- Redacción
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- 2009-05-01 00:00:00
Pocas zonas vitivinícolas pueden ofrecer un abanico de “tipicidades” tan variado y sugestivo como Rioja. Desde los “clásicos” inmortales, a los tintos de “alta expresión”, pasando por los vinos de pago. Algo trascendental está ocurriendo en la viticultura riojana. Un terremoto que afecta a las raíces de nuestra enología, cuyos primeros síntomas y sacudidas vienen de antaño, cuando Ribera del Duero se encaramó a los primeros puestos del ranking nacional con sus tintos potentes, pletóricos de fruta, tánicos, de intenso color y ajustada crianza en madera nueva. Lo contrario de la mal llamada tipicidad riojana, dominante en los mercados. Claro que allí siempre estuvo Vega Sicilia, como un aviso a navegantes. No fue fruto de la casualidad, ni del ingenio indiscutible de hombres proverbiales como Alejandro Fernández y su Pesquera, sino del acierto en percibir que algo nuevo estaba ocurriendo en el gusto de los consumidores, tanto nacionales como extranjeros, y que los riojanos, bajo la modorra de sus laureles, no supieron vislumbrar. Luego irrumpió avasallador el Priorato, con sus Clos a precios franceses y puntuaciones americanas, sentenciando definitivamente una tendencia que ya no tenía vuelta de hoja. Fueron años de desconcierto, de aferrarse a viejas seguridades, a una forma de hacer y concebir el vino que parecía indisoluble con la esencia del auténtico rioja. Pero Rioja es mucho Rioja. El desperezarse, iniciado por un puñado de bodegueros visionarios y culminado por el magisterio de Barón de Chirel, tardó unos cuantos años, pero terminó por imponerse en nuestra más prestigiosa Denominación de Origen. Mérito de profesionales como Paco Hurtado de Amézaga, los Muga, Enrique Forner, Martínez Bujanda, López de la Calle, Florentino Martínez, Miguel Ángel de Gregorio, Santolaya, Eguren, Faustino Martínez, Benjamín Romero, Jesús Madrazo, Fernando Remírez de Ganuza, y un largo etcétera. Todos han convulsionado el panorama enológico de Rioja con los nuevos vinos de mayor o menor “alta expresión”, modernos, carnosos, con el plus de finura que La Rioja es capaz de ofrecer. Porque aquí no se trata sólo de color y taninos, sino de respetar la personalidad del terruño, de elaborar los vinos con las uvas de las mejores fincas, olvidando la mezcolanza habitual en los riojas de peor calidad. Jugarse la añada si hace falta cuando el clima no acompaña. Una reacción que ha terminado afectando también a nuestros clásicos, esos magistrales riojas de toda la vida, de sutileza y elegancia suprema, que tienen en Tondonia, Rioja Alta, Riscal o Murrieta, su máximo exponente. Unos y otros conforman la riqueza insuperable de Rioja. «Aquí no se trata sólo de color y taninos, sino de respetar la personalidad del terruño».