- Redacción
- •
- 2011-12-01 00:00:00
No se trata del galán español Arturo Fernández, en la barra de un bar, pidiendo un vino mientras susurra chatina a la dama de turno. Aunque esta escena, y el título de la editorial, nos pudiese recordar a las películas españolas de hace varias décadas, tristemente es más cercana de lo que deseásemos creer. Sucedió en el cada vez más turístico centro de Madrid. Plano general: imagínense un bar de toda la vida, tres peldaños descienden hacia la entrada principal del local. Las escuetas estanterías exponen cinco o seis marcas de comunes y variados destilados. Plano medio: debajo de las estanterías, y ordenados por tamaño, varios tipos de copas sobre el mueble y algo que parece un reclamo comercial con la imagen de unas botellas de vino. La curiosidad me impacienta. Primer plano: en un folio se destaca la foto de una botella junto con la siguiente frase: “Chato de vino, 2,50 euros”. En ese momento me doy cuenta de que hacía mucho tiempo que no leía esa palabra, todo un clásico del vocabulario. Mi curiosidad sigue sin saciarse. Pregunto qué es un chato y en qué copa lo sirven. El señor me mira como diciendo “esta juventud, que ignorante”, y me muestra la copa. Un modelo Vintage ’50, la expresión mínima de continente y contenido con, probablemente, cientos de pasadas por el lavavajllas. Y qué comentar del precio, más o menos lo que les cuesta la botella en un supermercado. ¿Una excepción? Quizás. ¿Mala suerte por entrar ahí? Seguro. Pero es inaceptable a estas alturas un engaño de ese tipo. Me acordé entonces de la película Los tramposos. Dos estafadores, Tony Leblanc y Antonio Ozores, montan una empresa para pasear a turistas y les llevan a una taberna. Más de 50 años después, me imagino a un turista entrando en ese bar y pidiendo un vino. Spain is different. Y mientras esto sucede, en la primera mitad del año volvió a bajar el consumo de vino en los hogares. Se han dejado de beber 228 millones de litros (-5,1%). Menos vinos tranquilos, algo más de venta de espumosos y cava, y un incremento importante de “otras bebidas con vino”, es decir, sangrías y tinto de verano. Una buena opción para ver Cine de barrio con unos pepinillos. En fin, cada vez valoro más las tiendas que cuidan el vino, el saber de los aficionados, los pequeños restaurantes y tabernas con sus nutridas cartas, los empresarios sensatos y la curiosidad de los que se acercan al vino. A todos ellos les dedico este editorial. Salgo del bar: “Gracias por el café bien cargado y amargo, chato”.