- Redacción
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- 2007-06-01 00:00:00
De “luz sin fuego” calificó al vino el poeta bereber del siglo XIII Omar Abour el Farid. Luz del Mediterráneo que baña la costa levantina donde la viña se hizo parte esencial del paisaje, bordeando de verde la costa, pintando de sombra ocre el interior. Es el fulgor vitalista de la viticultura alicantina, donde la Monastrell alumbra el nuevo vino. Es el sosiego valenciano, con sus viñedos de Utiel-Requena, o las zonas de producción de la Denominación de Origen Valencia. Es el nuevo pulso de los “Vins de la Terra de Castelló”. Mucha historia vitivinícola que habla de grandes vinos en un pasado del que ya sólo quedan los testimonios arqueológicos, mosaicos romanos y edictos medievales. Pero que en la actualidad se desprende con esfuerzo del peso de una enología orientada a la cantidad, víctima -paradoja habitual en nuestro país- de sus virtudes. Aquí, las tierras son de secano, necesitadas de duro laboreo, pobres y secas, pero donde la vid, de escaso rendimiento, ofrece cada año cosechas seguras y sanas, con uvas cargadas de grado y color. Viticultura ecológica por naturaleza, resistente a enfermedades y plagas, cultivo de excepción donde no cabe otra cultura. Esta bendición de la tierra ha creado una dependencia del granel de la que no es fácil desprenderse. Dinero inmediato, sin riesgo, pero sin futuro. Así, casi el 70% del vino de la comunidad valenciana se exporta a mercados europeos necesitados del calor y la luz levantinos. Mucha e indiscriminada Garnacha tintorera; poco Monastrell, injustamente mezclado; abundante Moscatel de elaboración antigua... un panorama que, felizmente, ya está cambiando. Lo demuestran en Alicante la labor pionera y vanguardista de Pepe Mendoza o Felipe Gutiérrez de la Vega; en Utiel-Requena, la sabia metamorfosis de Gandía y la labor de Daniel Expósito o Pablo Ossorio; en Valencia, la significativa llegada de jóvenes enólogos como Daniel Belda, Rafael Cambra o Pablo Calatayud. Incluso en Castellón, donde Guzmán Orero crea futuro. Se recuperan variedades autóctonas, se descubren maravillas en viníferas menospreciadas como la Bobal, se experimenta, se investiga, y el granel se bate en retirada ante el avance imparable del embotellado de calidad. Y comienza a imponerse la líquida y vibrante luz mediterránea de sus vinos en los últimos rincones de la medianía.