- Redacción
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- 2006-05-01 00:00:00
Los rosados son las golondrinas enológicas. Como ellas, anuncian la primavera vitivinícola, siempre nueva, siempre alegre; el primer rubor del vino que, unos meses más tarde, aparecerá con el vestido grana de los nuevos crianzas. Y lo malo de las primaveras es que parecen iguales: aromas renovados a hierbas, fruta y flor; primeros calores que piden vestido y comida ligeros. Así, pese a las diferencias climáticas, los rosados de éste 2006 resultan tan parecidos a los del año pasado, como aquel lo fuera del anterior. Aquí los cambios vienen de la mano del enólogo, de la inquietud del bodeguero que busca, desesperado tantas veces, hacerse un hueco en el supermercado, llamar la atención de unos consumidores cada vez más escasos y despreocupados. De ahí que aparezcan cada año nuevos rosados de variedades poco usuales para tal menester. O que la fuga hacia el rojo los asimile carnalmente con el clarete, cuando no con el tinto joven y ligero de equipaje. Pero, ¿cómo no rendirse ante el encanto de un vino que ofrece la alegría de un buen blanco, con un punto de la seriedad del tinto? No es de extrañar que sigan de moda en una época en la que el color subido -taninos mandan- de los tintos se asocie a mayor calidad. Y es que de aquellos “rosaditos” que “van bien con todo”, es decir, que no valían para nada, hemos pasado a magníficos rosados que superan la tentación de la fácil frescura, la levedad intrascendente, el cuerpo anoréxico. Ahora se muestran carnosos, potentes, equilibrados, con su toque golosamente glicérico. Vinos necesarios que enriquecen nuestro panorama vitivinícola y ofrecen al consumidor la posibilidad de una nueva experiencia enológica cuando, de cara al verano, y saciados de los tragos potentes del invierno, el cuerpo pide cierto desenfado, una juvenil intrascendencia. Todo vuelve, cuando todo se ha ido. Nos rendimos al ciclo inexorable de la naturaleza y ofrecemos gustosos una nueva y abrumadora cata de los rosados de este año de grandes alegrías. Todos con el carácter esencial de todo rosado que se precie: juventud arrolladora cargada de aromas varietales primarios, paladar sabroso, un punto goloso, de frescura desenvuelta que brilla en la boca pero deja un recuerdo cargado de serena consistencia. Rosados primaverales para cualquier tiempo. Los que les ofrecemos son el mejor argumento.