- Redacción
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- 2006-12-01 00:00:00
En España, con una impresionante riqueza y variedad de zonas, el mejor vino ya no es el que está bien elaborado -resulta cada vez más difícil encontrar vinos con defectos-, sino el que ofrece como atributo principal su personalidad, expresión del terruño, alma de enólogo, pureza de varietal. Vinos basados en nuestra gran variedad climática, las mil y una colinas orientadas a todos los puntos cardinales, las impresionantes horas de luz, la complejísima dinámica de vientos, la increíble facilidad de adaptación de variedades foráneas. Y aquí estamos, tras una década prodigiosa y un lustro explosivo, con una oferta de vinos extraordinaria, maravilla de propios y extraños. Cada año, contagiados por una febril ansia de mostrar lo mejor de nuestra viticultura, aparecen vinos nuevos, fundamentalmente tintos, en los que se une la más alta calidad enológica con la recuperación de varietales o cepas injustamente relegadas por su baja productividad. La mayoría son los que se conocen como vinos de “Alta Expresión”, término tan sugestivo como polisémico, que lo mismo acoge un tinto de terruño cargado de gloriosos taninos dulces y aromáticos, que un producto oportunista del marketing mal entendido. El hecho es que la epidemia de los tintos cargados de color, carnosos, de leves pero nuevas maderas (americana, francesa, rusa, bosnia) y paladar pletórico de frescas frutas maduras, está sirviendo de revulsivo vitivinícola del país; demostración palmaria de que en España se dan todas las condiciones para estar entre los grandes. Sólo faltaba querer y saber. Y en eso estamos. La mayoría de los nuevos grandes vinos han surgido en Rioja, donde Barón de Chirel abrió el camino, seguido ahora con entusiasmo por un número cada vez mayor de bodegas de todas las zona del país. Una sensacional muestra de buen hacer que ya no se circunscribe exclusivamente a Rioja, Ribera del Duero, Toro o Priorato, sino que incluye a denominaciones de origen hasta hace poco casi desconocidas como Bierzo, Cigales, L’Empordà, Costers del Segre, Conça de Barberá, Méntrida, Yecla, Bullas, Utiel-Requena... y un largo etcétera que guarda en sus entrañas realidades esperanzadoras de la magnitud vitivinícola de La Mancha, Aragón, o Navarra. No todos son vinos fáciles, ni rinden su plenitud y elegancia al primer sorbo, sobre todo si tenemos el gusto anclado en el pasado. Y, desde luego, no son baratos, aunque su precio sigue siendo ajustado si tenemos en cuenta su notable calidad. No son tintos para beber todos los días, pero estaría bien que les diéramos una oportunidad estas Navidades. El gozo está asegurado.