, la Malvasía o la singular Xarel.lo. Este desolador panorama, que hasta hace poco marcaba la realidad vitivinícola de nuestro país, empieza a cambiar al calor de la mayor y más exigente demanda de vinos blancos de calidad. Esto ha permitido recuperar parte de ese patrimonio genético, como son las variedades Sabro, Gual, Bujariego, Maturana, Molinera, etc. Todas ofrecen al amante del blanco fresco, aromático y sugestivo un variado y enriquecedor panorama de excelentes vinos. Nuestra mejor enología en blanco.