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¡Cómo han cambiado las cosas! Tiempo atrás se visitaba una bodega desde el interior: un paseo por la sala de prensado, otro por los depósitos de acero inoxidable, un ratito por las barricas... Recuerdo, unos años atrás, el boom de las llamadas catedrales del vino, mausoleos con firma de prestigioso arquitecto alzando sus techumbres de diseño sobre las cepas en tierras de labranza. Recuerdo haber escuchado, en más de una ocasión, la discusión de “la bodega está en el terruño y no el laboratorio”... Todo sigue igual pero diferente. Hoy, cuando te pierdes en nuestros campos de vino e indagas en esos templos de guarda, te sacan al campo, te hacen coger la tierra, acariciar la cepa, pellizcar la uva... “Aquí se hace el vino”, vociferan con rotundidad los enólogos. Tengo que confesar que soy más de pisar la tierra, abrazar la cepa y dejarme llenar por esa energía que solo la naturaleza puede transmitirte. Por eso, puedo entender al enólogo cuando a pie de campo se come una uva y te dice: “Este año... tendremos buen vino”. Obviamente, todo comienza en el campo, pero la vida del vino sigue en un proceso de mimo extremo para llegar a la botella y de ella, a la copa y luego... ¡al disfrute! ¡Qué importante una copa a la hora de disfrutar de un vino! De esto me ha ensañando tanto mi buena amiga y maravillosa enóloga Elena Adell (Bodegas Campo Viejo), pero esta es otra historia. Lo cierto que, tras la vendimia, las cepas se retuercen ya sin frutos, la tierra comienza a desprender ese perfume salvaje del primer frío del día y entonces comienza la alquimia de elaborar un vino. Por ello, en este MiVino-Vinum otoñal hablamos tanto de terruño y de las lindes que marcan el mapa de vino tinto que nos regala la Ribera del Duero; y también de esas tierras que emanan mil aromas: Marruecos, Líbano, Turquía, Siria... ¿Se hace vino en donde no se bebe vino? Pero también saboreamos la tradición árabe, regaremos nuestro mejores platos con una buena Picual y terminaremos nuestro banquete con una copa de buen pacharán.
