- Redacción
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- 2010-03-01 00:00:00
El fenómeno de la Ribera del Duero debería constar obligatoriamente entre los libros de texto de los estudiantes de economía. Y no es para menos. Si hubiese un director general, o administrador, que en menos de treinta años al frente de su empresa hubiese ampliado de 35 a 278 sus sedes, que el volumen de negocio hubiese alcanzado cifras brillantes, o haber introducido sus productos en todos los mercados más importantes del mundo, y que además sus productos se encontraran entre los más valorados del público... si hubiese alguien con semejante éxito profesional en su currículum no cabe duda de que recibiría agasajos, premios de la prensa especializada, e incluso quizás optara (cosas más extravagante hemos conocido) al Nobel de economía. Bien es verdad que no partía de cero en esta aventura. Que comenzaba todo con una materia prima extraordinaria, y que uno de sus vinos ya gozaba de suficiente fama y prestigio internacional desde hace más de cien años: el vino de Vega Sicilia, una de nuestras joyas enológicas más preciadas. Cierto es que la cooperativa Ribera de Duero, de Peñafiel, ahora llamada Protos, contribuyó también considerablemente a la expansión de esta fama en el mercado nacional. Y no son pocas las bodegas de la zona que han alcanzado la privilegiada posición de elaborar, y vender, que es lo verdaderamente difícil, más de un millón de botellas en cada campaña. Aunque resulte increíble, alguna de estas empresas se muestra melindrosa a la hora de reconocer tan meritorias cifras. Temen sin duda perder ese estatus de bodega artesana, que tan bien queda entre cierto público, pero a todas luces ineficaz si se pretende dar el salto al mercado internacional. Porque lo difícil no es hacer 5.000 ó 15.000 botellas de un gran vino: apañados irían los responsables si encima les saliera mediocre. Lo verdaderamente meritorio es elaborar esas cantidades ingentes de vino, con una calidad más que notable, vinos siempre fiables y que se puede encontrar en cualquier remoto pueblecito de nuestra geografía. La Ribera avanza a buen paso hacia su consolidación definitiva en el siglo XXI, con esa imagen de vinos de calidad a la que contribuyen la mayoría de sus bodegas. Pero sería mucho más dificultoso y duro sin la inestimable ayuda de esas empresas que con su potente infraestructura, empuje y regularidad llegan a lugares donde otros nunca alcanzarían. VINUM febrero/marzo/Abril 2010