- Redacción
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- 2006-06-01 00:00:00
Cuando se dice Mancha, y por ende Castilla, parece que todos pensamos en un mismo estereotipo: llanura, secano, nubes blancas en un horizonte azul y mucho calor. Eso en verano; en invierno, un frío tremendo que corta como el acero (toledano, naturalmente). Y vino, mucho vino. Por algo aquí el viñedo se cubrió de desmesura, batió records mundiales e impregnó el alma castellano-manchega hasta convertirse en la vena vital de su cultura. Aquí todo es grande: el mayor viñedo del mundo, más de la mitad del vino elaborado en nuestro país, gigantescas cooperativas con stocks millonarios… Grandes problemas y grandes posibilidades. Exportadora de graneles, descuidada en la elaboración y de espaldas a las técnicas de crianza y a los gustos del consumidor entendido, La Mancha ha tenido que experimentar una auténtica revolución vitivinícola para salir del letargo. Una revolución que ha transformando el panorama en pocos años, sorprendiendo con sus vinos tintos, que es el futuro del viñedo más grande del mundo. La mayor dificultad estriba en que la enormidad se percibe como un todo homogéneo. Pero Castilla-La Mancha ha dejado de ser un gigante vitivinícola dormido para convertirse en la tierra prometida del vino. Esta región vinícola, la más extensa del mundo, ha dado un giro radical a su destino. Y se la compara con Australia o California por el gran potencial que alberga. Una región hacia la que han vuelto sus miradas muchas firmas foráneas de prestigio. El fin último de todas es elaborar vinos de calidad: se amparen o no bajo alguna Denominación de Origen (Almansa, La Mancha, Manchuela, Méntrida, Mondéjar, Ribera del Júcar, Valdepeñas, Uclés) o vayan por el mundo como Vinos de la Tierra de Castilla y, últimamente, como “Vinos de pago”. Ya hay bodegueros riojanos (Olarra, Martínez Bujanda, Faustino), de Ribera del Duero (Alejandro Fernández), jerezanos (Osborne, González Byass). Pero la irresistible atracción vitivinícola de Castilla-La Mancha incluye a nombres como Freixenet, Barón de Ley, Paternina, Sierra Cantabria, Codorníu, y de técnicos de la talla de Telmo Rodríguez, Ignacio de Miguel o Miguel Ángel de Gregorio. A Castilla-La Mancha acuden buscadores, rastreadores de terrenos y fincas, negociantes, enólogos y técnicos ávidos de nuevos retos, a la caza de un reducto vinícola que les permita participar en esta revolución latente y no perder la oportunidad de ver cara a cara al gigante despierto que, esta vez sí, es lo que parece.