- Redacción
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- 2009-12-01 00:00:00
Como en el péndulo de Newton (y quizás influido por el mismo efecto), el mundo de la moda pasa irremisiblemente por el centro, donde hay un instante de quietud y estabilidad, después de que la fuerza originada en un extremo de dicho artilugio haya hecho saltar, con un golpe seco, exacto y preciso, al otro extremo en su eterno colisionar machacón e insistente. El mundo del vino no podía escapar ante un efecto de tamaña influencia como es la moda. Así, asistimos desde hace un poco tiempo al hecho significativo del retorno de aquellos vinos tintos donde prima la finura y la elegancia, frente a esos potentes, sobrados y quizás algo apabullantes vinos-piedra que tanto nos han emocionado años atrás. Rioja, que en su amplio panorama, larga experiencia y capacidad profesional se ha sabido adaptar a todo movimiento, ha proyectado un porfolio histórico donde siempre han convivido los vinos clásicos y los modernos, los grandes tintos capaces de estar sin complejos en el olimpo de los mejores, junto a esos vinos de correcta ficha técnica, pero poco apasionantes, que haberlos haylos. Pero siempre en esa comarca vitivinícola por excelencia han existido casas entusiastas y defensoras del vino clásico, de ese que muestra como sus principales atributos el complejo buqué adquirido a base de años de crianza o el elegante equilibrio. La gran cata que hemos tenido el privilegio de hacer en nuestra redacción nos muestra el mundo de Rioja de tintos de estilos diferentes, aquellos potentes, cubiertos de color, frutosos, de sugerentes recuerdos de especias y barricas nuevas francesas o esos de elegante buqué y equilibrado paladar. Pero curiosamente todos ellos tienden a acercarse al centro, donde residen la elegancia y la prudencia, viajen desde el extremo que viajen. En esta sociedad en la que la tiranía de la moda se hace cada vez más omnipresente, es imprescindible que el enólogo, artesano o responsable sepa elegir el impulso adecuado, que siempre coincide con la calidad del producto. Y es posible que este efecto de Newton sea necesario para que el mundo del vino esté en constante movimiento, porque siempre que el péndulo vuela a su destino no lo hace al mismo punto exactamente. En unos casos suele quedarse algo más corto o ir un poco más allá, impulsado por la experiencia adquirida en los anteriores viajes. Lo importante es que haya suficiente energía para que la vida del vino (que se asemeja a ese artefacto) nunca se quede parada.