- Redacción
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- 2005-10-01 00:00:00
Es evidente que el vino se asocia desde su origen con la religión. Más de 600 veces menciona la Biblia la vid y el vino, con proverbios tan sabios como el que avisa al necio que bebe sin medida: «Con el vino no te hagas el valiente, porque a muchos ha perdido el vino». En el Nuevo Testamento, el Cristo inicia su prédica con el milagro de las bodas de Caná, convirtiendo el agua en vino, y «así… dio Jesús comienzo a sus señales». Igualmente, ofreció vino en la Última Cena, que servirá como permanente recordatorio del Supremo Sacrificio, enlazando con la ancestral cultura que, tanto en Asiria, Babilonia, Egipto, la Tracia, el Egeo, China o India, consideró el vino como un producto divino. La religión ha servido durante siglos de acicate para el desarrollo de la viticultura. Por ejemplo, el obispo San Martín de Tours, cuyo amor al viñedo contribuyó notablemente a la mejora en la elaboración del vino. Cuentan que un día, cabalgando sobre su mula, el buen obispo meditaba sobre el milagro de la naturaleza; tan ensimismado iba en su mística contemplación que no se percató de que la bestia, libre de vigilancia y mando, se dedicaba a mordisquear los brotes de vid que encontraban en su camino. Tal poda involuntaria daría como resultado una importante mejora en la calidad de las uvas. Vehículo de comunión religiosa, ha sido causa de no spocas y sonadas disputas, como la que enfrentó a los magistrados de la Iglesia sueca. Ante su escasez, se vieron obligados a elegir entre diluirlo con agua o buscar algún sustituto. Pronto se alzaron las voces de los teóricos calvinistas, y finalmente se adoptó la única solución razonable: reducir el número de misas antes que adulterar tan preciado líquido. Vino y religión, hermanados indisolublemente en nuestra cultura, han superado incluso los anatemas del Islam. Y en la España islamizada fueron los musulmanes quienes desarrollaron el arte del asoleado de las uvas, logrando los exquisitos vinos de Málaga. El sabio Omar Khayyan resume con emotivos versos la actitud de intelectuales, poetas y humanistas árabes ante el vino: “Los retóricos y los sabios silenciosos / murieron sin poder entenderse / sobre las cuestiones del ser y no ser. / ¿Qué importa ser ignorantes? / Sigamos saboreando el zumo del racimo, / y dejemos a estos grandes personajes / consolarse con las pasas ”.