- Redacción
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- 2006-09-01 00:00:00
Una moda recorre las principales zonas vitivinícolas del mundo: el vino ecológico, la reconciliación de la cepa con la naturaleza. Algo que resulta habitual al exigir calidad en una carne o una legumbre, hasta hace bien poco ha permanecido ajeno al mundo de la viticultura. Pero las cosas están cambiando, y ya no resulta extraño ni pintoresco exigir el marchamo de ecológico a la hora de elegir un buen vino. En Francia, que en esto de la enología siempre marca la pauta, bodegas tan prestigiosas como la borgoñona Leroy, o Chapoutier en el Valle del Ródano, apostaron fuerte por la agricultura biológica. Tras estos pioneros, ya son legión los viticultores franceses que se acogen a las estrictas exigencias de la agricultura biológica. Adiós a los tratamientos químicos, a los abonos artificiales, a los pesticidas agresivos e indiscriminados; bienvenidos los insectos que destruyen las plagas, la materia orgánica que nutre sin abrasar, la viña sana y cuidada. Y es que los grandes vinos son tanto más grandes cuanto menos han sufrido el acoso de los productos químicos, cuando se han obtenido de acuerdo con la naturaleza, aunque se hayan podido alterar ciertas condiciones de su ciclo vegetativo, como son las podas en verde, el estrés hídrico, etc. La viticultura eco-biológica está demostrando que es una de las condiciones necesarias para obtener grandes vinos de terruño, obras irrepetibles de la enología consciente y consecuente. En España los primeros intentos se realizaron en los años 80, como el fallido de “Mantel Blanco” en Rueda. Luego vino la militante actividad de Josep María Albet i Noya, joven viticultor del Penedés, para quién el cultivo biológico es una apuesta por un mundo feliz. Su amor por la naturaleza le ha llevado a desarrollar una viticultura que respeta los ciclos naturales de la vid y abomina de los tratamientos químicos. La limpieza y mimo del cultivo se corresponde con pulcras elaboraciones que permiten obtener aromas fuera de lo común: flores, frutos y especias son la marca de la casa. La misma Arcadia ha llegado hasta tierras de gran tradición como Rioja, Ribera del Duero, La Mancha, Canarias, Extremadura, etc. Y han surgido visionarios como Manuel Valenzuela, un granadino que ama la naturaleza, se identifica con su abrupta geografía, y le gusta afrontar los desafíos con irrenunciable espíritu aventurero. La estela de lo ecológico la siguen hoy bodegueros tan poderosos como Miguel Torres. Ninguno olvida que durante siglos la viticultura ha sido por naturaleza necesariamente ecológica. Y que sólo tiene porvenir si continúa siéndola.