- Redacción
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- 2006-10-01 00:00:00
España es un país de gran tradición vitivinícola y, en ocasiones, de notables innovaciones enológicas que hoy quedan como testimonios imperecederos de nuestra capacidad de inventiva. Un orgullo, pero también un lastre cuando la herencia y tradición se convierten en el fácil comodín de los perezosos. Así ha ocurrido con el varietal francés Cabernet Sauvignon, motivo de alabanzas y pleitesías sin criterio; o de descalificaciones y menosprecios ignorantes. Muchos quisieron ver en su prestigio una salida fácil en los mercados internacionales; otros buscaron en su aportación tánica la consistencia que los varietales autóctonos parecían no poder dar. Dos falsas salidas que el tiempo ha puesto en su sitio. Ya han pasado muchos años desde que Miguel Torres elaborara los primeros Cabernet Sauvignon de calidad, y el varietal, tan denostado como alabado, se ha asentado en nuestras tierras como una opción más, ganando ese plus necesario de personalidad que sólo con el tiempo tierra y clima pueden aportar. Hoy el Cabernet Sauvignon es un ingrediente más en nuestra paleta ampelográfica que debe utilizarse con prudencia pero sin miedo. Pero esto no tiene que hacernos olvidar los riesgos que comporta su mal uso. El primero, y fundamental, la pérdida de carácter, lo que ocurre con cepas jóvenes y mal cultivadas. Entonces estamos ante un vino que podría ser de cualquier parte, perdiendo así uno de los atributos más valorados hoy en día, cual es el de la identidad. Eso, que era un mal habitual hace una década, incluso hace un lustro, hoy está en vía de feliz superación. Y es que todos hemos aprendido a tratar con este varietal gabacho de fácil cultivo y generosos frutos, pero que se muestra esquivo a la hora de regalar su magnificencia. No son muchos los que lo han conseguido. Felizmente, los tiempos cambian, los países innovan, los gustos evolucionan y los mercados se hacen cada vez más exigentes y competitivos. España no puede quedar al margen de estos grandes movimientos que están configurando el futuro. Así lo han entendido algunos elaboradores con visión y audacia empresarial. Ellos se han lanzado por el camino siempre difícil de la originalidad. El diseño, en definitiva. En Cataluña, Navarra, Alicante, Yecla, Andalucía, las dos Castillas..., los vinos sin prejuicios, originales y valientes, con un nivel de calidad notable que apuntan nuevas vías, han aportado vida a la viticultura española. Están dispuestos a dar la batalla de la imagen y la calidad con las mismas armas que sus competidores internacionales. Sin sacrificar un ápice del innegable atractivo de unos vinos tintos que, aunque se elaboren con Cabernet Sauvignon, no dejan de ser muy españoles.