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Vinos sobre blanco y negro

  • Redacción
  • 2009-06-01 00:00:00

Tiene Priorat un laberinto de colinas donde el terreno se desliza abruptamente en estratos fascinantes, mientras el sol juega al escondite con las sombras de las cepas varadas en sus cadenciosas laderas. Es la accidentada orografía formada por las estribaciones de la Sierra de Montsant, con viñedos que llegan hasta los 1.000 metros, en pequeñas parcelas que tapizan sus lomas, formando bancales donde el exuberante color verde, luego rojo, de las cepas contrasta con el negro suelo de la licorella. Es el reino de la pizarra, de las garnachas hechas mineral, del tiempo vegetativo lento, difícil, arriesgado, de los vinos de terruño con vocación de grandeza, incluso desde su insignificancia numérica. De aquí, con esmeradas elaboraciones, saldrán los nuevos prioratos. La conjunción de fuerzas tectónicas y la propia selección natural han logrado el milagro de su aterciopelada y sensual exquisitez. Son tintos difíciles, escasos y caros, con cuerpo y garra, aromas intensos y complejos, cálida frutosidad, sobresalientes paisajes de crianza en madera y un magnífico paladar, amplio, sabroso, suave, con plenitud tánica y una expresividad gusto-olfativa que necesita del tiempo para desarrollar toda su potencialidad. Priorat no sólo tiene un mercado en expansión, sino que es capaz de premiar su plus de personalidad y singularidad con buenos precios. Pero hay también en estas tierras, amparadas por la misma sierra, abrazándose como dos amantes, otros colores, otro cromatismo: el blanco calizo de Montsant, donde la cepa se viste, elegante, de tierra y pedernal. Donde el encanto del viñedo se integra en el paisaje, rompiendo las forestas, embebido de un clima que se hermana con la moderación mediterránea para regalar vinos de intensa frutosidad, fuerte estructura, refrescante frescura, orgullosos de la presencia, sin complejos, de sus taninos, y el sabor penetrante y amplio. En Priorat y Montsant, con Falset de capital compartida, que es de unos y otros sin dejar de ser ella misma, los vinos escriben en pizarra o cal su personalidad y grandeza. Un pozo enológico sin fondo donde un grupo de audaces viticultores, la mayoría jóvenes, extraen verdaderas obras de arte efímero para gozo de santos bebedores.

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