- Redacción
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- 2006-07-01 00:00:00
La riqueza vitivinícola de un país radica en su patrimonio genético, en la calidad y variedad de sus cepas asentadas por el tiempo y la selección humana a lo largo de su historia. Desgraciadamente en España, que lleva siglos cultivando viñas y elaborando vino, se ha producido una de las mayores pérdidas que se conoce de variedades autóctonas, fundamentalmente blancas, arrasadas por una concepción nefasta de la viticultura, orientada casi exclusivamente a conseguir la mayor producción de kilos de uva con el menor esfuerzo posible. Así, una tras otra, fueron desapareciendo variedades de difícil cultivo, sensibles a las enfermedades y plagas, de complicada maduración y bajo volumen, pese a que sus vinos pudieran tener una calidad estimable. Salvo en Canarias, donde la insularidad ha servido de reservorio natural, o la Galicia profunda, del pequeño viñedo para el autoconsumo, en el resto del país se impuso la monótona mediocridad de la uva Airén, la uva blanca con mayor extensión de viñedo del mundo, y cuya producción va en gran parte destinada a la destilación. Un panorama desolador que empieza a cambiar al calor de la mayor demanda de vinos blancos de calidad. Lo que ha permitido recuperar parte de ese patrimonio genético. Así ha ocurrido con las variedades Godello, Treixadura, Sabro, Gual, Bujariego, Maturana, y un largo etcétera, entre las que destaca la muy personal y atractiva Verdejo. Cierto, nunca estuvo expuesta al peligro de extinción, pero sufrió el mal trato habitual de la viticultura de cantidad. Y sus blancos, hasta que llegó Paco Hurtado de Amézaga y mandó parar, arrastraron durante décadas fama de asilvestrados, acerbos, y bastos. Y, sin embargo, !qué tierra esta de Rueda para la uva Verdejo¡ Histórica Rueda, donde la cepa se aferra al terruño y la uva reconoce y expresa el medio natural que la cobija. Aquí, el blanco se hizo rentable, ganó en aromas con la llegada providencial del varietal francés Sauvignon Blanc, redescubrió la importancia de un cultivo no sólo respetuoso con la naturaleza, sino riguroso en sus planteamientos vitivinícolas, se abrazó al roble para ganar en complejidad y consistencia. Y demostró que era la zona de calidad que se suponía. Hoy en Rueda existe una generación de blancos, con una u otra uva, o con las dos juntas, que se están convirtiendo en los mejores del país. Les ofrecemos una amplia muestra de lo más representativo. El resto, simplemente chupa rueda.